20. Más allá del río

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/Narra Diego/

Tengo la mirada puesta en cada roca sobre la que daré el siguiente paso; pisar en ellas es como pararse sobre un inmenso jabón, solo un poco menos resbalosas. Veo de reojo a mis costados varias piedras sobresaliendo de las aguas, todas estas terminan en puntas irregulares, por lo que sé, que si caigo sobre estas terminaré haciéndome mucho daño, así que uso ambos brazos simulando ser un aeroplano e intentando hacer equilibrio, y no terminar cayendo en este peligroso riachuelo.

Escucho a mis espaldas la voz de Matías, regañando y exigiéndome que regrese ahora mismo con él, pero lo ignoro, pues veo delante de mí y calculo que en unos seis o siete pasos más llegaré a la otra orilla.

Mirando las aguas que corren por este arroyo, no he visto ninguna serpiente del momento ni el cadáver de ningún animal siendo arrastrado; en cada paso que doy, me tomo unos diez segundos para pisar firme y escoger la siguiente roca con la superficie más llana posible y así poder sostenerme de ella. Ya sólo me restan unos tres pasos aproximadamente y habré logrado cruzar el arroyo sano y salvo. A estas alturas, mis zapatillas y la basta de mi pantalón han quedado todas empapadas.

Doy un posible antepenúltimo paso antes de llegar al otro lado del río; siento tener todo ya resuelto y calculado, pero de pronto un llamado de Matías me pone en alerta.

- ¡Diego, a tu derecha!

Fijo la mirada río arriba... algo se me aproxima y está bastante cerca, como a unos cuatro metros de distancia y se acerca muy rápido; no logro saber con exactitud lo que es, pero veo que tiene el cuerpo alargado, de color oscuro, hace movimientos zigzagueantes o es lo que parece hacer, pero tiene un tamaño colosal y enseguida pienso lo inevitable: es alguna clase de culebra dispuesta a enredarse entre mis piernas. No lo pienso más de una vez, y pego un brinco con todo mi impulso esperando aterrizar en la orilla.

Lo termino logrando, logré cruzar al otro lado, pero la suerte no me ha sonreído del todo, pues con el salto, al estirar toda la pierna izquierda para hacer más próxima mi llegada a tierra, caí mal y me he lastimado el tobillo, y como cerecita sobre el pastel, al apoyar mis manos sobre el pasto para no caer de cara contra el suelo, mi mano vendada ha aterrizado sobre las heces húmedas de algún animal que decidió marcar su territorio en esta zona.

- ¿Estás bien? – me pregunta Matías desde el otro lado del riachuelo.

Me tardo un poco en contestar, pues me encuentro bastante asqueado e incómodo ahora.

- Pues... - hago una mueca de asco – más o menos.

- ¿A qué te refieres? – pregunta Matías sin entender mi ironía.

No puedo soportar más llevar esta venda conmigo, por lo que decido quitármela y desecharla, ahí mismo junto a las heces sobre las que caí; ahora mi herida poco cicatrizada está expuesta. Me pongo de pie con lentitud, apoyando mi peso sobre la pierna derecha mientras que trato de acoplar el dolor de mi tobillo lastimado poco a poco. Me giro para ver a Matías, quien solo me responde.

- Te dije que no era buena idea.

- Ya logré cruzar – entono orgulloso.

Miro río abajo, y noto que dicha cosa que se me estaba acercando hace solo unos segundos, se ha quedado estancada en un grupo de rocas muy cerca de donde me encuentro ahora. Le miro detenidamente, y no puedo evitar fruncir el ceño tras darme cuenta que solo se trataba de unos largos y enrollados cables que algún subnormal habrá desechado en este arroyo. Escucho a Matías echar a reírse.

- Bueno, al menos no era una anaconda – comenta.

- Mejor cierra la boca, y mira bien la próxima vez antes de alertarme por nada – le replico.

Entre risas y rabia, el triste aullido vuelve a resonar volviéndome en sí y a recordarme mi misión principal: hallar a Brandon. Esta vez se oye muchísimo más cerca, sé que falta poco.

- No demoraré – le aviso al enano – regresa a casa y échame una mano por si llega papá... o por si mamá despierta.

- Nada se te queda en la cabeza ¿cierto? – pregunta Matías sin pisca de gracia – ¿quieres seguir metiéndonos en problemas?

- ¡Por favor Mati! – le suplico.

Sin ánimos de empezar un debate, veo a Matías dar un largo suspiro, y con un desánimo total fulmina la conversación.

- Ya veré que hago – da media vuelta y empieza a marcharse.

Matías me conoce muy bien, quizás sabe que convencerme de no hacer algo es casi como perder el tiempo; él me ha ayudado en muchísimas cosas y es mi compinche de toda la vida, aunque no recuerdo haberle dicho alguna vez cuanto lo aprecio.

Me dejo los pensamientos para después, pues debo darme apuro. Empiezo a seguir el camino por el cual escucho los llantos, pero lo hago cojeando, y por unos segundos me siento identificado con Brandon, "¿Cómo seguirá su pata?" es lo que me pregunto.


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