11. Corrientes ruidosas

23 11 6
                                    

Domingo, 23 de enero del 2011

/Narra Diego/

Mientras caminamos, este amiguito no se aparta de mi lado; pone su cabeza bajo mi mano pidiéndome que continúe acariciándolo, me es irresistible no hacerlo. Jamás he tenido un perro de mascota y desconozco como suelen comportarse... o al menos como es que se debe tratarlos; el perro no deja de jadear por lo que inocente creo que ha de estar muriéndose de sed.

- Tranquilo amiguito, ya casi llegamos al río – le digo con una voz ridículamente mimada – puedo escuchar que ya falta poco.

- Suenas muy tonto – se burla Matías – "ay amiwito, ya cashi llegamus al río, falta pukito" – empieza a remedarme y escucho a Lucas reír también.

- JA JA – finjo una risa terrible – mejor te callas duende o le digo al perro que te muerda.

- ¡Por favorrr! – exclama Matías – ¿enserio ya te crees dueño del perro?

- En ningún momento dije que ya soy el dueño – le corrijo.

- Pero estás actuando como si lo fueras – interviene Lucas.

- Bueno... ¿y qué problema hay? – cuestiono.

- Ninguno – responde Lucas – pero ojalá no te pongas triste si es que tienes que separarte del animal.

- Seguramente llorarás cuando mis papás te digan que no te lo puedes quedar – supone Matías algo burlón.

No muestro importancia por lo que dicen, ni siquiera he pensado si podría quedarme con el perro, pues sé que mamá no lo permitiría, de cualquier forma tampoco me apenaría si esto sucede, no soy de encariñarme con los animales... o eso creo.

- ¡Por fin llegamos! – anuncia Mónica.

Mónica, Lucas y el chaparro corren hasta el dichoso lugar, mientras que el perro aguarda paciente y no avanza hasta el momento en que yo también empiezo a correr; supongo que este correría más rápido si es que no tuviese una pata lastimada.

Ya hemos llegado, y como era de esperarse, desde los bordes observamos que no es precisamente un gran río, sino un riachuelo con una corriente bastante ruidosa debido a las grandes rocas atravesadas en el camino por las que el agua corre. Tampoco es muy ancho, creo que de no ser por su terreno rocoso, lo atravesaríamos en diez pasos.

Nos quedamos contemplándolo de derecha a izquierda, ese es el orden en el que la corriente viaja. En ambas direcciones este riachuelo se pierde a lo lejos entre los árboles; claramente no es un arroyo profundo, pero hay algunas partes en las que pareciera podría cubrirnos medio cuerpo, mientras que existen otras en que se podría atravesarlo pisando sobre algunas rocas salientes, pero noto por su color verdoso que estas están tan cubiertas de musgo y hongos, que resultarían demasiado resbalosas como para pisar en ellas.

- Me ha provocado sentarme en una de esas rocas – señala Matías.

- ¿Para qué?... ¿para que luego te resbales? – comento.

- Ni lo pienses loco – advierte Lucas – podrías lastimarte con alguna de esas piedras.

- Entonces ¿qué hago?... ¿solo miro y ya?

- Pues sí – le afirmo, y antes de que se atreva a refutarme algo, añado – acaso trajiste ropa de baño, pitufo feo.

- Tampoco pensaba bañarme, amorfo – por las muecas que hace, sé que está avergonzado – pero pensé que podríamos jugar en...

- ¡Miren ahí! – exclama Mónica interrumpiendo a Matías.

El perro se aproxima ladrando bastante cerca del borde del río, a solo pocos centímetros de que sus patas toquen el agua que corre y salpica en las piedrecillas que marcan las orillas de este arroyo; con su mirada sigue algo extraño viajando por la corriente. Creí que era una rama.

Todos en silencio, vemos una delgada pero muy larga serpiente haciendo interminables zigzags a la vez que su cuerpo es arrastrado por el riachuelo. Antes de intentar hacer algún comentario al respecto, vemos un par más de estas criaturas viajando por el mismo camino.

Nuestro silencio es opacado por los fuertes ladridos; esperamos unos segundos más por si vemos más de esas cosas siendo arrastradas, pero ya no aparece ninguna otra.

- Creo que ya no quiero meterme al río – comenta Matías.

- ¡¿Vieron eso?! – exclama Lucas, aunque no sé si lo hace con miedo o asombro.

Mónica empieza a dirigir la vista a todos los alrededores.

- Mejor vayámonos – advierte – puede que hayan más de esas cosas por los árboles... o en cualquier parte.

No soy alguien que quiere parecer despreocupado cuando no tengo por qué hacerlo, a decir verdad ahora mismo me pongo muy vigilante de lo que me rodea, no pensé que veríamos culebras en este lugar, o quizás debimos haberlo esperado, es decir... estamos en un maldito bosque.

Mónica vuelve a insistir en que nos retiremos de este lugar, pero antes de intentar reaccionar o contestarle algo, noto que el perro no ha dejado de ladrar. Su mirada apunta alarmante hacia donde la corriente trae algo consigo... algo grande y de color mostaza.

No es hasta que pasa al frente nuestro, en que finalmente lo reconocemos: el cuerpo tieso y sin vida de un cachorro siendo arrastrado por la corriente. Siento ganas de vomitar, Mónica se asusta y Lucas se aterroriza. Todos salimos huyendo en un lapso y nuestro perro cojo nos persigue.



¿Qué ocurrió con Brandon? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora