Capítulo 1
Micah miró a su alrededor. El bosque se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Levantó la cabeza y olfateó la brisa que sopló en su dirección. Siempre hay una historia tras el olor. Su padre le enseñó eso. Olía a bosque, a tierra, a río y piedra, pequeños animales, a vida y muerte... pero sobre todo, olía a lobo.
Micah arrugó la nariz, era el territorio de una manada, de hecho era el territorio de la misma manada que había olido kilómetros atrás y por lo que su nariz le decía, no parecía que el final estuviera cerca.
Los territorios eran tan extensos como grande era la manada que lo ocupaba y a juzgar por el tamaño de este, Micah temió haber topado con una de las grandes. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Tenía que alejarse de allí antes que alguien advirtiera su presencia. Si estaba seguro de algo, era que detrás de una gran manada había un Alpha poderoso y eso era algo que debía evitar a toda costa. Se le erizaron los pelos de la nuca, llevaba caminando días desde que había olfateado a la manada por primera vez y procuró por todos los medios no poner un pie en su territorio, no tenía ninguna intención de hacerlo, pero se le acababan las opciones.
Micah era demasiado joven para estar tan cansado. Llevaba toda la vida corriendo, huyendo sin un techo sobre su cabeza. Se dirigía al norte. Desde siempre. Cuando era un niño feliz, en una manada que le quería, los ancianos le explicaban historias de los territorios abandonados del norte. Una tierra inhóspita y salvaje. Los lobos antiguos vivieron allí antes de emigrar a territorios más cálidos y con abundante caza... así fue como aquellas tierras quedaron abandonadas y por eso Micah se dirigía hacía allí. Un lugar sin manadas, sin humanos... un hogar.
Necesitaba un hogar. Dejar de huir y tener miedo... necesitaba dejar de correr y por eso se dirigía al norte. El recuerdo de aquellas historias impulsaba sus pasos.En todos esos días en los que el dolor solo se comparaba con la aplastante soledad o el miedo amenazaba con tumbarlo, ese recuerdo era lo único que lo mantenía en pie, era a lo que se aferraba, con uñas y dientes, con garras y colmillos, con todo lo que tenía, que era solo su vida... por eso no podía rendirse. Necesitaba encontrar la manera de cruzar.
Llevaba días tratando de encontrar un paso, pero parecía que el bosque se extendía hasta más allá del horizonte. De nuevo se estremeció, debía hacer algo. Era peligroso quedarse parado tan cerca de ese territorio. Por nada del mundo se le ocurriría cruzar sin permiso y menos aun con la que sospechaba debía ser la manada más fuerte con la que había topado y la diosa sabía que Micah se había tropezado con unas cuantas.
"Qué debería hacer..." Era todo lo que podía pensar, mientras se puso de nuevo en movimiento. A veces juraría que podía caminar durmiendo, avanzaba con cuidado, silenciosamente como un fantasma, su padre se aseguró de eso. Micah se movía con el bosque siempre respetando el límite del territorio, "qué debería hacer" estaba tan cansado... quedaba poca luz, tenía hambre y pronto el frío de la noche le calaría en los huesos. Se alejó del límite del territorio y buscó un desnivel en el terreno o un árbol que pudiese dar refugio.
Encontró un viejo roble, las raíces se anclaban en la tierra que había cedido formando un pequeño hueco, le valdría. Limpió el suelo, y recogió algunas hojas para hacer una cama. Habría sido mejor una cueva, hacía frío y no encendería un fuego que pudiera llamar la atención. Suspiró derrotado. Extendió una vieja manta sobre las hojas y se desnudó. Guardó su desgastada ropa en la mochila y la escondió entre las raíces del viejo roble, inclinó su cabeza y llamó a los espíritus del bosque. Debía pedir permiso y agradecer.
Poco a poco las familiares luces revolotearon a su alrededor. Aprobaban su presencia eso significaba que el bosque le acogería una noche más. Micah se dejó caer al suelo y cambió. Su piel picó y se estiró, sus huesos se rompieron y se reorganizaron para traer al lobo, su pelaje salió y el grito contenido se convirtió en el gruñido del animal con el que compartía su alma.
Su lobo era pequeño, incluso para un omega. Era ágil pero demasiado delgado, como Micah. Los lobos se parecían a su contraparte humana. Olfateó una vez más, dio un par de vueltas a su improvisada cama y se acurrucó buscando su propio calor. "Mañana será otro día".
Era consciente de las decisiones que tenía que tomar. No podía seguir desviándose de su camino, necesitaba encontrar un paso a través de ese territorio... pero sencillamente no podía entrar sin permiso o sería cazado... de nuevo... y eso no podía pasar.
Micah se durmió escuchando el latido del bosque. "Es un buen lugar" pero no para él. No había un lugar para él. Había nacido omega, y su condición era una maldición. Una abominación, su manada se lo dejó muy claro. Lo único que le salvo en su día de morir fue su padre. Un padre distante que le enseñó a ser fuerte, a luchar a no rendirse jamás. Si a pesar de todo lo que había vivido hasta ahora no se había rendido, si no había cedido a desvanecerse en su lobo, era porque su vida no era suya para decidir perderla. A fin de cuentas él había matado a su padre. Le debía seguir adelante. El pequeño lobo resopló y tapó su cabeza con la cola. "Los lobos están cantando", fue lo último que pensó mientras se abandonaba al sueño.
La noche se llenó de pesados aullidos que se arrastraban a través del bosque, elevándose hacía el cielo, acunando al pequeño omega.
NA: Hola a todos! Ahí está, es la primera. Así que a todos los que os paréis en estas líneas, a todos los que os toméis unos minutos para leer... GRACIAS!!
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Manada
WerewolfUn pequeño lobo. Micah, un hombre lobo omega. Una abominación para su raza. Rechazado, repudiado y tras sobrevivir a un infierno, sigue en pie, con la única esperanza de encontrar un hogar en los territorios abandonados del norte. Debe tomar una de...