Capítulo 19

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Siento el impulso de llorar, los ojos me escuecen pero estoy seca. No tengo más lágrimas... Quiero gritar. Quiero a Grant conmigo...
¿Por qué de todas las mujeres tengo que ser yo la que se encuentre en este estado? Asustada, herida, desnuda, atada y con una sentencia de muerte firmada con mi propia sangre.
La puerta delantera rechina. No, otra vez no.
—Traje agua —su voz dulce me estremece. Puede parecer tan inocente, pero sigue siendo el mismo hombre que dos horas atrás me tocó perversamente.
No le respondo, me quedo en silencio. Miedo a contestar algo que no quiera escuchar, y por dignidad. Prefiero morir de sed a tocar un vaso de agua que anteriormente haya estado entre sus dedos.
—Danielle—susurra Julian, preocupado. Siento el impulso de consolarlo, abrazarlo, hasta que sus gestos se contraen y sus ojos se abren. Tira el vaso de agua a la pared más cercana. Me hago un ovillo y reprimo un grito.
—Todas las mujeres son iguales... —vocifera. Esta vez lo confronto.
—Mientes...
—¿Miento? Ja—se mofa de mí —Todas sois unas putas, sin corazón, lastimáis a las personas a vuestro antojo... Como ella...
¿Cómo quién?
—Como mi madre—continúa.
Lo sabía. Su conflicto es maternal, planeo indagar para saber lo que ocurrió con su madre, pero no es necesario. Él solito decide continuar.
—Mi madre era una puta—su mandíbula se tensa, y sus ojos se cristalizan. —Pero sabes, Danielle... Ese no era el problema. La veía como una heroína. Trataba de darme un bocado de pan aunque tuviera que vender su cuerpo... Era una buena madre, no necesitábamos de una figura paterna. Pero las máscaras se caen ¿sabes?... Y una noche, esa puta arrastrada entró a mi cuarto... Y yo era un niño—me mira fijamente— y me tocó... Sin pudor... Y yo no sabía lo que me hacía. Era un niño.
«Hasta que un día la vi haciendo su trabajo, supe que lo mismo que le hacía a esos hombre, me lo hacía a mí. Y me sentí sucio... Una porquería... —su sonrisa maquiavélica aparece. Ya me parecía extraño el no verla— así que la maté...
Camina pesadamente a mi alrededor y agarra unas tenazas, admirándolas como si fuesen el objeto más hermoso que alguna vez haya visto.
—Y le despedacé la vagina... Corté su clítoris en pedacitos hasta que solo quedaron migajas... Los senos los arranqué y saqué un poco de carne de ellos para rellenarlos nuevamente con los restos de su sexo... El sexo con el que nos alimentaba. El sexo que me hacía tocar a mí, penetrar... Y huí...
No puedo controlar más la bilis que sube por mi garganta y vomito. Ladeo la cabeza para no ahogarme con mis propios jugos gástricos. Las lágrimas por fin brotan. A Julian no parece importarle en absoluto que haya vomitado encima mío, o que esté llorando desconsoladamente, y tiritando por el frío y el miedo. Me acaricia el cabello.
—Mi madre era pelirroja... Una hermosa pelirroja... Igual que tú, princesa... —baja su mano a mis senos— recuerdo que mi madre me daba gustos. Y una vez a la semana siempre me compraba chocolates, y me los daba después de obligarme a hacerle sexo oral... Como si un chocolate fuese a compensar mi sufrimiento... Como si el sabor dulzón del chocolate me hiciera olvidar el sabor de sus asquerosos labios vaginales en mi lengua...
Se inclina dándome la espalda. Cuando se vuelve tiene un chocolate en la mano.
—Julian... Julian... —mi voz desesperada se corta —Yo puedo ayudarte... Por favor... Puedes superar esto, ¿si? —las lágrimas calientes me recuerdan que esto es real, que no es una de mis pesadillas. —No tienes que hacerme esto, ni hacerte esto... Por favor...
Esa ya es la gota que colma el vaso. Mi última esperanza: rogar, implorar misericordia. El límite de la desesperación es ese, y yo ya lo toqué.
—¿Ves lo egoísta que eres? —me sonríe, como si sintiera lastima por mí, y no lo dudo, a fin de cuentas es él quien me tiene atada y vulnerable ante él. —Solo dices eso para salvar tu culo... No te importo y nunca lo haré.
Mi llanto se intensifica, y no dejo de gemir mientras suplico "Por favor, por favor, por favor".
Me mete el chocolate en la boca. Y el sabor dulce se esparce por toda mi cavidad bucal. Siento su aliento en mi entrepierna. No.
Sigo implorando aún con el chocolate en la boca, mis músculos se tensan.
Por favor.
Fuerzo las sogas que amarra mis muñecas y tobillos. Esto no me puede estar pasando a mí. Su lengua roza mis labios vaginales.
El chocolate ya se ha derretido entero en mi boca, me duele la garganta de gritar ahogadamente, todo me da vueltas y la cabeza me duele un montón. Comienzo a ver puntos negros, estoy perdiendo el sentido. Me estoy desmayando o muriendo, las dos opciones suenan bien. Todo se oscurece y mi cuerpo deja de forzarse.
Espero estar muerta. Y no tener que despertar otra vez.


The AirplaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora