Capítulo 8.

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Capítulo 8

–Creo que se me quedó algo allá abajo. –Balbuceé, mientras Ryder me llevaba entre sus brazos hacia la habitación.

Lanzó una carcajada. –¿Qué?

–Mi alma. –Dije entre dientes. Spirideon me había dado una paliza. Me hizo correr por todo el jardín, me hizo hacer estiramientos y por si fuera poco me tomó como su saco de boxeo. Ni luchar con Belial era tan difícil y doloroso.

Llegamos a la habitación. Ryder abrió la puerta como pudo y me dejó rápidamente en la cama para regresar a cerrar la puerta.

Me dolía cada rincón de mi cuerpo. Era cierto lo que decían los chicos; Spirideon no tenía misericordia y era despiadado. Aún podía escuchar sus gritos e insultos resonando y zumbando en mis oídos;

<<Mi madre puede correr más rápido que tú. Y es inválida>>

<<No sé cómo mierda hiciste para cortarle un brazo a Belial si no puedes darme ni siquiera una estocada. Quizás fue un milagro de Dios. Y soy ateo, por cierto>>

<<No me mires como si quisieras asesinarme, enfoca tu ira en los movimientos que te he enseñado. Y si vuelves a colocarme los ojos en blanco te cortaré la lengua y haré que te la tragues>>

Pude ver como Ryder se encogía de hombros, aunque claramente no parecía muy apenado por mí. –Nadie dijo que iba a ser fácil. –Sonrió, mientras retiraba de mi frente unos mechones de cabello que se salían de la cola de caballo. –¿Por qué mejor no vamos a dormir?

Asentí. Las suaves sábanas y las almohadas debajo de mí se sentían como un pedazo de cielo.

Ryder se quitó sus botas y se acostó suavemente a mi lado. Con mucho cuidado, colocó mi cabeza encima de su pecho. Mientras escuchaba los suaves latidos de su corazón, caí rápidamente en un sueño profundo sueño.

Pensé que iba a poder dormir plácidamente, pero en mi cabeza comenzaron a formarse varias imágenes, hasta que me di cuenta que estaba cayendo en una especie de video–sueño. Yo estaba allí, pero solo estaba de pie, observando.

Pude divisar rápidamente que era uno de los tantos callejones de Manhattan; oscuros, llenos de basura y totalmente húmedos. Pero allí estaba un hombre, recostado en la pared, con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera. Como era demasiado oscuro, no podía ver bien su rostro, solo podía ver la brillantez de las perforaciones en sus orejas.

Se veía que estaba aburrido y cansado. Parecía estar esperando a alguien. En último momento, se irguió y sacudió la cabeza. Parecía estar reprendiéndose mentalmente. Se dio media vuelta y comenzó a caminar para salir del callejón, pero se detuvo al instante. Se dio la vuelta y posó su mirada en la persona que había aparecido detrás de él.

La persona detrás del hombre era una persona conocida para mí.

El hombre de ojos gris hundidos, el director de Ciudad Niebla.

Y en ese mismo instante, la cara del hombre que llevaba tiempo esperando se divisó claramente para mí.

Era mi maldito profesor de histología. Chris.

¿Qué rayos es esto?

–Pensé que nunca iba a venir. –Habló Chris, mientras metía nuevamente las manos en los bolsillos de su sudadera. Su cabello castaño estaba alborotado y por alguna razón, podía ver maldad en sus ojos.

–Te dije que iba a venir. –Habló el director de Ciudad Niebla, con su extraña voz difónica. Estaba, como siempre, con la túnica gris que solo dejaba al descubierto sus pálidas manos.

Magos de Mina: La Guerra (Libro#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora