- Carta para usted, González.
- Déjala en la mesa, porfa –La muchacha obedeció, el sobre color crema quedó entremedio de todos los papeles que hacían inhabitable por ahora el escritorio de Manuel- Gracias, Cata.
- Gómez, joven. Dígame Gómez.
Si había invitaciones insinuantes de ese tipo y con ese acento tan tierno y exquisito, Manuel no podía quedarse pegado a su tercer sudoku de la tarde. No demoró en darse la vuelta y ver a Catalina, la muchacha bonita que traía revolucionadas las hormonas de la Brigada de Homicidios de Santiago, con los movimientos de su cabello o el humor pícaro que no contenía. Había un montón de otros detectives tras ella y Manuel se sentía afortunado de que la colombiana lo hubiese elegido indirectamente a él, todavía no eran nada, pero la tensión y las sonrisas mutuas no eran pasadas por alto por la mayoría de sus compañeros.
- Muy bien, señorita Gómez. Ahora, ¿podría salir de aquí? Hay un par de espacios que debo completar –otra vez ese tono burlón, tan característico suyo; Catalina creyó que el sarcasmo se notaba a leguas y se dio la vuelta, haciendo que Manuel apreciara sus curvas en el acto.
- No sea mentiroso, terminó eso hace mucho rato.
- Sí, bueno, vete. Te llamo luego. Y no me tratí de usted. Me hací sentir viejo.
La colombiana sonrió.
- Lee la carta.
- Sí.
Catalina salió, cerrando la puerta tras de sí. Manuel se quedó solo de nuevo entre papeles e instrumentos. Las paredes estaban llenas de fotos de crímenes que aún seguían sin resolverse o de famosos homicidas que la PDI había tenido el honor de atrapar en una época en que los asesinos seriales habían brotado en Chile como tiña entre perros callejeros. Manuel había tenido su ajedrez hace un par de años, en dos ocasiones, cuando recién salido de la academia atrapó a un asesino caníbal que mataba extranjeros, y cuando capturó a un pedófilo que había dado muerte a cinco chiquillos en menos de dos meses; el tipo dio un paso en falso y la PDI fue alertada, pero Manuel no creyó en la pista y fue por otro lado. Nunca se arrepentiría de aquello.
Aunque no era debido darse todo el crédito, fue capaz de internarse en la mente criminal gracias a su propia inteligencia psicópata y a la ayuda del mismo asesino que se encontraba recluido en la cárcel de máxima seguridad y que él llevó tras las rejas. Martín Hernández había accedido a ayudarle con el pedófilo porque tenía curiosidad acerca de la forma de pensar de Manuel. Cuando volvió a verlo de pie en aquella cárcel lo primero que preguntó fue ¿cómo me atrapaste?
No sabía. No tenía idea de cómo lo había hecho. Y se quedó tieso y en blanco cuando le miró a los ojos verdes otra vez. Por lo menos, de todas esas noches de conversación Manuel había obtenido valiosa información para atrapar al hijo de puta que violaba y asfixiaba niños, a cambio, por supuesto, de meritorios conocimientos sobre sí mismo para Martin. Había entregado sus más preciados recuerdos por características y un perfil bien hecho de un criminal, lo que ahora le traía consecuencias imborrables; en más de una ocasión se había emborrachado con la pura excusa de que para toda la vida cada una de sus emociones estaría en manos de un psicópata.
Pero basta de lamentos ridículos, que no son lo suyo.
Había salvado las vidas de muchos niños y eso debería tenerle la consciencia tranquila. Sin embargo, no lo hace.
A la mierda, es trabajo.
De vuelta a su sudoku. Le quedaban tres espacios por completar y terminó con una sonrisa porque era muy fácil; el ochenta por ciento de sus compañeros hubiese estado en contra de esa suposición.
ESTÁS LEYENDO
Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]
FanfictionUna recopilación de las historias de un capítulo o dos que he escrito a lo largo de mi estadía en el fandom sobre Argentina y Chile. Incluye el ArgChiWeek de 2018 y 2023.