Jun #8

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El brazo de Jun se movió por su cuenta, presa de un impulso que no reconoció. Había dejado de ser ella súbitamente. Su consciente había dejado paso al subconsciente, que no había dudado en empuñar la daga y clavársela en la pierna al soldado que intentaba matarlos.

Se miró horrorizada la mano, esperando encontrarla manchada de escarlata. Su trabajo era evitar que corriera la sangre, no provocarla. Pensó que lo que peor que sentaría sería la visión de la sangre pero eso no fue nada comparado por la rigidez del soldado al que había apuñalado.

- Lo has dejado de piedra – dijo Ryon que la mantenía cerca de sí sujeta por los hombros.

Los músculos del guardia estaban rígidos como troncos.

Jun forcejeó en vano con el cuchillo. No podía sacarlo.

- Es veneno de escarabajo. Angélica debe haberlo puesto en el filo – dijo en tono lastimero.

- Bien hecho.

¿Bien hecho? El elogio fue como un puñetazo en el estómago.

Aquello no era como Jun lo había imaginado.

Y qué me había imaginado, se preguntó corriendo detrás de Lidia y Ryon hacia la abertura que llevaba al tesoro de Lord Él.

Ellos dos no se paraban a considerar el ángulo moral de la situación. Estaban acostumbrados al matar o morir y no dudaban cuando se trataba de sus propias vidas.

Jun había creído que ella era igual, que había pasado tanto tiempo en las calles y había visto tantos horrores que ya nada podría asustarla. Se equivocaba.

Deliberadamente evitaba mirarse las manos mientras rebuscaba entre todas aquellas piedras brillantes.

- ¿Ésta? – preguntaba Ryon a gritos. Ya no importaba que nadie los oyera.

- No – decía ella –. Más azul.

- ¿Ésta?

- Menos azul.

- ¿Qué tal ésta?

- No, no se parece.

- ¡Maldición! Ahora va a ser que las únicas piedras preciosas que no tiene Lord Él son las puñeteras que estamos buscando. Y que nos cuelguen por esta idiotez.

Ryon protestaba como si fuera a salir corriendo y, sin embargo, se mantenía atento a los pasillos de la cueva. El más mínimo sonido lo hacía saltar como un resorte y lanzarse en esa dirección con la espada, que había recuperado antes, en alto.

Jun lo comprendía y lo ignoraba todo al mismo tiempo. Se asustaba por momentos y en otros se sorprendía a sí misma de su indiferencia. No estaba hecha para el campo de batalla, estaba claro. Estaba más cómoda allí, con las rodillas y los brazos raspados por los cientos de gemas y joyas de Lord Él, tiradas por doquier en cofres, sacos, por el suelo, que midiéndose con tipos que parecían no temer más por su cuello que por el de sus contrincantes.

- No me gusta nada esto – susurró Ryon volviendo a hacer que el silencio fuera importante.

Las piedras se le incrustaban en las suelas de la botas al andar de un lado a otro de la bóveda.

- A lo mejor hay una forma de cerrar la puerta otra vez.

- El mecanismo es una cadena. Tardaríamos una eternidad en volver a enrollarla – dijo Jun con la cabeza metida en una montaña de cristales.

La caída del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora