Jun todavía se sentía hambrienta. Por lo menos no se había derrumbado a medio camino, y eso que le parecía que habían estado andando una eternidad.
Aunque la fruta de la luz no se distinguía por sus propiedades nutricionales precisamente, sí la había ayudado a calmar su estómago y, ya que el hambre no era tan imperiosa como antes, el cansancio había empezado a atormentarla entumeciéndole las extremidades. Su bolsa le tiraba del hombro con una fuerza extraordinaria. La cabeza le daba vueltas.
Un halo de luz golpeó a Jun en la cara cuando alguien abrió la puerta y una silueta casi infantil se destacó entre la penumbra de la noche de Lelea antes de desaparecer para dejarles pasar.
- Adelante, conoce al resto de la tropa – la invitó a pasar Ryon sosteniendo la puerta.
Jun se acercó con celo. Su desconfianza instintiva prevalecía incluso sobre el agotamiento y el hambre.
Adentro, tres pares de ojos la miraron con sorpresa.
- ¿Qué es esto? ¿Quién es? – preguntó casi a gritos una chica menuda que estaba parada junto al fuego y que Jun supuso era quien les había abierto la puerta.
Las sombras anaranjadas de las llamas le lamían el rostro, dándole un aspecto amenazador a pesar de su complexión pequeña y su abundante, casi artificial, cabello rubio.
Jun enderezó la espalda sin pensarlo dos veces. La segunda batalla del día había comenzado y sospechaba que iba a necesitar mucho más coraje allí que en la tienda del boticario.
- Es nuestra nueva sanadora. Su nombre es Jun – replicó Ryon cerrando la puerta tras de sí y arrastrando a Jun cerca de la mesa.
- Cuando dijiste provisiones me imaginé algo distinto – comentó con sorna un tipo al otro lado de la mesa –. No es que no me agrade tener una presencia femenina extra en la casa.
- No le hagas caso – dijo Ryon bufando –. La lengua impertinente de Rico será su perdición algún día. Pero fuera de eso, es el mejor hombre que conozco para cubrirme la espalda.
Jun estrechó la mano que Rico le tendía con confianza. Era guapo, más alto que Ryon, con la piel bronceada y una sonrisa arrebatadora. Jun nunca se había preocupado mucho por su aspecto, mas se sintió un poco avergonzada de la facha harapienta que debía tener en ese momento en contraste con él.
A continuación saludó a la muchacha de semblante amable que estaba al lado de Rico. Era casi tan alta como él e igual de corpulenta. Tenía una forma curiosa de moverse, además, con movimientos delicados pero precisos.
- Soy Jun.
- Me llamo Cezelia. ¿Nos acompañas a cenar?
Aquella probablemente era la invitación que Jun había aceptado con más felicidad en toda su vida. Asintió con energía y se sentó a la mesa metiéndose la bolsa entre los pies. Siguió con el rabillo del ojo los movimientos de Cezelia mientras se desplazaba por la cocina.
La casa no es muy grande, pensó Jun, estudiando con atención la habitación en la que se hallaban.
Hacía las veces de salón, cocina y comedor, con una tosca mesa de madera en el centro y un fogón con un horno empotrado en una esquina. En el extremo contrario había una escalera que probablemente conducía a las habitaciones.
No los había visto antes de entrar, pero Jun juzgaba que el baño y las caballerizas debían estar detrás de la casa. Quería creer que tenían un baño. Usar los matorrales y los riachuelos para asearse nunca le había gustado mucho.
ESTÁS LEYENDO
La caída del bosque
FantasiSobrevivir en Lelea se ha convertido en una tarea colosal. Hordas de forasteros abarrotan las calles de la ciudad, disputándose los escasos trabajos en oferta, mientras la misma fuerza misteriosa que los obligó a abandonar sus hogares se cierne amen...