21. Jauría y familia

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/Narra Diego/

El sol está a punto de empezar a ocultarse, y yo estoy hecho un desastre: tengo las zapatillas y la basta del pantalón todas mojadas y acumulando lodo; estoy cojeando del pie izquierdo, y mi mano lastimada ahora se encuentra desvendada... y además creo que apesto a mierda.

Llevo caminando unos doscientos pasos desde que crucé el riachuelo, y de no ser por el triste aullido que me atrae desde un punto a lo lejos, me sentiría extraviado.

Escucho un aullido más, y finalmente diviso algo que va tomando forma de entre los árboles. Al principio creo haber encontrado una pobre cabaña en una zona donde la arboleda va perdiendo su abundancia, pero conforme me acerco me doy cuenta que se trata de una decente morada casi idéntica a la de mi familia.

Me voy acercando por la parte trasera de aquella casa, y lo primero que diviso son unos cuantos cordeles con muchas prendas y algunas sábanas puestas a secar al aire libre. No me esperaba encontrar a alguna otra familia viviendo en este bosque... o ahora que lo pienso tampoco era algo imposible.

Gracias a las mantas blancas que reposan sobre las grandes sogas amarradas a varias estacas, estas me obstruyen la vista de la parte trasera de aquella casa que ahora tengo frente a mí: solo puedo contemplar su segundo piso y el ático. Me doy cuenta que el triste aullido ha cesado desde que llegué a este punto, y ahora un fuerte gruñido empieza a surgir; gracias al fuerte ruido del viento resoplando entre las hojas de los árboles, no logro detectar que aquel gruñido canino proviene justo detrás de aquellas enormes sábanas que cuelgan hasta casi tocar el suelo; una sombra de cuatro patas empieza a proyectarse detrás de estas. En un parpadeo, algo pega un brinco apareciendo de entre las grandes mantas como queriendo causar imponencia; muestra sus colmillos amarillentos para causar mayor temor. A diferencia de Brandon, este can es de un tamaño más grande aún, de pelaje color mostaza con retoques oscuros en su lomo.

Este me lanza unos cuantos ladridos amenazantes y trato de mirar a todos lados tratando de hallar al dueño de este perro, pero al parecer no hay nadie; a diferencia de Lucas, sé que debo mantener la calma ante todo pero me es imposible no estar algo nervioso. Con el mismo gruñido incesante, el perro se me acerca y empieza a rodearme a la vez que me olfatea como inspector de seguridad; yo apenas estoy respirando.

Escucho entonces un suave y agradable silbido acercándose desde uno de los costados de la casa; al parecer el perro reconoce esta presencia pues empieza a ladrar como dándole una alerta.

- ¡Tato! – exclama la voz del hombre que se acerca - ¿qué ocurre muchacho?

Es inevitable imaginarse la figura de un anciano por su voz pausada y ronca; con gran lentitud aparece finalmente un hombre caminando con ayuda de un bastón, y quien al verme paralizado gracias a su mascota, se toma unos segundos para contemplar la escena. Dicho señor, quien aparenta una edad superior a los setenta años, me recuerda a mi difunto abuelo: calvo, con un ridículo mostacho blanco, portando unos pantalones bombachos color crema y una camisa oscura a cuadros.

Con su aparición, el perro se ha calmado por completo, más aún cuando el hombre le exclama lo siguiente:

- Ya Tato, cálmate que sólo se trata de un pequeño visitante – el perro se aleja de mí para ir al lado de su amo – y bien... ¿quién es usted jovencito? – me pregunta con amabilidad.

- Mi nombre es Diego Heredia, buenas tardes – respondo sin titubeos.

- Mucho gusto Diego – asiente – Julio Burga para servirte – se presenta, y tras una pausa me pregunta con autoridad - ...y ¿qué le trae por aquí?

Antes de responder, veo de reojo al perro cabizbajo ocultándose nuevamente detrás de las sábanas que reposan en los cordeles; una vez que este desaparece, se empiezan a escuchar nuevamente sus deprimentes aullidos.

- Ah... verá, perdí a mi perro, y creí que estos aullidos eran de él – le respondo ahora algo decepcionado.

- Oh – exclama el hombre – pues lamento oír eso; sé lo que es perder a una mascota querida – siento que empieza a meditar en voz alta por cómo se expresa – le tomas un cariño inocente a una criatura que no cualquiera sabe entender, y antes de que te des cuenta ya estás envuelto en una responsabilidad con alguien que de seguro... – empieza a reírse – ya te considera su familia; es decir solo míralos...

El hombre hace una pausa para pedirme que me acerque a donde está él, pues hay algo que quiere mostrarme. Me acerco con cautela, y lo que el hombre desvela tras todos aquellos harapos que reposan en los cordeles, me dibuja una sonrisa en el rostro: Veo y cuento unos cinco cachorros durmiendo regocijantes junto a su madre quien también reposa con un ojo entreabierto, pero con actitud de no importarle nada de lo que pasa a su alrededor. Toda esta jauría luce el mismo pelaje que 'Tato', el perro que se encargó de darme la peculiar bienvenida; entonces deduzco con facilidad que todos juntos son una familia.

- ¿Cómo no encariñarse con esas preciosidades? – pregunta el anciano con un tono jocoso.

Ahora entiendo por qué Matías suele mofarse de mí cuando demuestro mi cariño con Brandon, pues reconozco que Don Julio suena algo cursi al hablar de sus perros con tanto afecto, seguramente así debo sonar yo.

Observo una vez más como es que Tato sigue aullando con suma tristeza al lado de su familia, a su vez que Don Julio se le acerca para acariciarlo por encima de las orejas y tratar de calmarlo con un tono mimado.

- Disculpe, pero ¿por qué el perro está así de triste? – le pregunto.

- Pues... justo por ahí quería empezar a cortar la tela – metaforiza, a lo que yo no logro entenderle, pero él continúa con su palabra – por casualidad, el perro que se te ha extraviado ¿es de pelaje oscuro, y un poco más pequeño que Tato?

- ¡Sí! – exclamo con alegría.

- Y ¿Tenía una pata lastimada? – vuelve a preguntar para terminar por confirmado que se trata de Brandon.

- ¡Sí, él es! – vuelvo a exclamar con más entusiasmo aún - ¿usted lo tiene?

- Mi nieto lo encontró del otro lado del riachuelo, ahora mismo se lo llevó de compañía para ocuparse de una tarea, pero seguramente ya no tarda en volver.

- Pero... ¿y cómo es que lo encontró?, eh... - titubeo por el entusiasmo - ¿está bien?

- Tranquilo hijo – me sugiere – todo está bien, dejaré que él mismo te lo explique todo – me señala atrás mío.

Giro a mis espaldas, y finalmente veo a Brandon soltando ladridos y corriendo directo hacia mí con la lengua afuera. Me arrodillo para recibirle con los brazos abiertos, y puedo notar de primer instante que ya no cojea en lo absoluto. Este empieza a lamerme todo el rostro mientras que sus patas puestas sobre mi camiseta empiezan a ensuciarme. Si bien el momento fue muy emotivo para mí, una voz chillona me interrumpe para reclamarme con suma molestia...

- ¿Así que tú fuiste el irresponsable?

Aun arrodillado, me le quedo observando al nieto de Don Julio: sólo se trata de un niño con quizás un par de años mayor que yo, aunque algo robusto, de rostro bastante feo a mi parecer; noto que lleva cargando una pala sobre su hombro, y con toda su ropa polvorienta da la impresión de que acaba de volver de un entierro.


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¿Qué ocurrió con Brandon? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora