3. No todo tiene que cambiar

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/Narra Diego/

Despierto de golpe gracias a Matías que está pidiéndome a gritos cerca del oído que me levante del sofá.

- ¡Mutanteee! ¡ya despiertaaa!

Le pongo la mano en el rostro y lo aparto de mí con toda fuerza.

- ¡Cierra la boca, rata! – le reprendo a la vez que me tapo el oído derecho - ¿me quieres reventar el tímpano?

Matías ni siquiera se enfurece que lo haya empujado de la cara, entre él y yo siempre solemos tratarnos de esa manera: apodos y golpes, es nuestro cariño de hermanos.

- Papá dice que debemos barrer – me alcanza una escoba.

- ¿Y no puedes hacerlo tú? – le entono una voz de suplicio a la vez que vuelvo a cerrar los párpados.

- ¡Dijo que barriéramos los dos! – levanta la voz y me da un suave cocacho en la cabeza - ¡deja de dormirte gusano!

- ¡El desayuno está listo! – interrumpe la voz de mamá.

Me pongo de pie en un brinco aliviado de no limpiar y Matías deja la escoba a un lado. Nos dirigimos al comedor. Saliendo al pasillo nos encontramos a papá quien también se dirige a desayunar, pero este nos detiene antes con una orden.

- Después del desayuno quiero que barran toda la casa iniciando por la sala ¿de acuerdo?

- De acuerdo – respondemos Matías y yo al unísono.

Antes de que todos vayamos a la mesa, detengo a papá con un intento de pregunta.

- Ah... ¿papá?... oye, ¿puedo...? – balbuceo, pero este ni siquiera parece escucharme; atino a pensar en que anda demasiado distraído.

Nos dirigimos al comedor y hayamos a mamá ya sentada tomando su infaltable café. Papá, Matías y yo nos sentamos frente a nuestros emparedados servidos ya sobre la mesa. Matías me mira y me hace una señal con sus cejas, ambos queremos pedirles algo a nuestros padres.

Con ambos codos sobre la mesa, mamá mantiene una postura analizadora con su taza en manos cubriéndole desde los labios al mentón, está pensativa y preocupada, lo sé; papá no aparta su vista del periódico a la vez que toma pequeños sorbos de su café casi hirviendo. Matías aún me hace algunas señas con miradas graciosas, preguntándome así quien de los dos empezará con sus peticiones. Decido dejar de pensarlo tanto y me atrevo a tomar la palabra, pero me detengo justo cuando mamá empieza a dialogar con papá.

- ¿Sabes a qué hora pasará el autobús mañana?

- A las 6 am – responde papá sin apartar su vista del periódico.

- ¿Pasan autobuses cerca de acá? – pregunta Matías emocionado.

- Así es, – responde mamá – caminando diez minutos calle abajo está la parada, pero ¿por qué se emociona tanto jovencito? – cuestiona curiosamente.

- Pensé que estando acá sería difícil ir a la ciudad, pero si hay autobuses cerca, entonces podré ir a visitar a mis amigos como siempre – responde Matías aun con la emoción sintiéndose en su hablar.

Papá y mamá sueltan una pequeña risa retadora. Mamá le mira directamente para apaciguarlo de su gran emoción con cierta advertencia.

- ¿Y se puede saber con qué permiso irá usted solo a la ciudad?

- Pero mamá – reclama Matías con un tono de bebé.

- Pero nada – enfatiza – son diez minutos de aquí hasta la parada y otros cincuenta minutos de viaje, es peligroso.

- Tengo 8 años – recalca Matías – ya estoy grande, sé cuidarme solo.

- Tan grande que aún usa bermudas de Bob Esponja – mis palabras parecen haberlo hecho enojar.

No puedo evitar reírme, y antes de que Matías empiece a "defenderse", me doy cuenta de que debo ser un poco más serio en este tema, pues yo también deseo tener permiso de ir a la ciudad sin problemas, deseo continuar asistiendo a la misma escuela, no soportaría casa nueva, nueva rutina y colegio nuevo al mismo tiempo.

- Es verdad mamá, ya somos lo bastante grandes para poder ir solos.

- Eso ya se verá – entona papá sin chistar.

- ¿Y qué será de la escuela? – cuestiono.

- ¿Acaso nos cambiarán? – añade Matías.

- Eso ya se verá – vuelve a indicar papá con un tono de voz que nos hace tener temor de volver a preguntar.

Papá se pone de pie y se retira, lo sigo con la mirada y puedo observar que se dirige al baño. Le doy una mirada de reojo al periódico que ha dejado sobre la mesa y puedo notar que ha estado ojeando la sección de ofertas de empleo. Papá puede ser algo estricto, pero nunca ha dejado de ser alguien cariñoso y comprensivo, mamá lo es aún más. Mamá suelta un inquietante suspiro junto a su taza de café, Matías y yo la observamos; antes de que podamos decir algo, ella se nos adelanta.

- Deben entender que habrán muchos cambios desde ahora, su padre necesita mucho apoyo de todos nosotros.

- ¿Eso significa que sí nos cambiarán de escuela? – pregunto.

- Estuvimos viendo si existen escuelas cerca de acá, pero al parecer no hay ninguna.

Dicho dato me causa alegría y a Matías también.

- Entonces... - entona Matías.

- ¿Nos dejarán seguir asistiendo a la misma escuela? – completo la frase.

Mamá se nos queda mirando con una sonrisa dándonos una pisca de esperanza.

- Si nos demuestran que son lo bastante responsables... tal vez no todo tenga que cambiar.

Matías y yo chocamos los cinco de felicidad. Cualquiera pensaría que amamos ir a la escuela, pero no, solo se trata de seguir en nuestro mismo entorno al lado de nuestros viejos amigos, eso es todo. Mamá nos pide que dejemos de celebrar tanto y que nos apresuremos en desayunar pues la limpieza aún está pendiente.

Papá regresa a la mesa y todos continuamos desayunando por unos minutos más. De pronto alguien llama a la puerta; veo el reloj del comedor, apenas son las 7:18 am. Quizás sean ellos.


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