Parte 2 Persecución

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Entré al portal con la cabeza gacha y cuando estuve en el ascensor choqué mi cabeza contra la pared produciendo un gran sonido. ¡Tonto! Revolví mi cabello y volví a suspirar. Bueno, tampoco es el fin del mundo, siempre vuelven cada tres meses. En tres meses volveré a verlo, y conseguiré que me den ese trabajo.

Cuando se abrió la puerta del ascensor una sombra me cubrió por completo. Dos...¿golems?

Me quedé callado e intenté pasar desapercibido, lo mejor sería no bajar y hacer como si nada. Ellos entraron en el ascensor y me pegué a una esquina. Me habrían tomado por un beta...

?a- No estaba, ¿ahora que le diremos?

?b- No me preguntes, ni siquiera sé que vio en ese omega. Comparado con los otros este es una mierda.

?a- A mi no me desagrada, pero tienes razón. No se parece en nada a los anteriores omegas.

Tragué saliva e intenté calmarme para que mi olor no se alterase.

?b- ¿Por qué siempre le durarán tan poco? A este paso pueden descubrirlo.

?a- Eso me pregunto yo.

Miraba nervioso cómo los numeritos del ascensor bajaban poco a poco. Que se abran las puertas ya por favor...Apretaba las bolsa entre mis manos y cerraba mis ojos con fuerza. Que fuese más fuerte que los demás omegas no me hacía resistente a los alfas...

Por fin la puerta se abrió y vi cómo se iban. Rápidamente volvía a pulsar el número 3. ¿¡Por qué este ascensor es tan lento!?

Apreté varias veces el botón y vi cómo los hombres salían a la calle reuniéndose con otros compañeros en frente de la limusina que había visto en la universidad. Se me secó la boca cuando la puerta de la limusina se abrió y salió ese hombre. Lo único diferente era su cara, era de enfado extremo.

Mi garganta se cerró cuando, por un segundo, antes de que se cerrasen las puertas del ascensor, nuestros ojos se encontraron. Un escalofrío me recorrió y apreté los dientes. No...mi instinto no se equivocaba para nada, ese hombre era peligroso. No se qué habrá hecho con los omegas de los que hablaban esos dos hombres, pero seguro que no les había enviado a trabajar al extranjero.

Las puertas se abrieron y como una bala abrí la puerta de casa. Cerré con llave y me quedé detrás de esta escuchando atentamente. No se oían pisadas. Solté el aire que llevaba reteniendo desde que salí del ascensor y fui a la cocina. Todo el hambre que tenía se había evaporado. ¿Por qué habían venido esos hombres a buscarme? Miré por la ventana y ya no había rastro de la limusina.

El resto del día no lo pude pasar más inquieto, encima había llamado a mis padres para saber si ellos estaban bien un montón de veces y habían acabado enfadándose por mi insistencia. Al final no habían llegado hasta entrada la noche. Cuando salí de mi habitación para recibirlos me regañaron e insistieron en que no los volviese a llamar en el trabajo. Ni siquiera me hicieron caso cuando empecé a contarles lo que había pasado. Pensé en ir a la policía, pero si mis padres no me creían quién lo iba a hacer. Toda la semana estuve en estado paranoico, mirando por la mirilla cada vez que salía de casa y corriendo casi siempre de un lado a otro, pero no pasó nada. Absolutamente nada. Ni siquiera un coche negro que me siguiese como en las películas.

Acabé por decirme que sólo había sido un error, un error de domicilio...o algo así.

Ya habían pasado más de dos meses, y entre exámenes, trabajos y por último pasar el celo encerrado en casa, no había tenido tiempo para preocuparme por coches siguiéndome o alfas secuestradores. Lo que más me había preocupado fue que justo en el momento que comenzó el celo recordé esos ojos. Sólo nos habíamos mirado un segundo, quizá ni había llegado, pero sólo recordarlo me hacía tener escalofríos.

Ya habían acabado todos mis exámenes, y en unos días acabaría por fin el segundo año de carrera. Por fin...Lo único que me preocupaba, era el jueves. El jueves era el primer día de Junio. Justo cuando se acaba el curso, vendrían esos hombres de nuevo. El miércoles casi no dormí, cuando cerraba los ojos otros aparecían en mi cabeza. Eran los ojos más fríos que había visto en mi vida.

Cuando llegó la mañana, estaba pensando en serio en no ir, quedarme en la cama todo el día y descansar todo lo que no había podido, pero ese magnífico deseo se fue al traste cuando mi madre entró y casi, literalmente, me tiró de la cama diciendo que no podía llegar tarde el último día de curso. Al final me resigné y con pasos lentos me preparé para el último día antes de las vacaciones. Me dije a mí mismo que no tenía nada que temer, si venían con suerte me confundirían con un beta y pasaría desapercibido. Me puse ropa simple, nada que destacase y despidiéndome de mis padres salí de casa con la mochila al hombro.  Normalmente me alegraría no tener que llevar el uniforme.

Justo a las 08:30 me senté y esperé a que el profesor iniciase su charla sobre el curso. Miraba a cada poco el reloj, esperando que no apareciesen los coches. A las 10:00, cuando el profesor acabó su discurso y pensaba que ya nos podríamos ir, la voz del director nos mandó ir al auditorio. Mierda.

Me senté en las filas de atrás. Si iba a ser de nuevo un discurso enormemente largo, prefería dormir. Y así fue. El director, un beta de más de 50 años nos recibió y empezó a relatar el discurso que nos había dado antes mi profesor, sólo que dirigiéndose a todos los cursos. Mis ojos se mantenían abiertos a duras penas, y una chica de mi clase me daba codazos para que no me durmiese, que pesadez. Miré el móvil y casi eran las 12:00. Por fin, a y 5 pasadas el director acabó el discurso, me levanté junto a los demás, y cuando estaba a punto de salir por la puerta los vi. 

Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Notaba el nerviosismo de mis compañeros al pasar al lado de los dos hombres que había custodiando la puerta. Eran los dos que estaban en la puerta de mi casa y se habían subido al ascensor conmigo. Por instinto retrocedí unos pasos y miré a ambos lados, buscando otra salida. No había nada, la única salida era en el auditorio, pero con todos los alumnos que había detrás de mí no podría dar marcha atrás. Decidí que lo mejor que se podía hacer era pasar desapercibido, por lo que me coloqué en medio de los demás y me puse a caminar a paso lento detrás de un chico un poco más bajo que yo. Me fijé en cómo miraban a cada uno que pasaba por la puerta, deteniendo a alguno a cada poco para mirarlo más de cerca. Joder... Seguí sin respirar intentando controlarme, pero los escalofríos me atacaban a cada paso que daba. Estaba a solo un metro de la salida y de ellos, y ya podía notar la diferencia que había entre nosotros, aunque me odiase admitirlo. Me sacaban por lo menos una cabeza cada uno, y eso que yo medía más de 1.80. Además, sus brazos cruzados parecían dos mazas enormes. 

Bajé la mirada como todos a mi alrededor y seguí adelante, ya había salido por la puerta, por lo que las dos moles no se habían fijado en mí. Pero una mano acabó en seguida con esos pensamientos. Miré hacia atrás con los dientes apretados y al momento me calmé al ver a un chico más bajo que yo cogiéndome del brazo. Tenía los ojos llorosos y la cara completamente roja. Estaba temblando a más no poder...y de repente lo entendí...mierda. Se me secó la boca al ver a las dos moles abrirse paso empujando a los demás intentando llegar a nosotros. Sin pensar en nada les tiré la mochila y empecé a correr con el chico subido a mi espalda por el pasillo. Nunca en mi vida había sudado tanto. Bajé las escaleras oyendo las pisadas que nos perseguían. Mierda, mierda mierda...

Como un rayo de luz la puerta de salida apareció ante mis ojos, y con ella la figura de ese hombre.

Frené de golpe y los dos hombres que venían corriendo detrás también se pararon. Mi pecho subía y bajaba con dificultad, y mis piernas temblaban por estar soportando el peso del pobre chico a mi espalda.

De una patada baja me tiraron al suelo y el chico cayó al suelo, arrastrándose hasta los alfas. Por eso odio el celo...Estos lo cogieron con una sonrisa asquerosa y se encerraron en un aula.

El sudor frío me atacaba y mis rodillas temblaban por el esfuerzo de correr a máxima velocidad. Apoyándome en la pared, logré ponerme de pie y al hacerlo, me encontré con esos ojos, con esos malditos ojos que me atormentaban todas las noches desde la primera vez que los vi.

S- Guillermo.

Un omega diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora