Capítulo 5

385 36 6
                                    

Claro, una cita. Eso era todo ¿no? Trataba de convencerme que no era algo tan comprometedor... Pero el mismo lo había llamado de esa manera, una cita. 

Y una cita no es de amigos. 

De acuerdo a mi experiencia a lo largo de mis años de vida, y los pocos noviecitos que conseguí. Una cita termina de cuatro formas: con un beso, con un "No quiero volver a verte", con la friendzone, o con sexo. Y yo, yo no deseaba que ninguna de las cuatro sucediese. Aunque la primera es tentadora. 

Y la última. Pero nunca fui una chica muy hormonal, solo he tenido sexo con un hombre en toda mi vida, y realmente lo amaba. No me acuesto con cualquiera, debo de tener un gran afecto por esa persona, hasta el punto de lograr decirle en un susurro lo mucho que lo amo.

No me malinterpretéis, Grant es... hermoso. Dios, y su cuerpo, una escultura. Pero no tendría sexo con el, ni hoy, ni mañana. Simplemente porque aún no lo conozco, y no lo amo. Aunque, es provocador el simple hecho de imaginarnos así, sudorosos, gimiendo, sin importarnos nada. 

Pero hoy no. 

Grant fue a buscar a sus amigos, y yo me vestí para ir a trabajar. La limusina vino a por mí, y llegué en cuestión de cinco minutos. 

Me llevaron donde mi nuevo jefe. Entré a su oficina, y su espalda ancha me hizo estremecer, sabía quien era, pero tenía la ciega esperanza de que, cuando se diera la vuelta no sería quien yo sabía que era. 

Pero había acertado:

—¡Danielle! —Julian suspiro, parecía entusiasmado de tenerme ahí. Pero me asustó su gesto, ese gesto que decía que, ya me estaba esperando. 


Volví al apartamento a eso de las siete, y me di una ducha fría, el encuentro con Julian me había dejado un poco... indispuesta. 

Cuando me secaba el cabello con la toalla blancuzca me pregunté qué usaría, ¿Ropa casual? ¿O elegante? No habíamos hablado sobre ello. 

Pero tal como una señal, mi clóset estaba abierto, el primer vestido que se veía, espléndido, uno negro, largo. Lo agarré. Tiene un escote bastante largo en la espalda, y un poco más en el pecho. ¿Al ponérmelo me veré como una necesitada? ¿Sedienta de sexo y un hombre en mi vida?

Espero Grant no piense mal de mí. Pero cuando la fina tela se desliza por mi cuerpo, solo puedo pensar que le encantará. 

Tocan a mi puerta, tres veces. Sonrío y abro, pero no es él. Es un chico, con unas rastas, me sonríe. 

—¿Te conozco? 

—No, pero a Grant, sí. 

Es amigo de Grant. 

Me hace un gesto con la cabeza, para que lo agarre del brazo. Me río, que chico tan peculiar. 

Cuando estamos en el ascensor se carcajea. 

—Grant tuvo que entrarme. Pensaron que robaría el hotel... Estas rastas hacen maravillas. 

Me río. 

—Bueno, no pareces un ladrón, realmente... Por algo no grité cuando abrí la puerta. —añado divertida. El chico ni se inmuta, ¿he dicho algo malo? Estoy a punto de disculparme cuando me responde. 

—Ya veo porque le gustas a él —me guiña el ojo, y me saca del ascensor. —Madam, su caballero de armadura oxidada la espera afuera. Disfruten su velada.

Sin escrúpulos, le guiño un ojo y le beso la mejilla. Salgo del hotel y allí está él, con traje también. No fallé, y eso me aliviana. 

Tiene un smoquin negro, se ve apuesto y muy elegante, y ese moño apretado en su cuello, lo hace ver sexi y lindo. 

Se inclina un poco y me da un beso en los nudillos, desearía no haberme puesto unos guantes negros, solo por sentir el verdadero roce de sus labios en mis delgados y pequeños dedos. 

—Verás... No tengo caballos, ni un descapotable... ¿A esta hermosa señorita le molesta caminar con este hombre a la luz de la luna?

—¡Amo la luna!

Agarro su brazo y comenzamos a caminar, paramos frente a un restaurante, que de lejos, por lo menos, se ve bastante costoso. 

Entramos, y sí, debe de ser costoso... No puedo mencionar un solo objeto de este lugar que no parezca hecho de oro puro. La camarera saluda a Grant, el le devuelve el gesto, y yo le sonrío. Nos guía al patio trasero, donde no hay nadie más que nosotros. Una mesa, con un mantel blanco, unas velas y flores. Me siento antes de que Grant haga su gesto caballeroso de correrme la silla, me fulmina con la mirada. Nos dejan solos. 

—Mis amigos son los dueños del restaurante... Lamento no poder reservar una mesa allí adentro, o cubiertos de oro... Y además comeremos hamburguesa, y no langosta de plata. 

Me carcajeo. Qué lindo gesto de su parte. 

Sin pensarlo dos veces, poso mi mano encima de la suya. 

—Comer hamburguesa con utensilios inútiles, en medio de plantas, y solos... Eso es lo más romántico que alguien ha hecho por mí... Es la mejor primer cita del mundo. 

Grant sonríe, y veo unos pequeños hoyuelos, no puedo evitar no unirme a su sonrisa, es contagiosa. Es perfecta. Es hermosa. 

Y allí, en medio de nuestra primer cita, comienzo a pensar que, tal vez, esta cita termine en algo más que, un beso, sexo, friendzone, o un adiós. 


The AirplaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora