-Capítulo 17-

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Podía ser imaginario, literal, confuso o tal vez todo lo contrario, tal vez estaba allí pero ella estaba intentando no pisarlo, no mirarlo y, si podía, olvidarlo. Pero no. El límite se paseaba bajo sus piernas, dentro de su cabeza y contra su pecho como un fuerte golpe.

En dos días la habían visitado todo tipo de sentimientos, inclusive algunos la acompañaban aún y parecía fundidos en su cuerpo y sin deseos de alejarse; todo lo contrario, se distribuían en exceso y se estancaban en su inconsciente, el único lugar no permitido para hacerlo y, aunque quería deshacerse de ellos, allí estaban, solo para burlarse de ella cuantas veces se le diera la gana.

Melo Moreno había vivido en carne propio aquello que llamaban los locos, su locura de amar, los celos. No podía negarse a sí misma y era hora de que en su intimidad lo aceptara de una vez: Hunter Rowland le generaba fastidio solo porque lo veía como su peor competencia; Gomi, Camila y Ally estaban de acuerdo en que él era el chico más guapo de la escuela y, aunque a ella no le interesaba de esa manera, a otras si lo hacía. Y demasiado.

Y María Cadepe no era la excepción.

El lunes, después de ver la partida de María en otro coche, y acompañada, supo una sola cosa, si la profesora la rechazaba solo por una mala actitud algo en su interior se removía y la ponía de mal humor, la lanzaba al ataque y terminaba respondiendo de manera puramente defensiva. María parecía una pared que la arrastraba a un límite con ganas de tirarla al otro lado pero ella se sostenía de dónde podía. Y no sabía hasta cuando iba poder evitar ser arrojada.

Era la primera vez que le afectaba el trato distante de una profesora y su castigo, porque María la castigó a ella y Hunter terminó ileso de su propia broma. Eso la molestó, las cosas entre ellas estaban cambiando y no quería que eso pasara. María parecía hacerle bien; con una sonrisa le encogía el corazón y cuando decía su nombre le erizaba la piel.

Estaba llegando otra vez al límite de otra cosa y estaba comprendiendo cual pero aún no quería aceptarlo. No si eso no implicaba que María no pensara exactamente lo mismo.

Por eso, después de darle vueltas a sus pensamientos, ese miércoles se levantó dispuesta a hablar con ella. No compartiría hora en su clase con la profesora pero María asistiría al Instituto para otra clase.

Se colgó la mochila al hombro y, después de decirle a Harry que la esperara adentro, ella se recargó contra la alta tapia que sostenía el escudo del McKinley, sobre la valla y a pasos de la calle. María no podía fingir no verla.

Se mordió los labios quitando los nervios, luego los movió de arriba a abajo y terminó por pasar miles de veces su lengua por su labio inferior; solo para apaciguar el momento y esperar a que un mini Cooper apareciera.

Suspiró aliviada cuando la vio doblar la esquina. Llevó las dos manos a la tira de su mochila y se irguió para que la espera llegara a su fin. María la vio y terminó por estacionar contra la verja de en frente. Tragó fuertemente varias veces y permaneció de pie al verla bajar, tomar sus cosas y luego caminar hacia ella.

Su estómago le dio un fuerte golpe cuando María la vio sonreír. María Cadepe volvía a sonreírle y para ella era más importante que cualquier medicina que pudiera inventar. Apenas dio un paso a ella cuando tuvo que mover la cabeza al ver el coche nuevamente en marcha y alejándose. Descubrió, en apenas una milésima de segundo, a un hombre manejarlo y luego escuchar la bocina ser tocada dos veces.

María le acarició el hombro sacándole otra vez de aquel mar de sentimientos: los celos.

- Buenos días, Melo... ¿Cómo estás hoy? - ella alzó la vista, estúpida sonrisa que quería borrar si aquel desconocido era el autor de la misma. Se quitó de su vista con un movimiento brusco y dio media vuelta. Los impulsos eran lo único que podían combatir contra aquel interés extremo que tenía sobre María.

La Lógica del Amor - MelepeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora