Catorce.

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14.
15 de septiembre del 2015.

Papá caminaba de un lado a otro, por la sala de estar, mientras las palabras salían de su boca, con rapidez y frialdad. Yo, por otro lado, le miraba y escuchaba con atención, al mismo tiempo que mi cabeza viajaba al pasado, reproduciendo uno que otro vago recuerdo.

—Cada acto tiene su consecuencia, Blair. —Me advirtió y rodé los ojos.

Ya conocía aquel discurso, a la perfección, pues era el mismo que le había dado a mi hermano, hace casi quince años, el día que él había decidido echarlo de la casa donde vivíamos. Sólo tenía catorce en ese entonces, así que, me costaba entender por qué papá no quería que Craig viviera con nosotros, pero ahora lograba verlo con total claridad; Craig era gay y nuestro padre, un prestigioso abogado y político de Jersey que no podía verse involucrada con gente como él, aunque fuese de su propia sangre.

—¿Por qué estás con Paul Fields? Paul Fields... —Murmuró, con evidente incomodidad y solté una fuerte y seca carcajada sarcástica.

—¿Paul Fields qué? —Cuestioné con dureza, cruzándome de brazos y mirándole de manera desafiante—. ¡Anda, dime, qué pasa con Paul Fields!

—¡Él es peligroso y lo sabes! —Respondió, finalmente, tras un par de segundos en silencio—. Él —Se quedó callado unos instantes más, como si no supiera cómo continuar su oración—... ¡¿Acaso necesitas otro motivo, por dios?! ¡él es el responsable de la muerte de tu hermano!

—¿Ah sí? —Volví a preguntar, con una falsa ingenuidad. Di unos pasos hacia él, sintiendo cómo la rabia comenzaba a apoderarse de mí—. Es tan raro que me digas eso, papá, sobre todo porque, si no recuerdas, ¡no quisiste presentar ningún cargo contra él!

—¿Crees que hubiéramos ganado algo si lo hubiese hecho? ¡Claro que no, Blair, no existían pruebas suficientes!

—¡Era tu maldito hijo, por la mierda, tenías que hacer justicia por él! —Chillé, a medida que mis ojos comenzaban a cristalizarse— Pero claro, el senador Scott no podía defender a su hijo homosexual, ¿no? —Ironicé y alzó las cejas, impresionado—. Sí, ya sé que Craig era gay, papá. —Confesé.

Apoyó sus manos en el mueble de arrimo que estaba junto a la pared, cabizbajo, dándome la espalda y respirando con tanta fuerza que podía escucharse en toda la habitación. Claramente, estaba tan frustrado como yo.

—No quiero que te pase lo mismo que a Craig. —Musitó, agobiado y reí, negando con la cabeza.

—No digas ni una mierda, porque no te creo. No me conoces —Dije, caminando hasta la puerta. Sujeté la perilla de ésta y la abrí, para después señalarle la salida al hombre que estaba frente a mí—. Y ahora quiero que te vayas. No te necesito, no necesito a mamá, no necesito a Norman, no necesito a nadie. Puedo hacer las cosas por mi cuenta, papá.

—Hija— Suspiró—, cariño...

—Quiero que te vayas, ahora. —Repetí.

Agachó la mirada, entendiendo que no me haría cambiar de ideales sólo con una simple y mediocre visita. Ya no podía salvarme.

—Estaré un par de días más acá... sólo por si cambias de opinión.

Sentí sus pasos alejarse, cuando salió del departamento y solté un respiro ahogado, creyendo que todo había terminado, por fin. Estaba equivocada, de todos modos, porque, un segundo después, Norman fue quién se adentró en mi hogar, sin pedirme permiso, empujando la puerta que aún no cerraba y pasándose las manos por el cabello. Se veía agobiado y ansioso, como si estuviese enfrentando una gran contradicción en ese mismo momento.

—Como si ya no hubiese tenido suficiente. —Comenté con sarcasmo—. ¿Qué mierda haces acá, Norman?

—No, Blair, ¡¿Qué mierda estás haciendo tú?! —Interrogó, con furia.

—¿Con llamar a mi papá no bastó, eh? —Me burlé, igual de indignada.

—¡Por la mierda, basta! —Me regañó.

—¡Te quiero fuera de mi vida, maldita sea, Norman! —Grité, mas él no parecía asustarse de mis reacciones.—. ¡Déjame en paz, ándate! —Repetí, y un pequeño puchero, totalmente involuntario, se formó en mis labios al notar que, a pesar de mis claras palabras, él no tenía intenciones de marcharse—. ¿Por-por qué haces esto?

Caminó con velocidad hasta mí, sujetando mi rostro con fuerza y decisión. Sus ojos azules rápidamente, envolviéndome en esa perdición que sólo él podía provocar.

—¿Quieres saber por qué, Blair? —Me preguntó, desafiante, y asentí, asustada de lo que podía suceder—. Mierda. —Maldijo.

Nuestras respiraciones chocaron por un instante de segundo, antes de que me besara, con pasión, deseo e intensidad. Sus brazos bajaron a mi cintura, amarrándome a él, y sólo se detuvo, por unos instantes, para tomar aire y poder explicarme la razón que lo mantenía atado a mí.

—Porque te amo.

Miss Nothing - Norman Reedus.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora