Jardín con Enanitos (1/1)

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Ese día la Emma no había ido al colegio, y andaba en piyama, acurrucada ahí en el living de la casa con su tablet en las manos y su pelito desordenado cayéndole por las mejillas bien sonrosadas. Manuel había cancelado una clase y se había querido quedar con su niñita de puro regalón que se ponía cuando la Emma estaba enferma; Martín tenía horas más tarde en la clínica así que había resultado que los dos papás estaban en la casa ese día. Manuel le había dicho un par de veces a la niña que se fuera a su pieza porque era temprano y estaba tan fría la mañana y podía ponerse más mal de lo que ya estaba pero la Emma, con su voz gangosa y aguda había rechazado cualquier invitación de su papá para ir al segundo piso y hasta había negado el ofrecimiento exquisito que le hizo Martín de llevarle el desayuno a la cama y comer los cereales con ella.

Estaba escuchando canciones de la Violeta también, tarareando ahí, mientras Manuel se paseaba de un lado a otro, sonriente y amoroso, enternecido quizá de verla tan chiquitita y rubia. Martín se sentó entonces, un par de minutos después, a su lado y le puso la chaqueta que tenía encima de los hombros. La Emma se removió incómoda por el nuevo peso.

- Papá –dijo de repente. Martín había tenido la intención de encender el televisor, pero la voz de su hija lo distrajo y terminó pendiente de ella no más.

- ¿Qué pasa? ¿Querés algo más para comer?

- No, es que tengo una pregunta. –le contestó ella.

Martín se acomodó en el asiento y le miró a los ojos.

- ¿Qué pasa?

- ¿Cuál es la canción tuya y del papá?

La pregunta de la Emma lo pilló a Martín desprevenido. Entrecerró los ojos y le sonrió pero era una sonrisa de duda y a la vez de curiosidad.

- ¿La canción mía y de Manuel? ¿Por qué estás preguntando eso?

- Es que la Violeta tiene una canción con su pololo, ¿tú y el papá también tienen una canción?

Lo pensó un rato Martín, luego le contestó con picardía.

- Sí.

- ¿Cuál es? –preguntó la Emma, emocionada.

- Pregúntale a tu papá.

- ¡Papá! –llamó la Emma de inmediato y Manuel, el pobre, pensando que algo malo le había pasado a la niña, echó apuros desde el segundo piso y estuvo en poco tiempo allí. Miró la cara de Martín y vio su sonrisa y luego la sonrisa de la Emma y supo que algo no estaba muy bien, porque la Emma era igual a Martín y cuando los dos sonreían de ese modo, había que ser cauto.

- ¿Qué pasó? ¿Te duele más la garganta? ¿Te doy un dulce de miel?

- No, no, es que le pregunté al papá si tú y él tenían una canción porque la Violeta y su pololo tienen una canción y él me dijo que sí y que tú me dirías cuál es.

- ¿Una canción? ¿Una canción como... que nos hayamos dedicado?

La Emma movió la cabecita hacia arriba y hacia abajo con entusiasmo.

- ¿Qué cosas le andai' diciendo, Martín?

- Ella me preguntó si teníamos una canción y yo le contesté –dijo Martín, poniéndose de pie. Manuel retrocedió unos pasos cuando, finalmente, su marido se ubicó cerca de su cuerpo- Y sí tenemos una canción, ¿te acordás?

Ahí, después de unos momentos bien vagos de silencio, de expectación de la Emmita, Manuel acabó sonriendo, pero era como que quisiera y no quisiera al mismo tiempo, era media chistosa la forma en que sus labios se contraían y después su nariz se ariscaba y como que daba la impresión de que se quería reír pero estaba resistiendo a duras penas.

- Sí... sí me acuerdo –dijo, con ese tonito de voz que ocupaba cuando decía cosas maliciosas- Es una canción super bonita, Emma –le habló después a la niña.

- ¿Cuál es? –preguntó la chiquitita, dejando su tablet de lado.

En un movimiento bien rápido, Martín estiró sus brazos. Manuel dio un gritito ahogado de sorpresa, de ver finalmente envuelta su cintura en las manos de su marido. Era una sensación tan conocida, tan pura y suave, con concordancia le enredó los brazos en el cuello y esperó por lo que Martín tenía que decir. No se sorprendió de escucharlo cantar esas palabras que se sabía casi de memoria.

- Hoy le pido a mis sueños que te quiten la ropa, que conviertan en besos todos mis intentos de morderte la boca. Y aunque entiendo que tú, tú siempre tienes la última palabra en esto del amor, hoy le pido a tu ángel de la guarda que comparta, que me de valor y arrojo en la batalla pa' ganarla...

- Y es que yo no quiero pasar por tu vida como las modas...

- No se asuste, señorito, nadie le ha hablado de boda...

- ¡Mentira! –saltó Manuel hacia atrás, sorprendiendo a Martín- ¡Mentira! ¡La regalada de anillo vino muy rápido!

- ¿Tú le regalaste un anillo al papá? –preguntó la Emma con su cabecita estirada. Martín no la miró pero estaba asintiendo.

- No arruines la canción –se quejó y volvió en un ratito a cantarle en el oído- Yo tan solo quiero ser las cuatro patas de tu cama, tu guerra todas las noches, tu tregua cada mañana...

- Quiero ser tu medicina, tus silencios y tus gritos, tu ladrón, tu policía, tu jardín con enanitos. Quiero ser la escoba que en tu vida barra la tristeza...

- Quiero ser tu incertidumbre y sobre todo tu certeza. –finalizó Martín.

- ¿Esa es su canción? ¡Es muy bonita! –saltó la Emma, poniéndose de pie. La chaqueta de Martín se deslizó hasta el suelo alfombrado- ¡Yo también quiero tener una canción cuando tenga pololo!

- Ah, no –dijo Martín; Manuel estaba pasándose la lengua por los labios en espera del beso que veía venir. En realidad, nunca llegó ese beso porque Martín era un papá sobreprotector a quién no le cabía en la cabeza que algún día su nena iba a querer a alguien más (a alguien más que no fuese él o Manuel)- Novio, nunca. Además, ¿por qué piensas esas cosas? ¡Estás muy chica!

- ¡No! ¡Tengo siete! –la Emmita alegó, Manuel se apegó a los brazos del papá de su hija.

- No me importa, ¡nunca!

- Deja de molestarla...

Martín lo miró bien caprichoso, pero Manuel estaba demasiado templado como para siquiera alejarse de él.

- Oigan... -dijo la Emma, después de un ratito. Tenía las manos detrás de la espalda y se movía de aquí para allá con sus onditas rubias hacia un lado y otro- Dense un beso...

- ¡Un beso! –contestó Martín, con una sonrisa- Es que tu papá no quiere...

- ¿Quién dijo que yo no quería? –respondió Manuel.

Martín le tomó de las mejillas en un movimiento bien apurado y le besó como si él nunca pudiera haber predicho alguno de sus movimientos. Más atrás, la Emma aplaudía contenta. Cuando su marido se separó, Manuel volvió en búsqueda de sus labios por otra vez, pero entonces la Emma frunció el ceño y puso carita de asqueada y dijo: ¡iughh! ¡mucho!

Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora