Capítulo 2

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Cuando me doy cuenta de que le estoy sonriendo como una tonta, paro de hacerlo. Y trato de aparentar no estar tan emocionada. Me recuerdo que, odio que me me agarren los brazos, y el hace poco lo ha hecho. Pero no lo hizo con fuerza, ni con dominación, solo para llamar mi atención. No dejó marcas, pero si un leve cosquilleo en mi piel.
—Primero que nada—anuncia, comienza a quitarse el enorme saco de nieve— Debes de estar helada, tómalo.
—No, gracias. A lo mejor finges ser un terrorista, y tu saco tiene una bomba— replicó, sarcásticamente.
El castaño sonríe, no, ahora se está riendo, y puedo jurar que es la sonrisa más hermosa que he visto.
—Solo tómalo y ya.
—No tengo frío.
Su mirada me escruta, noto que estoy temblando y trato de controlar mi helado cuerpo.
—Estás tiritando, no seas orgullosa.
Me rindo ante el frío, y le arrebato el saco juguetonamente.
—¿Y tu? ¿No tienes frío?
—No te voy a mentir, si lo tengo. Pero mi instinto masculino me obliga a darle mi saco a una damisela en apuros, antes que a mí.
Me río. Okay, es bastante gracioso.
—¿Cómo te llamas? —inquiere, mientras yo me coloco el enorme saco. El hombre es bastante más grande que yo, por lo que me llega a las rodillas.
—¿Quién? —pregunto tontamente.
—Ay, pues el chico con el que estabas. ¡Es bastante guapo!... Pues tú, pelirroja, ¿cómo te llamas? ¿O deseas que el resto de la noche te diga pelirr... ?
—Danielle.
No pienso aguantar que me diga toda la noche pelirroja, y más cuando...
—Y no soy pelirroja, mi cabello es castaño rojizo—le aclaro de una vez por todas.
—Lo sé, es un bonito castaño rojizo. Solo quería molestarte.
—¿o sea que has querido molestarme desde que te grité? —alzo mis cejas, instándolo a responder.
—Perdón por eso— murmura, metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla— mis amigos me retaron. Y soy así...
—¿Así de desesperante?
—Exacto— se rasca el cuello.
—¿Y tu? ¿Cómo te llamas?
—Te reirás.
—Tu rostro me da muchísima más risa. Tranquilo.
—Ja, ja. ¡Qué graciosa!
—¿Entonces? —persevero en mi pregunta.
—Grant.
—Grant... ¿Te parece si me invitas ya a ese café del que me hablaste?

—¿Qué te trae por acá, a Estados Unidos?
—Soy secretaria, mi jefe me envió para acá. Tendré que buscarme un hotel, y mañana vendrá a buscarme una limusina para llevarme a la empresa. ¿Y a ti, qué te trae por acá?
—Aventuras.
—¿Aventuras? —hago esfuerzos sobrenaturales para no burlarme de su comentario tan... Personaje ficticio.
—Sí. Aventuras... No te rías... Me gusta conocer. Me tomo muy enserio la frase «Solo se vive una vez». A diferencia tuya, tengo que buscar donde se alojaron mis amigos. Me dieron una tarjeta.
—¿No sabes dónde están tus amigos? ¿Por qué no fuiste con ellos?
—Porque quería conocerte.
Casi tropiezo cuando escucho esas palabras, pero sigo caminando. Llegamos a Starbucks. Jamás he probado ninguno, y Grant tampoco.
Nos sentamos. Yo pido un frapuccino de fresa, y el imita mi pedido.
—¿En qué trabajas, Grant? Digo... Porque pareces muy descomplicado y estás acá, en Estados Unidos.
En ese momento llegan los frapuccinos, se ven deliciosos. Grant da un sorbo con el pitillo.
—Robo— responde simplemente.
—Oh, Dios mío. Dime por favor que es una broma, y que no estoy a punto de tomarme un frapuccino con dinero sucio.
—Okay, te diré la verdad. Trabajé muy duro en una empresa de editoriales. Aún lo hago, me ascendieron. Todo el trabajo que hago ahora es desde casa. Y es algo que me gusta, leer. Solo me ponen a leer y ya está. Entonces hago mis dos cosas preferidas: leo, y a la vez, viajo.
—Oh, genial... —doy mi primer sorbo, y cuando mi lengua lo degusta, no puedo no emocionarme— ¡Joder! Esto está jodidamente delicioso, Grant.
Grant asiente sonriendo, sus ojos se vuelven chinitos, y se le marcan algunos hoyuelos.
—Joder, no me mires así, Grant. Tienes que admitir que es el mejor puto café de la historia. Es maravilloso. Tendrás que invitarme a otro.
Las pupilas de Grant brillan, ¿he dicho algo indebido, o mal educado? Aunque no creo que la educación importe ahora, considerando que le grité en público.
—¿Eso significa que quieres salir conmigo tal vez... Otro día?
Me siento ruborizar. ¿Eso quise decir?
No, solamente dije que quería otra de estas cosas celestiales. Cambio de tema abruptamente:
—¿Qué edad tienes?
—Esas no son cosas que se preguntan a un chico.
Nos reímos.
—Okay, no discriminaré tu parte masculina. Si no me quieres decir...
—Veintitrés.
—Oh.
—¿Acaso parezco de menos?
—No, pareces de más.
—¿Me estás diciendo viejo? —finge estar herido.
—No, no quería decir eso. Es solo que te ves más imponente que un chico de veintitrés.
—Eres la primera chica que conozco capaz de dar respuestas tan... Exactas. ¿Y tú?
—¿Cuánto me pones? —pregunto divertida. Casi como una nena de diez años.
—¿Dieciocho o diecinueve? Por favor dime que no me equivoqué.—frunce el rostro, suplicante.
—Pues sí. Te has equivocado. Tengo veinte.
—Bueno, casi le doy.
Seguimos tomándonos el frapuccino, cuando ya no me queda nada observo mi reloj: 09.30 pm. ¿Debería ya de ir a un hotel? Grant me pilla.
—Si quieres te puedo acompañar. No quiero que te suceda nada.
—Sé cuidarme sola, Grant— mi orgullo de mujer a flor de piel—¿Y tu? Te quedarías completamente solo.
—Mi vida siempre fue muy nocturna. No tengo prejuicios por esa parte. Pero, por favor, déjame acompañarte, Danielle.
No sé si es como me habla, o la forma en que sus labios se curvan al decir mi nombre, o que en sus ojos realmente veo ese rastro de preocupación; pero el vello de mi nuca se eriza cuando termina de hablar.
Suspiro, me ha ganado. Espero a que pague los frapuccinos y le agradezco, de camino en busca de un hotel, pasa por mi cabeza una muy mala, o una muy buena idea.
—Si quieres puedes dormir conmigo.
Grant abre los ojos como platos. Yo comienzo a tartamudear.
—N... No me refería a eso. M... Me refería a que... Pues... Obviamente tu duermes en una parte y yo en otra, hasta que amanezca... Tu... Tu puedes dormir en la cama, y yo... En el... Sofá.
Su sonrisa traviesa me confirma que está disfrutando de este momento.
—Tengo una propuesta mejor— su voz se vuelve ronca— tu duermes en la cama, y yo en el sofá. ¿Te parece, Danielle? Así evitamos que algo malo ocurra.
Mi cuerpo se pone tenso, y me siento pegada de raíz al asfalto.

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