Quincuagésimo... Tú.

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Vulnerable ante tu cuerpo, que me tienta a perder la decencia. Soy frágil antes los arrebatos que sufres de ser más atractivo, cuando me muestras tu torso desnudo detrás de esa camiseta blanca de papel film.
Provocas un invierno en mis labios secos donde hace falta tu boca ardiente. Te observo detrás del bullicio, callada entre la multitud, esperando que mires a la izquierda y te des cuenta del deseo que corre por mis venas, del sudor que se resbala entre mis pechos cuando te arreglas el cabello.
En mis pupilas solo entra tu largo cuello a la intemperie, y esos malditos lunares esparcidos en tu clavícula. He soñado con el momento de tomarte cuál bebida, de saborear los kilómetros de tu piel, de recorrerte con mis manos frías para que derritas la Antártida de mi corazón.
Quiero sentirte. Que tu cuerpo se fusione con el mío, dejar suelta a la lujuria, y encerrar por un rato a la cordura, quiero volverte bailarín en mis curvas y soñador en mis costillas. Conviérteme en tu casa, regresa una vez más y muerdeme la pena, arranca mis sentidos y quítame la ropa desde dentro. Robame los secretos y guardarlos justo debajo de tu ombligo, en esa cicatriz tuya. Dame cuerda, por un momento, desatasca este tráfico de pasión, y deja que circule por tus manos. Desvanece mi ansiedad de ti, y se mi medicina. Deja que te abrace una vez más, y acaricia mi cabello hasta que se haga de día. Vuelve nula la distancia entre nosotros, cómo aquel día, cómo ese mismo momento en qué me lancé a tu boca y tu corazón dió un vuelco.

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