Capitulo 18: Imposible.

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El camino al Quemador no era el más lindo de todos y menos cuando ibas sola. En un momento las calles empezaban a ser de tierra, los autos pasaban al lado tuyo sin importarles nada. Pero me tenia que acostumbrar las cosas con Teo seguían igual, no hablábamos, no nos mirábamos, nada.

Me acerque a la oficina de Gregorio cuando llegue, me pareció escuchar la voz de mi mama ahí dentro. Pero era imposible, iba a entrar igual cuando escuche su nombre.

-Débora es el momento. Ahora se lo tenes que decir - ¿Decir qué? ¿Qué secretos escondía mi mama?

-No puedo, me va a odiar. No puedo decirle que sos su hija ¿Como lo voy a justificar?

De un momento al otro, todo daba vueltas y tenia calor. Era imposible, yo no podía ser su hija, no, no podía. ¿Como Débora había sido capaz de engañar a mi papa? ¿Y a mí? Todos estos años. No sé de donde saque fuerzas, pero entre en esa oficina y encare a los dos.

-Débora explicame ya lo que está pasando - cerré fuerte la puerta.

-Yo no... No puedo, no sé que... - dudaba.

-¡Ahora!

-No sé como decírtelo.

-¿Esta basura es mi papa? ¿Cómo me mentiste así? Y a papa... - todo daba vueltas.

-El es...- susurro sin poder mirarme.

- Vas a venir a vivir conmigo, perdimos muchos años hija querida. No quiero objeciones sino sabes quién paga por vos - no podía ser tan cruel, Teo iba a pagar por mí. Lo sabía. Y aunque estábamos peleados y el no me quería ver más yo no podía dejar que soporte los golpes solo.

-Está bien, pero no lo lastimes mas - pedí, casi rogué con la voz atascada en un llanto que no salía.

-Siempre cuidándolo. Es raro lo de ustedes, están dispuestos a dar todo por el otro, ese amor incondicional, tan puro y real. Es irrompible, inquebrantable. Trate de romperlo pero no, nunca miraste a mi hijo como lo miraste a Teo - hablo con voz sombría. Cuando termino de hablar dejo el cigarrillo de menta y se dirigió hacia una mesa llega de whisky y licores.

-¿De qué hablas? ¿Qué hijo? - no entendía nada.

-Nilo, ¿Te acordas? El pobre está destruido, se tuvo que ir para que mi plan funcionara. Tengo que decirte que esta perdidamente enamorado de vos desde que son chicos - no era posible. Pero casi como si nada imágenes de un nene rubio escondido atrás de una mesa de Black Jack aparecieron en mi mente. Era verdad, Milo y Gregorio me engañar todo el tiempo.

-¿Como nunca te vi en el colegio? - yo compartí toda mi secundaria con él.

-Milo fue mis ojos todo ese tiempo, yo no estuve en el país esos años, solo volví para algunas cosas.

Esto cada vez era más loco y cruzado. Pero a la vez encajaba perfecto.

-Dejame sola con Débora y después nos vamos - pedí firme. Iba a irme si era para salvar a Teo, lo iba a hacer. Pero había algo que me asustaba un poco y era el hecho que no sabia cuando lo volvería a ver, aunque no quería verme más.

-Quiero la verdad - hable a Débora. Estábamos solas en la oscuridad.

-Fue cuando estaba peleada con tu papa. Estábamos en Las Vegas, yo estaba en mi máximo esplendor, quería más y más... Era tan buena jugando. Esa noche nos peleamos fuerte, nos gritamos, dijimos cosas que lastimaban. Salí del hotel y me encontré con Gregorio. El y todo su encanto, todas sus promesas,  deslumbraban a cualquier mujer y a una despechada, lastimada y resentida no te imaginas cuanto. Fue solo una noche, y cuando el descubrió lo buena que era con el póquer nunca más me dejo en paz. La tarde que descubrí que estaba embarazada, no lo podía creer, me parecía imposible y nunca tuve el valor de decirle a tu papa, ni a Gregorio, ni siquiera a vos.

-¿Es todo lo que tenes para decir? - pregunte fría.

-Si, es todo. Hay una cosa más, espero que algún día puedas perdonarme, yo todavía no me perdono por lo que hice. Ojala en algún momento vos puedas hacerlo, pero sabe que siempre quise cuidarte.

-Yo tampoco me perdonaría, y si quizás algún día pueda.

No dije nada mas, la verdad es que no tenía mas nada para decir. Todo esto me colapsaba, no entendía como las cosas habían dado este giro.

Cerré la puerta tras de mí y me dirigí a la camioneta negra y enorme de Gregorio y cuando lo vi me di cuenta que él no era, no fue y nunca va a ser mi papa.

Porque él no me llevo el primer día de clases a la escuela, porque no enseño a andar en bicicleta, no me llevo nunca a tomar un helado, porque nunca me llevo dormida del sillón al cuarto, ni me despertó con el desayuno en la cama en el día de mi cumpleaños. Porque todo lo que Octavio, mi verdadero papa, hizo,  él nunca lo va a hacer. 

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