Capítulo 1

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Cuando Mike, mi hermano, trajo a casa a su bebé, supe que llegaría tarde al aeropuerto, faltaba media hora, y Mike me había suplicado que le cambiara el pañal a Stephi. Acepté. Pero solo por dos razones: porque sé que Mike aún no sabe cambiar pañales, y porque siempre fue un buen hermano.
Termino con la bebé, faltan veinte minutos, mieeeeeeerda. ¿Por qué esto me tiene que suceder a mí? De todas las secretarias en la empresa, tuvo que ser a mí a la que enviaran a Estados Unidos.
Mike me abraza, sabe que no volverá a abrazarme por un largo tiempo.
Salgo de mi edificio, con mis maletas.
—¡Taxi! —pero lo único que hace es pasar como un rayo, y hacer que mi cabello castaño rojizo recién peinado vuele por todas partes.
Respira Danielle, respira.
Pasan dos taxis más, hasta que por fin uno frena, me subo.
—al aeropuerto, por favor. Trate de llegar lo más rápido posible.
Por el retrovisor veo la sonrisa malvada de mi chófer. Luego arranca el auto de un tirón.
Faltan diez minutos, los claxones de los autos suenan por doquier. Vaya día de mierda, y esta cola de autos no se pone en marcha. Perderé el vuelo, seguro. ¿El taxista lo habrá hecho a propósito? Imposible, ¿Qué clase de poder tiene él, cómo para hacer un tráfico?
Me inclino para poder hablarle al hombre.
—¿Cuánto falta para llegar?
—son como... Uhmm... Cinco minutos.
—Bien, gracias—saco los billetes y se los doy, salgo del taxi y comienzo a correr. Tratando de hacer lo imposible para que mi tacón no se rompa.
Llego a la entrada, ilesa, y cuando toco la alfombra que dice "WELCOME" mi tacón se rompe. Nooooo. Joder. Joder. Joder.
No importa, tengo tiempo... Creo.
Corro al segundo piso, y cuando llego corriendo hasta una secretaria, me siento una acosadora, o peor, una loca. Debo de verme horrible. Tomo aire, antes de hablar.
—¿el vuelo a Estad...?
—Ya salió.
Me siento fría, de seguro se me debe de haber bajado la presión. Sí, debe ser eso. Estoy a punto de marcharme.
—Pero hay otro vuelo, sale en una hora más o menos.
Sonrío. Y le agradezco infinitamente, busco un baño, y cuando observo mi reflejo me doy cuenta de que estoy más espantosa de lo que imaginaba.
Rímel corrido, despeinada, ropa sucia, tacón roto.
Bien, compraré algo nuevo. Algo más cómodo. Salgo con el poco orgullo que me queda.
Compro una camisa de seda azul, y un Jean negro, con unos tenis negros también. Entro al baño y me cambio, tiro mi anterior ropa al basurero, con las miradas expectantes de otras chicas. Me lavo el rostro, y saco de mi maleta el maquillaje. Miro las brochas y luego mi reflejo en el espejo.
No, no más maquillaje por hoy. Lo guardo.
Saco una goma y me recojo el cabello, en una cola alta. Parezco una chica normal, despreocupada. Aunque he tenido el peor día de mi vida.
Agarro mis maletas y salgo del baño, choco con un pecho.
—Lo siento...
—yo lo siento, estaba buscando el baño de hombres, pero claramente me he equivocado—su voz ronca me obligan a mirarlo directamente a los ojos, ojos azules. Me da miedo.
—¿Quieres ir a tomar algo conmigo? —asiento, y no sé si lo hago porque me da miedo, o porque realmente el hombre es atractivo.
Tomamos café caliente. Me cuenta su vida, y yo parte de la mía. El también llegó tarde a su vuelo, tendré que irme con él en el siguiente.
A medida que seguimos hablando me da un poco de menos temor. Las apariencias. Cuando llega la hora de nuestro vuelo, me sorprendo a mi misma tratando de que a Julian y a mí nos toque juntos. Para seguir charlando. Lo logro.
Su compañía ya no me molesta en absoluto.
Cuando el avión está listo para despegar, me pellizco la palma de la mano, para evitar que alguien note mi miedo a estas cosas voladoras. Una vez en el aire, seguimos hablando de la familia de Julian.
—¿Cuánto llevamos de vuelo? —inquiero. Julian observa su reloj.
—una hora, deben de faltar solo treinta minutos para que lleguemos... Bien, ya hemos hablado mucho de mí, ¿Qué hay de ti, Danielle?
¿De mí? ¿Qué hay de mí? Le diré que no sé, o que me agrada hablar sobre él, o lo que sea.
—¡TODOS QUIETOS, LOS VAMOS A TOMAR DE REHENES!
Se escuchan unos cuantos quejidos y grititos, yo me quedo quieta, obediente. Tieza del miedo. No. Van a secuestrar el avión, no quiero morir.
Observo al hombre que gritó, está unos puestos delante de mí. Un chico de cabello largo lo agarra de los hombros.
Tiene secuaces. Estamos fritos.
Pero luego ellos, y unos cuantos chicos más comienzan a reírse de su propia broma. El chico del cabello largo se disculpa por su amigo.
Pero yo estallo:
—¡¿Estás loco, qué te pasa?! ¡Nos pudiste haber matado del susto!
Le grito al hombre, que lleva una camisa de cuadros y está festejando su broma. Me mira de pies a cabeza, no sabía que me había levantado de mi asiento.
—Cálmate, pelirroja. Era solo una broma.
—No me vengas a mí conque: "Era una broma". He tenido un día de mierda. Lo único que quiero es descansar, pero veo que con gente tan estúpida como tu, eso será imposible.
Su sonrisa traviesa se borra, y por un momento me siento mal, y deseo disculparme. ¿Qué iba a saber él que yo había tenido un pésimo día? Pero no, se lo merece.
Me siento. Y el hombre también, en silencio. Creo que ya no habrán más bromas.
Cuando anuncian que el avión por fin aterrizará, vuelvo a pellizcarme. Agradezco a las azafatas por su hospitalidad. Cuando ya estamos afuera, la noche está entrando, y el viento gélido me hace quejarme. Debí haberme comprado algún suéter.
Julian me sonríe.
—¿Quieres que nos sigamos viendo?
—Claro que sí, Julian.
—Vale, te daré mi número.
Comienza a tantearse los bolsillos.
Siento una mirada clavada en mí, la he sentido desde que estuve bajando las escaleras del avión. Me están observando y sin ningún disimulo. Julian se da la vuelta, para sacar de su maleta alguna tarjeta, yo aprovecho su despiste y miro atrás.
Está el chico bromista del avión, apoyado en su maleta, con un enorme saco de nieve. Mirándome fijamente. El no aparta la mirada, ni yo. Ninguno de los dos quiere ser débil. El viento le hace rebotar algunos mechones castaños.
Vuelvo la vista, el cabello rubio de Julian no se compara con el de ese chico. El castaño le supera.
Me entrega una tarjeta y yo la guardo, nos abrazamos, y tomamos direcciones diferentes. Fue una excelente charla la que tuvimos.
Siento unos trotes. Pongo los ojos en blanco.
—¡Pelirroja!
Sigo caminando. Hasta que me agarra del antebrazo.
—¿Quieres ir a tomar un café conmigo? —sonríe de lado, observo sus ojos, azules, muy azules. Pero estos no me causan temor, me suelto de su agarre.
—¿Qué te hace creer que iré a tomar un café contigo? —le reto.
—Pues la noche apenas comienza. Y además, yo invitaré.
Lo último logra convencerme.

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