Capítulo Undécimo

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Victoriano deslizó su mano, mientras con su mirada seguía cada movimiento, acarició el cuello de Inés, dibujo la línea de la clavícula de ella y bajó bordeando la línea del sostén. Ella se arqueó al contacto de su mano, cerró los ojos y se deleitó en las sensaciones que le producía su toque, sus manos fuertes pero delicadas. Suspiró con deseo, con ansias; él observó sus mejillas sonrojadas, sus labios entreabiertos y la cabeza hacia atrás; con su otra mano tomo a Inés por la cintura mientras bajaba la otra mano a un seno e insistía en darle placer, ese placer que se negaron ambos por ocho años. 

- Inés... - él la pegó a su cuerpo, su boca acarició un hombro y subió besando suavemente el cuello de su mujer - estoy quemándome, Dios mío. 

- Victoriano... por favor, te deseo ahora - las manos de Inés se afincaban a los hombros masculinos, era una delicia sentir los labios de Victoriano, sentir tan cerca el calor de ese cuerpo que la acompañó en tantas fantasías, en tantos sueños - Te he esperado por tanto tiempo - dijo con la voz llena de deseo.

Esas palabras hicieron que Victoriano perdiera el control, apretó a Inés contra él, fundiéndose en ella en un beso cargado de promesas, de deseo, de pasión, y de amor... La llevó hasta la cama, y la acostó suavemente, por un momento la abandonó para quitarse la ropa; Inés temblaba de expectación, era tan hermoso, tan fuerte y tan masculino, la excitaba saber que dentro de tan solo unos momentos sería suya y él sería de ella. Ella gimió ante las imágenes que se conjuraron en su mente una tras otra, llenas de erotismo, llenas de sexualidad. Victoriano se tumbó a su lado, y se dedicó a besarla y a tocarla, se separó para verla a los ojos  

- Inés quiero que sepas... - ella no quería que se disculpara, no quería recordar que había estado con otra mujer, quería que para él fuese ella la única en ese instante.

- Por favor, hazme el amor - lo besó con fiereza, las emociones que fluían entre ellos, parecían querer provocar un incendio, una explosión, Victoriano la levantó un poco, y le desabrochó con pericia el sostén, liberando los senos en tensión, los senos que ansiaban ser acariciados   

- Eres hermosa - dijo apreciando los bien formados y firmes senos de su mujer;  ahora Inés sería su mujer, la mujer que deseaba en ese instante con locura delirante.  - siempre quise saber cómo sería tu sabor - sin dejar de mirarla a los ojos, con su lengua acarició los pezones endurecidos de Inés, mientras ella solo podía agarrarse con fuerza a los hombros de él, sus uñas estaban enterradas en su piel, pero a ninguno de los dos pareció importarles.

- Victoriano te deseo... ahora  - él obedeció a la suplica de Inés, y bajó sus manos hasta sus braguitas, deslizando suavemente la prenda de vestir, hasta que la dejó solo en sandalias de tacón, luego se deshizo de ellas, deleitándose en las piernas largas de su esposa; parecía conocer su cuerpo, sabía dónde tocarla y cómo hacerlo. El corazón de Victoriano estaba acelerado como nunca, se quitó su ropa interior y se pegó a Inés, a la vez que ella se arqueaba al sentir el cuerpo caliente y duro de su marido, gimió y él enterró su cara en la curvatura del cuello de Inés.  

- Esos sonidos que haces, van a matarme - respiró hondo para calmarse, estaba muy excitado, no sabia si podría aguantar mucho tiempo pero deseaba darle a Inés el mayor placer que hubiese sentido, que olvidara cualquier relación que hubiese tenido, que olvidara las manos de otros hombres, los besos de otros.  Victoriano tomó en sus manos las muñecas de Inés y las colocó sobre la cabeza de esta - abre los ojos Inés, quiero verte; Quiero que me veas, que tus ojos  me vean cuando entre en ti.  - ella obedeció, Victoriano se acercó se preparó para entrar en el cuerpo de ella, antes de hacerlo la besó dulcemente sellando esa ocasión, era amor. Victoriano llevó su sexo hasta el vértice entre los muslos de su esposa, estaba húmeda, caliente, y tensa... Él se adentró en las profundidades del cuerpo de Inés, en el calor de ese hogar que debió ser suyo hacía ocho años... ocho años en los que inconscientemente ella habitó en sus pensamientos.

Decisión de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora