Jun estaba caminando por el prado de regreso a casa. La yerba era de un esmeralda brillante con repuntes de verde manzana en las puntas que asomaban bajo sus pies. Para sorpresa de Jun, aunque el cielo estaba despejado, no soplaba ni el más nimio viento.
La casa estaba justo frente a sus ojos.
Jun se detuvo a descansar y dejó la cesta con provisiones en el suelo. Se pasó la mano por la frente para secarse el sudor. ¿Por qué le costaba tanto respirar? ¿Por qué estaba tan cansada? ¿Por qué un olor punzante a azufre le quemaba la nariz y los pulmones de repente?
El sonido de un edificio cayéndose a pedazos la hizo levantar la cabeza y mirar en la dirección que sus ojos estaban evitando. Una casa se resquebrajó, y luego otra, y luego otra más, siendo víctimas de un extraño efecto dominó hasta llegar a la suya, cuyos muros se agrietaron y cedieron bajo el peso de la estructura rota.
Jun sabía que sus amigos estaban adentro, atrapados entre los escombros. Que la necesitaban. Y no se atrevía a moverse. No podía ayudarlos, ya era muy tarde. Prefería que el Hombre del Bosque se la comiera ahí mismo a encontrar otro de los cuerpos que dejaba tras de sí.
Lo vio aparecer detrás de uno de los muros derrumbados. Era una figura oscura y larga. Jun estaba medio ciega y el aire apenas le llegaba al pecho. El monstruo la miró con unos ojos brillantes que le atravesaron el estómago. Jun se echó a temblar involuntariamente, sus sacudidas tornándose más violentas a cada instante.
Despertó dando un salto, con la boca seca y la mirada desenfocada. Rico la estaba zarandeando por los dos hombros. Decía algo que Jun no llegaba a comprender. Parecía agobiado.
Jun observó el resto de la habitación. Angélica, Dox, Cezenia y Lidia también se movían nerviosamente. Estaban todos allí. Todos menos Tebastian y Ryon. Y la espada.
La cortina había sido corrida a un lado y dejado al descubierto el taller vacío.
El corazón de Jun era como un animalillo desbocado, perdido en medio de un mar rabioso.
Los demás estaban discutiendo, hablando a gritos, pero ella no se enteraba de lo que decían. Los sonidos le llegaban distorsionados a los oídos.
Rico abrió la puerta trasera y se lanzó a través de ella hacia afuera, con Dox pisándole los talones. Lidia y Angélica no demoraron en seguirlos.
Cezenia ayudó a Jun a ponerse de pie. Su boca se movía formando palabras. Jun intentó leerle los labios pero fue inútil.
Recorrió el pasadizo con paso tambaleante, apoyándose en Cezenia. Los oídos le zumbaban. Tenía ganar de llorar y de vomitar. O de algo intermedio.
Pasados unos segundos emergieron por la trampilla fuera de la muralla.
El sol estaba saliendo y sus rayos claros se extendían sobre Lelea. Jun los recibió con el rostro descubierto.
Los otros seguían discutiendo alrededor de los caballos, probablemente para decidir quién iba a ir en búsqueda de los dos escapistas. Cezenia le apretó la mano con fuerza.
Jun observó la muralla, sus ojos la siguieron hasta toparse con una pila de bloques caídos, cortesía de su amigable vecino, el Hombre del Bosque; quien seguiría visitándolos hasta que todo aquello no fuera más que piedra rota y tierra pelada. Si querían salvarse debían correr en sentido contrario. Seguir corriendo hasta que no les quedaran fuerzas para nada más. Pero Jun se sentía tan cansada de repente.
Justo cuando pensaba esto último, un espectro marrón salió disparado de entre los árboles.
Jun emitió un gruñido gutural que desvió la atención de sus compañeros hacia donde ella estaba mirando. Se pusieron en guardia.
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La caída del bosque
FantastikSobrevivir en Lelea se ha convertido en una tarea colosal. Hordas de forasteros abarrotan las calles de la ciudad, disputándose los escasos trabajos en oferta, mientras la misma fuerza misteriosa que los obligó a abandonar sus hogares se cierne amen...