Capítulo 22.

1.6K 209 3
                                    

 Capítulo 22.

 Nos quedamos abrazados unos segundos. Luego nos separamos. Ryder me miró nuevamente y sacudió la cabeza mientras reía. Esa hermosa y delicada sonrisa.

-No puedo creer que confíe en ti si estás tan loca. –Coloqué mi mano sobre la suya en mi cara.

-Gracias. Todo saldrá bien.

-Espero que sí. –Me respondió, con un suspiro.

-Espero que sepas nadar muy bien. –Dijo Elecktra, con una sonrisa sarcástica.

-No necesito eso. –Le respondí, con una sonrisa igual a la de ella.

Levanté mis manos. Me concentré todo lo que pude y ordené que la cascada se abriera en dos. La entrada de la cueva apareció en todo su esplendor. El agua salpicaba y me mojaba toda, y tenía que utilizar una gran cantidad de energía para no dejar que el agua se viniera encima de todos. 

Bajé mis manos, pero no dejé de concentrar en mi mente el mantenimiento del agua separada. Eché un vistazo a Elecktra y a las Guerreras; estaban todas con la mandíbula en el piso, literalmente. Caminé en medio del pozo y la cascada partida en dos, hasta llegar a la entrada de la cueva. Al entrar, no necesitaba la cascada partida en dos, así que dejé de controlar el agua. La cascada cayó en su lugar nuevamente, mojándome de pies a cabeza.

Como estaba totalmente mojada, tuve que quitarme la capa negra. Me pesaba demasiado. La dejé allí en la entrada. Tomé aire y seguí mi camino. La cueva era estrecha y húmeda. Había huesos y esqueletos esparcidos por el camino, lo que hizo que el corazón me llegara a la garganta. Seguí caminando un poco más, hasta que las rocas y el camino comenzaron a abrirse hasta llegar a una especie de habitación redonda. Había un pequeño pozo de agua cristalina rodeado de flores y arbustos. El techo de piedra estaba altísimo, casi se podía escuchar mi respiración. Había un hueco grande en el techo por donde se colaba la tenue luz del cielo nublado de Mina, iluminando el lugar.

Estaba tan sorprendida por esta maravilla natural que no me percaté de que justo frente a mí se levantaba un dragón gigante de color gris.

Séphora era simplemente la descripción gráfica de la palabra terror.

Era gigante, no podía calcular cuántos metros tenía de altura. Tenía escamas grises, alas un poco más oscuras y ojos azul perlado. Estaba un poco nerviosa e intimidada, pero no podía dar marcha atrás.

-¿Quién osa a perpetrar mi morada? -La piel se me erizó cuando la voz del dragón resonó en la cueva. Casi me lastima los oídos. Era una voz muy femenina, casi ni piensas que viene de una criatura mitológica.

Y, maldición, el maldito dragón hablaba.

-Puedo escuchar tus pensamientos, niña. Es mejor que hables. –Escupió Séphora. Se irguió y extendió un poco más sus alas. Casi pude escuchar cómo se reía, si eso era posible.

-Me llamo Clea. –Hablé, alzando un poco la voz. –Y soy la portadora de los cuatro elementos.

Séphora se quedó patidifusa, si es que se puede.

-Todos los aventureros que han venido a este lugar han dicho lo mismo. No me gustan las mentiras, Clea. –Séphora se movió un poco más hacia adelante. La luz que se filtraba por el techo le daba justo en la cara. Sus ojos azul perlado parecían brillar y sus escamas estaban relucientes. Parecía que estaba cubierta de escarcha.

-Entonces, pruébame, Séphora. –Le dije, sin titubear. –Dime cómo puedo demostrarte que soy la portadora de los cuatro elementos.

-Mina Tepes. Aún recuerdo el nombre de aquella guerrera. –Séphora se movió e hizo eco e toda la cueva. –La única pura de corazón y bondad que ha venido hacia mí. La única que he dejado montar mi lomo. ¿Crees que puedas superar a aquella guerrera?

Magos de Mina: La Guerra (Libro#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora