La voz de El Trueno (2/?)

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Notas: segundo capítulo! No encontré otros, así que hasta aquí queda.

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- ¡Mi joya del Pacífico! ¡Mi Clem! ¿Cómo pudiste dejarme tan abandonado, eh? ¡Años que no te veía!

Clemente puso los ojos en blanco, recibiendo el abrazo que Domingo le ofrecía y aguantando todas las palabras maliciosas y burlonas que siempre se desprendían de sus labios para él.

- Domingo, fueron como... cuatro meses. Ya no somos cabros chicos, no es como que voy a venir a pasar mis vacaciones aquí, como antes.

- No me importa nada, no sabés lo feliz que me hacés con tenerte aquí.

Tuvo que darle unas palmaditas en la espalda.

- Como podés notarlo, Clemente, Domingo todavía no supera la obsesión que tiene con vos. Está casado, tiene dos hijos pero nada, vos siempre serás...

- ¡El porteño más lindo! -le completó Domingo a Martín la frase y Clemente tuvo que sonreírse al fin y al cabo porque prefería creer que Domingo realmente estaba siendo agradable con él y no le decía esas cosas solo para burlarse.

- También te quiero, Domingo -se decidió por decir-.

- ¿Y por cuánto venís? -preguntó Martín. El aire que corría y se arremolinaba en la entrada de la casona le revolvía el pelo claro a Clemente y le obligaba a cerrar los ojos azules un poquito.

- No mucho -contestó- Vengo por mi papá, a hablar el tema de la compra del ganado.

- Papá estuvo contándonos sobre eso. Sabés que él se ocupa de todo, pero ahora estuvo un poco enfermo, entonces Sebastián y yo nos encargamos de las ventas.

- Oh, ¿y está mejor ahora?

- Sí, un poco mejor.

Domingo agarró la maleta de Clemente.

- ¿Te la llevo a tu habitación? Yo mismo me encargué de decorarla para vos -le aseguró el mayor de los Hernández.

- Gracias, Domingo, yo voy altiro.

- Llegó un compatriota tuyo a trabajar a la casa -le informó Martín al rato, cuando estaban solos. Clemente frunció el ceño en curiosidad.

- ¿Ah, sí?

- Sí, Manuel. Es el profesor de Simona. Es un omega también, viene de Santiago, qué se yo.

Clemente asintió, pero sin mirar a Martín. Admiró en silencio la estancia que se parecía al fundo en el que él vivía allá en Quilpué, verde todo y lo marrón haciéndose paso, allí donde corrían los caballos, donde las vacas comían y engordaban y donde se guardaba a los toros. El aroma a campo nunca podía olvidarlo ni dejarlo atrás. Era como parte de él, como propio. Los zapatos manchados de barro y la ropa con olor a pasto estaban siempre con él, acompañándolo durante todo su recorrido por la casona que él tenía allá en Valparaíso. Así que estar acá en La Pampa con los Hernández era como estar en casa en Chile con los Edwards Vial, no echaba de menos ni a su papá ni a su mamá si estaba con los chicos, que eran como su familia también.

Ese día, Clemente observó a lo lejos con dificultad y encontró, conversando con otros peones, a un muchacho alto y curvó la cabeza, con curiosidad. Martín le hablaba de algo que él no estaba escuchando y abruptamente, se le salieron de la boca algunas palabras que a Martín le parecieron medias insulsas porque, o Clemente era muy olvidadizo o estaba preguntándole lo obvio.

- ¿Quién es ese huaso, Martín?

Martín miró a donde apuntaba Clemente y siguió con la misma idea en la cabeza.

Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora