-Capítulo 19-

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Aún sus manos temblaban sobre el volante. Aún su rostro ardía de vergüenza. Aún su pecho se inflaba y desinflaba con la misma velocidad a la que viajaba. Aún Melo y su brazo estirado bañándola en un humillante granizado de color le invadía los pensamientos. Aun intentaba no llorar a causa de Melo.

Melo.

¿Por qué tuvo que hacerlo ella? Si hubiese sido un accidente lo entendería, nadie en su sano juicio se molestaría, pero no fue así. Melo hizo que una cantidad importante de alumnos se burlaran de ella faltándole al respeto y olvidando su cargo allí dentro.

Melo Moreno había jugado con ella en una relación cordial que no era.

Despegó su mano derecha del volante y se golpeó la frente a palma abierta. Si hubiese escuchado a su padre desde el principio que en ese Instituto solo había delincuentes y adolescentes que no congeniarían con ella. Se golpeó una vez más; la culpa había sido de ella y de nadie más. Se dejó engañar por el cambio en el comportamiento de Melo y nada de eso era cierto.

No volvería a sonreírle más si hacerlo implicaba otro granizado, otra humillación.

Pisó el acelerador y al instante debió soltarlo, su ojo izquierdo se notaba incómodo al parpadear y cuando lograba juntar las pestañas las mismas le pesaban arduamente. Intentó mantenerlo abierto unos segundos para que el malestar pasara pero no, solo unos doscientos metros más adelante volvía a dañarla.

Detuvo al auto a un lado del camino bajo el cartel de entrada a Agloe, se quitó el cinturón de seguridad y estiró su cuerpo hasta ver su rostro en el espejo retrovisor.

- Dios- murmuró al ver lo inflamado que estaba bajo la pupila y el color rojo que la misma mostraba, llevó uno de sus dedos allí y al masajear la piel pudo expulsar un trozo de hielo color morado- Estúpida, Melo- susurró al sentir como el dolor aumentaba y mantener el ojo tanto abierto como cerrado ya era una complicación.

Se tiró sobre el asiento y decidió que lo mejor era descansar unos segundos. O al menos intentarlo.

Tomó su bolso y quitó de él una tira de pastillas que Claudia le aconsejó usar cuando el sueño no aparecía en ella y lo necesitaba de sobremanera. Sin importarle la falta de agua, tomó una y con ayuda de su lengua la arrastró hasta su garganta y la tragó con algo de dificultad.

Suspiró unos segundos tratando de pensar en otra cosa que no sea la molestia en su ojo.

No controló el tiempo, pero de repente, cerrarlo no fue un problema y ya comenzaba a notar la oscuridad que la rodeaba. Antes de quedar completamente dormida bajo el efecto del medicamento, estiró su mano y puso la seguridad en su puerta.

Después no sintió ni vio más nada.

***

- Melo- escuchó la castaña tras ella pero no volteó. Su cuerpo aún estaba de pie en medio de la calle esperando porque un Mini Cooper regresara sobre el camino. Habían pasado minutos en que el automóvil había desaparecido de su vista y al parecer pasarían casi tres días hasta volver a verlo. En realidad el coche no le importaba, quien iba dentro era su preocupación. La manera en que María le dedicó una mirada le arrojó un escalofrió en todo el cuerpo, se odió a si misma e intentó odiar a María por no haberla escuchado y haberse ido sin mirar atrás.

Estaba comenzado a temblar de miedo por la continuación de su relación. María tenía todo el derecho de odiarla y posiblemente humillarla frente al salón como castigo.

Se lo merecía al fin y al cabo, los impulsos que cometía por María nunca la dejaban del todo satisfactoria y siempre la golpeaban mentalmente. Estúpido tiempo que no podía manejar y así regresarlo para cambiar ciertas cosas.

La Lógica del Amor - MelepeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora