Jun #3

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Mientras hacía su recorrido habitual por las calles inusualmente vacías de Lelea, Jun se sentía más alerta que de costumbre. Lord Él había llamado a filas a los guerreros el día anterior y el resto de su grupo se había marchado en menos de un parpadeo. 

Antes de que partieran, Jun los había apertrechado de alimentos, bebidas, medicamentos fáciles de aplicar y amuletos de protección hechos con cristales de cerusita turquesa. Mientras llevaran esos collares ningún peligro podría tomarlos por sorpresa.

Jun se llevó la mano a su propio cuello y juntó las cejas. No había fabricado un collar para ella misma porque la cerusita era cara y difícil de trabajar, pero comenzaba a arrepentirse de no haberlo hecho. Ahora que había llegado al corazón desolado de la ciudad, le preocupaba también haber llevado casi todo el dinero de la tropa consigo. 

Rio al recordar la cara de espanto que había puesto Angélica al ver a Ryon entregarle la bolsita marrón la mañana anterior.

- Si lo pierdes estás muerta – le había dicho con ojos rencorosos.

Las expresiones de todos habían sido severas aquella mañana. Jun sabía que lo que los tenía ansiosos no era el peligro de la batalla – las escaramuzas periódicas de los nobles casi no contaban como batallas reales – sino que estaban calculando cómo destacarse lo suficiente como para llamar la atención de Lord Él sin llegar a irritarlo. Bueno, y también la batalla. Nunca se podía estar seguro de si la cosa iba a salirse de control cuando la dignidad de un lord estaba en juego.

Habia visto a Ryon y Rico cuchicheando a solas mientras preparaban los caballos. Luego Ryon había llamado a Dox para hablar también en privado. Todos parecían tener cosas importantes que decirse entre sí, pero no a Jun. Ella seguía siendo una extraña para los demás y era consciente de ello, por lo que no le molestaba demasiado. Su relación con el resto del grupo era puramente una de negocios, después de todo.

- Te dejo la casa – le había dicho Ryon con una sonrisa ambigua antes de ponerse en marcha –. Es tuya hasta que regresemos.

- Veamos qué tan bien funcionan tus trucos en una pelea de verdad – se había despedido Dox, trepándose de un salto a un caballo de pelo negro, largo y sedoso.

A pesar de que no eran sus amigos, Jun sintió un aguijonazo de ansiedad en el pecho al revisar por última vez que las alforjas con las provisiones estuvieran bien sujetas.

Cezenia le había puesto una mano sobre el hombro.

- Estaremos bien, no te preocupes. 

- Ya lo sé – le había respondido Jun aparentando serenidad. ¿De verdad lo sabía? ¿Y qué tal si no regresaban nunca? Ya había ocurrido antes.

Jun había estado mirando la espalda brillante de Ryon mientras se ajustaba la espada al cinturón. A duras penas habían logrado reparar el tajo de su armadura. Necesitarían encontrar un buen herrero para que arreglara aquel desastre. 

Ryon había volteado la cabeza en ese momento y la había sorprendido observándolo. Entonces se había desatado un cordelillo de la cintura como quien no quiere la cosa.

- Ten. Encárgate de esto también.

Ahí Jun había tomado la bolsita que contenía la fortuna completa del grupo y Angélica había puesto aquella cara airada tan graciosa.

- No puede ser peor que Ryon. Miren lo que pasó la última vez que lo dejamos ir solo al mercado – había dicho Rico.

Jun recordaba haber reído, aún si no había tenido muchas ganas de hacerlo en realidad.

La caída del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora