Ryon bajó la cabeza y observó a la extraña chica que colgaba de su camisa. Era tan flaca que casi no sentía su peso. Estaba sucia de la cabeza a los pies y, sin embargo, llevaba el cabello recogido con total pulcritud. Por su rostro dedujo que no podía ser mayor que él.
Ryon suspiró con pesar. ¿Cómo era que siempre llegaban a él los casos perdidos? Presentía que era en parte su propia culpa; no tenía corazón para rechazarlos.
- Levántate – le dijo, ayudando a Jun a incoporarse con gentileza.
El brazo de la chica estaba en el puro hueso.
Ryon reconoció el miedo y la desesperación en la mirada que le lanzó. Él también había tenido épocas así. Un escalofrío le serpenteó por la espalda al darse cuenta de cuán bien recordaba esos días.
Alrededor de sus dos figuras miserables, el mercado se levantaba como un reino de fantasía lleno de olores y texturas tentadoras. La carne troceada chisporroteaba sobre el fuego de las parrillas y a Ryon se le hizo agua la boca. Hasta se olvidó por un momento de la chica que sostenía entre sus brazos. Lo único en lo que podía pensar era en cómo conseguir un pedazo de esa carne.
- No necesito un sueldo – chilló Jun, sorprendiéndolo –. Ponme a prueba. Sé hacer muchas cosas.
Ryon no pudo contener otro suspiro. Los suspiros le sobraban últimamente y, de hecho, eran todo lo que llevaba encima.
En su mundo ideal, una muchacha no tendría que suplicarle por techo y comida. Su casa sería refugio y hogar para todos los que lo necesitaran. Lamentablemente, la realidad distaba enormemente de su utopía y lo había probado en diversas ocasiones.
No obstante, la naturaleza del carácter de Ryon se negaba a abandonar a quienes necesitaban su ayuda. Él también había precisado una mano amiga en el pasado. Todavía lo hacía. Además, la carta de Monti se expresaba en términos halagüeños. Incluso si Jun se convertía en una boca más que alimentar, una sanadora era lo que faltaba en su grupo precisamente.
- No estarás a prueba. Cuando haya sueldo que recibir, lo recibirás. Y cuando no... – se encogió de hombros – Bueno, la diferencia es casi imperceptible.
- Gracias – masculló Jun, recuperando el equilibrio –. Comenzaba a pensar que mi viaje jamás terminaría.
- ¿Has venido desde muy lejos?
- Del norte, al otro lado del Gran Bosque.
Ryon giró la cabeza en dirección al pedazo de bosque que asomaba por encima de las murallas de Lelea. Aunque el sol casi se había ocultado del todo aún podían verse las copas de los árboles teñidas de un naranja rosáceo meciéndose ligeramente de un lado a otro.
Si había algo que Ryon había aprendido de pequeño, era que nadie se adentraba en el bosque. Nunca. Ni los cazadores ni los exploradores. En toda su vida jamás había conocido a ninguna persona que se atreviera, sin importar la lengua que hablara o la región de la que viniera, traspasar el límite de los árboles.
Era una regla que sus padres les habían enseñado a fuerza cuando eran niños. Y sus abuelos lo habían hecho antes con ellos. Ryon no estaba seguro de si era sabiduría antigua o pura superstición pero él al bosque no se acercaba ni por casualidad. Ya era bastante molesto que el hombre de los cuentos se le apareciera en sueños algunas veces. Aquello lo hacía sentirse pueril.
La puerilidad no podía ser el signo de un buen líder.
- Señor – lo llamó Jun, arrastrándolo lejos de sus cavilaciones.
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La caída del bosque
FantasiaSobrevivir en Lelea se ha convertido en una tarea colosal. Hordas de forasteros abarrotan las calles de la ciudad, disputándose los escasos trabajos en oferta, mientras la misma fuerza misteriosa que los obligó a abandonar sus hogares se cierne amen...