Capitulo 24: Volver, siempre.

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Miré el reloj por décima vez en la noche, dos de la mañana. Definitivamente esta noche no iba poder dormir, mañana iba a estar horrible pero no me importaba. Gregorio había programado una entrevista de prueba de vestido para mi casamiento, de solo pensarlo quería tirarme por la ventana de mi cuarto. Tocaron la puerta, suspiré que no fuera Milo. La última vez que vino a mi cuarto, prácticamente quiso violarme, le pegué fuerte y se fue diciéndome un montón de cosas irrepetibles. Agarré un palo que había encontrado en el jardín una vez y lo guardé por precaución. Vacilante abrí la puerta para encontrarme con Teo en unos pantalones de gimnasia y el pecho descubierto. Y una caja violeta en las manos. Hoy debía ser el día que le tocaba quedarse, Brian había estado por la noche ayer.

-¿Qué haces acá? Me asustaste – hablé con el palo en mi mano todavía.

-Siempre me estás por pegar con algo. Te traje lo que me pediste, además no puedo dormir.

Cuando la caja estuvo sobre la cama, casi salté arriba para abrirla. Ahí tenía todos mis recuerdos, los más importantes, desde fotos con mi papá en cada lugar que íbamos hasta alguna con mi mamá antes de que se fuera. Dibujos de Teo, su regalo de cumpleaños: una pulsera con un dije de cada palo de las cartas de póquer. Era hermosa. Fotos con Clara, Felipe y Olivia. Fotos de las vacaciones a México. El primer mazo de cartas que me había regalado mi abuela Lila, ella me enseñó a jugar, la mamá de mi mamá.

-Esto es lo más viejo que vi en mi vida – dijo agarrando las cartas de póquer.

-Me las regaló mi abuela, es una reliquia nene – se las saqué de la mano - ¡Tomi! – grité susurrando agarrando mi tortuga que era lo último que quedaba en la caja. Lo abracé contra mi pecho, Teo me miraba con cara divertida. Se reía de mí y de lo infantil que era.

-No puedo creer que quieras tanto a esa tortuga – negó con la cabeza.

-¿Por qué viniste? – pregunté sin dejar de abrazar a la tortuga.

-No podía dormir.

-No, no. ¿Por qué viniste a la casa de Gregorio sabiendo que yo estaba acá? Me dijiste que no querías verme nunca más – lo miré a los ojos.

-Estaba enojado, yo… yo no, no podría quedarme lejos tuyo. No otra vez, Enero no fue malo solo para vos.

-Nadie dijo eso Teo, solo quería saber… No importa – empecé a acomodarme para irme a dormir, o por lo menos tratar.

-¿Qué era lo que querías saber? Decime.

-Yo… No importa, enserio, no importa. Anda a dormir.

-Decime.

-Nosotros… ¿Se terminó para siempre? – tenía un nudo en la garganta. Se quedó callado – No importa, anda a dormir.

-No puedo dormir si no es con vos, me cuesta mucho. Me acostumbré a vos y a todas tus cosas, ¿Sabés? Dormida me das besos en el cuello y en un momento me queres tirar de la cama. Cuando tenés pesadillas te subís arriba mío y me abrazas fuerte. Después de un rato volvés a tu lugar en la cama y me agarrás la mano – no podía creer que él sepa tanto de mi cuando dormía.

-¿Te quedas despierto y me mirás? – pregunté incrédula.

-A veces no puedo dormir y otras si te miro.

-Estás mal de la cabeza – negué riendo.

-Ahora si quiero saber ¿Por qué viniste esta noche? Tenés novia… - me tapé con el acolchado blanco de plumas, inconscientemente dejando un lado de la cama vacía. Siempre, secretamente dejaba un lado de la cama para Teo.

-Te extraño – dijo sin más y dejó un beso en mi boca. El que tanto quería. El que tanto necesitaba. Lo tomé de la nuca intensificando el beso, me puso debajo de él.

-No puedo… Vos estas con Érica – dije casi llorando.

-Tenés razón, yo me voy mejor – no me dio tiempo para pedirle que se quede, que ya se había ido por la puerta.

Y ahí estaba yo, sentada sola en la oscuridad, solo la luz de la lámpara de la mesita al lado de mi cama, me alumbraba. Luché contra todos mis impulsos de no ir a la habitación de Teo pero no podía simplemente, yo también me había acostumbrado a él.

Caminé casi sin pisar para que nadie se despertara, abrí la puerta de su cuarto. Teo dormía, tortuga en mano, me acosté en su cama y lo abracé por la espalda. Al segundo se despertó.

-¿Qué haces acá? – preguntó desconcertado.

-Me parece que yo también me acostumbre a que me abraces por la cintura todo el tiempo y dormido me des besos el cuello – le sonreí en la penumbra.

-¿Vos me miras cuando duermo? – preguntó.

-A veces – me reí.

-Y después yo soy el que está mal de la cabeza – me abrazó y escondió su cabeza en mi cuello y dejó un beso ahí - ¿Es necesaria la tortuga?

-Muy- suspiró cansado en mi cuello cuando dije eso.

Y en ese momento todo tenía sentido, porque éramos así, podíamos pelear y lastimarnos con las palabras, pero siempre íbamos a volver al otro. Siempre.  

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