Capítulo 18

268 26 1
                                    

ADVERTENCIA: ESCENAS FUERTES.

Cuando despierto respiro hondo, tranquila. Estoy en la vida que deseo, en mi cama, el sol en mi rostro, y como cereza en el pastel: Grant Gustin a mi lado. La realidad es muy diferente a lo que queremos, podrá tener similitudes, pero no es completa. Y en mi caso, mi sueño estaba lejísimos de la realidad a la que en estos momentos me estoy enfrentando.
El frío metal de la mesa donde estoy tirada me da dolores inmensos de espalda. Estoy atada por las muñecas y los tobillos con sogas, lo cual me hace sentir intimidada porque estoy completamente desnuda. Desnuda, abierta de piernas y con mis senos al aire.
El pañuelo en mis ojos no me deja saber qué hay a mi lado, qué o quién me rodea, aunque no necesito saber quién está a mi alrededor, o quiénes. Sé que allí, en algún lugar está Julián.
Comienzo a forcejear con las sogas pero son imposibles de aflojar, y mucho menos de romper, termino mi forcejeo cuando escucho pasos acercándose.
—Es hermosa—dice una voz, irreconocible.
—Es perfecta—replica la otra, el vello se me eriza cuando reconozco su voz. Gruesa, ronca y llena de egocentrismo.
—¿Qué haremos con ella? —añade el irreconocible.
—¿Qué haremos? —responde Julián riéndose. Mofándose de quién sabe qué, su risa maquiavélica me asusta... Más. —No es lo que haremos Roland. Es lo que haré...
Y acto después escucho el sonido ensordecedor de un arma al dispararse. Le ha matado. Ha asesinado al otro hombre. Inconscientemente comienzo a llorar, evitando jadear o gemir para que no se percate que estoy de nuevo en mi estado consciente.
Ahogo un grito cuando siento sus dedos en mi tobillo izquierdo. Sus dedos calludos y ásperos que causan asco, mientras que las manos de Grant son milagrosas, te hacen sentir en casa.
Sus dedos comienzan un viaje tortuoso hasta mi pantorrilla. Mi llanto aumenta, sé que no se detendrá. No quiero que me toque, no quiero que me viole. No quiero sentir su cuerpo cerca del mío. Jadeo.
—Sh, sh... Te gustará—se burla, cínico. Comienzo a gritar desconsoladamente.
—¡NO ME TOQUES! ¡NO ME TOQUES POR FAVOR! —sollozo. Mis gritos aumentan, convirtiéndose en alaridos guturales, tanto que temo quedarme afónica.
Sus dedos llegan a mis caderas, y yo comienzo a patalear y a retorcerme en la mesa como poseída.
—¡Obedece, Maia! —exclama él y me abofetea. Me calmo, no porque me haya golpeado. Si no porque me ha dicho Maia. ¿Quién es Maia? ¿Será su ex pareja de quien, tal vez abusó sexualmente?
Sus dedos comienzan a acariciar mi cadera como si fueran lija. El dolor y el temor que siento me quema todo el cuerpo. No sólo me torturará, se tomará el tiempo de humillar mi cuerpo con el suyo. Mi cuerpo...
Mi mente viaja a aquella noche, con Grant. Lo visualizo como si estuviese en cuerpo de nuevo allá, el en mi cama, dormido. Su cabello castaño despeinado, su nariz puntiaguda, sus labios finos y rosados. Imaginé sus ojos, azules como el mar, pacíficos. Traté de recordar cada detalle de él. Su risa, su voz al estar soñoliento, sus gestos cuando hicimos el amor, sus abrazos. Duele saber que la última vez que lo vi, le expresé que no lo quería en mi vida.
Le mentí.
Y me mentí.
Quiero a ese hombre en mi vida. Lo quiero por las mañanas y por la noche, lo quiero cocinando huevos revueltos y yo abrazándolo por la cintura.
Lo quiero, y ya no lo tendré, porque estos son mis últimos momentos, en los que en vez de ser feliz, sufriré como nunca. Sin despedirme como se debe de nadie. Encontrarán mi cuerpo mutilado, con sus marcas en mi piel, con gritos que jamás nadie escuchó.
Grito de dolor cuando, Julián como un animal, mete dos dedos con ímpetu en mi interior. Es un animal, es una bestia. No estoy lubricada y los ha introducido en seco, sin molestarse si quiera en tratar de hacerme mojar un poco.
Sus dedos arden. Y me siento sucia desde ya. Grito de desesperación, tratando de zafarme. Cierro los ojos, aunque de igual manera no puedo ver, con la esperanza de que hacerlo me transporte a otro lugar. Que mágicamente descubra que solo es otra pesadilla.
Cierro mis manos en un puño, clavándome las uñas.
Sus dedo comienzan un vaivén brusco, y yo me retuerzo de dolor. Escucho sus gemidos ahogados, ¿Cómo le puede excitar esto? El ver a alguien sufrir. Me quita la venda de los ojos de un tirón.
—Abre los ojos—me ordena.
Pero no quiero, no quiero abrirlos.
—¡Ábrelos! —vocifera. Yo obedezco, y desearía enserio que jamás me hubiese quitado esas vendas.
Todo el lugar está sucio, y es enorme. La mesa en donde estoy también está totalmente sucia, ni siquiera se ha dignado a hacer que mis últimos momentos sea  en un lugar decente.
Pero él, él es lo peor.
Tiene el cabello grasiento, los ojos negros, está sucio y sudoroso, tiene una camisa manchada. Y lo peor de todo: se está masturbando con su mano libre, ya que la otra la tiene ocupada torturándome. Aparto la mirada.
—Mírame... Quiero que me veas masturbándome. Quiero que veas cuando me vengo encima tuyo.
Es un asqueroso.
Y sin embargo, estoy condenada a pasar con él, mis últimos momentos.
Trato de no vomitar cuando su semen cae en mi abdomen, y por fin el saca sus dedos de mi interior. La sensación es de puro alivio. Pero sé que se vienen cosas peores.

The AirplaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora