Pero yo no me iba a dar por vencida. No me sacarán de esta ciudad ni de este país antes de que yo averigüe lo que tengo que saber.
Iba a hacer ese viaje a Hampshire, sí o sí. Y averiguaría quién es mi acosador.
Y una vez que toda esta pesadilla termine, llamaré a mi hermano y le diré que lo amo, que extraño a mi sobrina. Le diré a Grant que lo amo. Y cambiaré mi empleo, a algo que me guste. Algo que ame.
No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.
Y hoy mismo puedo llamar a mi hermano. Y acariciar la espalda ancha de Grant, despertarlo y solo decirle lo mucho que lo amo.
Pero no lo haré.
Será una promesa. Sí, una promesa. La promesa de que, hasta que no obtenga respuestas no les diré cuánto los amo.
Mi móvil suena. Es el número de uno de los agentes del FBI. Respondo al segundo tono.
—Hola. —digo, arrastrando las palabras.
—¿Danielle?—pregunta al otro lado de la línea.—tendremos que aplazar tu ida a una hora después. He convocado una reunión con todos nuestros agentes para... Emmm... Hablar de tu caso, ¿te molesta?
Tengo más tiempo.
—No, no me molesta.
Acto seguido corto la llamada y me meto en la ducha. Me lavo el cabello, disfrutando de el agua fría.
Un rechinido se escucha a mi lado. Pero no me altero. Sé quién se está infiltrando en medio de mi ducha.
Las manos de Grant rodean mi cintura desnuda, yo me estremezco por su tacto. Abro los ojos y giro para mirarle.
El cuerpo húmedo, y esa sonrisa rota. ¿Cómo se puede llegar a amar tanto a alguien? Mi cabeza decide descansar en su pecho, pero al cabo de unos segundos su calor desaparece. Doy un gemido en desaprobación.
Ha agarrado el jabón.
—¿No pensarás que uno de mis fetiches es chupar jabón? —le espeto, indecente. Logro sacarle una sonrisa. Si este es mi último día con él no deseo pasarlo en depresión. No merecemos eso.
—Te voy a lavar.
Jadeo solo con pensar en sus manos recorriendo mi cuerpo mientras me unta el jabón.
Estoy a punto de quejarme, pero el ya tiene las manos llenas de espuma, se acerca a mí. Primo unta en mi cuello, lo miro fijamente, mi corazón a mil. Sus suaves dedos bajan por mis pechos, y siguen a mi abdomen, cuando llega a mi monte de venus reprimo mis lágrimas.
No quiero extrañarlo.
No quiero un adiós.
Cuando he quedado completamente enjabonada vuelve a hacer correr el agua. Y entonces dejo que unas cuántas lagrimas caigan.Según me dice Grant, los agentes le dieron la orden de dejarme sola el resto de la tarde. Ellos estarían afuera, protegiéndome. Así que después de las doce de la tarde, Grant abandona mi apartamento.
Me pongo una camisa negra de seda con cuello en V y sin mangas, más un jean negro que, aunque parece ajustado es el más cómodo que tengo. Unos zapatos negros bajos y una chaqueta con capucha para cubrir mi rostro. Guardo dinero en mis bolsillos, incluida la foto de Grant y Seth.Escapar de los agentes que rodean el edificio no me fue tan difícil. Creen que sigo en mi habitación, empacando. Y ellos buscan a un hombre alto, no a una chica pequeña, indefensa y con la cabeza inclinada. Tomo el primer taxi que veo, detrás de la fotografía impresa está la supuesta dirección de Seth McAll, se la doy al hombre y emprendemos marcha.
Para cuando llegamos son las 3.05 pm. Bajo del taxi, y le ruego al hombre que me espere. Le pagaré el dinero de ida y vuelta.
Estoy en frente de una humilde cabaña. Veo gallinas y cerdos alrededor, lo que me hace pensar que en algún lugar ha vacas. Tomo un respiro y toco la puerta de madera.
Me abre una señora mayor, ojos tristes, cabellos dorados y más pequeña que yo.
—Buenas tardes—consigo decir.—¿Está en casa Seth McAll?
La señora me escruta de pies a cabeza, sin disimulo, confundida.
—Ojalá estuviera.
Entiendo el mensaje.
Seth McAll está muerto.—¿Quieres el té con canela? —pregunta desde la cocina. Me revuelvo incómoda en el sillón de flores. Que por cierto huele bastante a moho.
Escucho su risa débil.
—A mi Seth tampoco le gustaba la canela.
Sus pasos comienzan a acercarse.
—¿Por qué no tiene fotos de él?
Me arrepiento de mi pregunta antes de haberla pensado dos veces.
—Oh, no quiero aferrarme al pasado. Cuando mi esposo murió tiré todas sus cosas. No necesito su material para recordarlo.
Ella toma un sorbo de su té, y yo la imito.
—¿Así que... Eres la hija de Edgar Gustin? Jamás supe que tenía una hija, creí que Grant era el único.
Casi me atraganto. Casi olvidaba mi despiadada mentira para infiltrarme allí.
—Casi no hablaba de mí... No teníamos una buena relación... Por eso vine aquí. Quiero conocer a mi padre... Aunque ya sea tarde, encontrar un vínculo más que nuestra sangre... ¿MI padre ayudó a su esposo en un caso, verdad? ¿Con unos pandilleros? Eso creí escuchar.
La señora se carcajea, casi al punto de escupirme su té hirviendo en mi rostro.
—Oh, no, no, querida. Tu padre no estuvo involucrado en el caso de mi Seth.
—¿No?
—No, princesa. Fue tu hermano quien se encargó de él, y quien lo llevó a cabo. Sin tu hermano, mi Seth habría sido cruelmente asesinado. La sangre se me cuela en el cerebro.
Comienzo a temblar. Meto mis manos en los bolsillos para intentar esconder mi de repente tembleque. Toco algo con los dedos, a los segundos sé qué es. La tela del asesino. Allí fue donde la guardé, debí haberme olvidado de sacarla, ha estado toda la noche allí.
Mi pulso se acelera. Saco la tela y la observo unos segundos. Si las piezas del rompecabezas que estoy acomodando están en el lugar indicado, no puedo equivocarme con esto. Acerco la tela gris a mi rostro, la aspiro.
Chocolates. Huele a chocolates. Los ojos se me inundan de lágrimas. No puede ser.
Todo encaja.
No fue coincidencia haberme tropezado con Julian en el aeropuerto. Tampoco que Grant intentara llamar mi atención en el avión, y que ambos hubiesen tratado de acercarse a mí, intentando ganar mi confianza. Mis fotos en la cámara de Grant tampoco eran casualidad. Ni que Julian se hubiese convertido en mi jefe, ni que Grant se hubiese preocupado cuando le comenté sobre aquello.
Grant era un agente del FBI en cubierto.
Y Julian, un loco obsesionado conmigo.¡I know! Soy mala, ¿alguien lo esperaba?
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The Airplane
RomantizmThe Airplane Primero su hermano, luego el tráfico, Danielle ya estaba desesperada. Todo parecía apuntar a que, el destino claramente no quería que ella tomara ese vuelo a Estados Unidos, o por el contrario, el destino quería que ella viajara con un...