19. Un llanto a lo lejos

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Viernes, 28 de enero del 2011

/Narra Matías/

Ya cuatro días han pasado desde que Brandon desapareció, y desde entonces tengo que seguir viendo el rostro cabizbajo de Diego. Son casi las cinco de la tarde y en una hora más empezará a oscurecer. Mamá está descansando en su habitación y papá no ha regresado desde que salió hace un par de horas. Me encuentro en la sala principal, recostado en el sofá bastante aburrido mirando TV satelital, mientras tanto Diego no ha salido de su habitación desde el almuerzo.

Con el día sumamente soso estoy a punto de quedarme dormido; mis párpados se van cerrando lentamente dándole los últimos vistazos a la TV, el sueño me va atrapando con suavidad, pero de pronto, un horrible y estruendoso graznido de cuervos a lo lejos interrumpen mi calma; tras unos breves segundos, estos desagradables cantos llegan a detenerse, pero el sueño ya lo he perdido pues otro ruido le prosigue. No logro reconocer en primer instante aquello que suena esta vez, decido ignorarlo pero vuelve a resonar finamente sin llegar a ser algo tan escandaloso como los pajarracos: se trata de un triste aullido proveniente del bosque.

Ahora el ruido del melancólico aullido es opacado por unos estruendosos pasos descendiendo por las escaleras; se trata de Diego quien al parecer también está pensando lo mismo que yo.

- ¿También lo escuchas enano? – me pregunta Diego al instante.

Al llegar a la sala, se detiene en seco esperando escuchar el aullido de nuevo, y así ocurre; dicho ruido no tiene cuando acabar, pareciera una grabadora que proviene del bosque.

- ¡Es él! – exclama Diego – yo lo sé, ¡Es Brandon, tiene que ser él!

Los días en este lugar han transcurrido tan monótonos últimamente, que no tomo objeción alguna para Diego, por lo que le animo a buscarlo y decido acompañarle.

- Vayamos a averiguarlo – le propongo.

- Pero... ¿y si mamá despierta? – pregunta preocupado.

- ¿Qué ocurre?... ¿ya te volviste precavido? – mi pregunta entona una burla, y sin esperar a que Diego responda, añado – parece que no se ha despertado ni con los cuervos, así que si nos apuramos no se enterará, démonos prisa antes de que papá regrese.

- Tienes razón – afirma Diego con bastante ánimo – vayamos.

Apago la TV y salimos por la puerta trasera, encaminándonos al bosque siguiendo el ruido del largo y fino aullido que entre tanto y tanto vuelve a resonar.

Mientras nos adentramos más y más en el bosque, zona a la que ya nos estamos familiarizando, le pregunto a Diego.

- ¿Qué tan lejos crees que esté?

- Te apuesto lo que quieras, a que se encuentra cerca del cobertizo – se le escucha bastante seguro.

- Pues si es así, debemos ser más cautelosos esta vez.

Desde que papá entró al cobertizo y descubrió lo que hay en él, se llevó una gran sorpresa con lo que encontró, y más aún por el cuchillo ensangrentado que olvidé limpiar tras el apuro de la vez pasada. Para nuestra suerte, papá no ha logrado descubrir hasta el momento, que aquella fue el arma con la que Diego se cortó la mano, y que por ende todo el lío de los platos rotos era una gran mentira. No sé qué habrá pasado por la mente de papá en ese momento, pero él nos ha prohibido desde entonces, con mucha severidad, acercarnos al cobertizo hasta no haber hablado con Don Thomas y asegurarse de que aquel lugar sea seguro. Por nuestra parte, ya sabemos que no se trata de un arma homicida ni nada por el estilo, aunque sabiendo de igual manera que todas esas herramientas estaban ahí desde antes que llegásemos, sigue dando mala espina.

¿Qué ocurrió con Brandon? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora