Cap 23. ¡Celoso! ¡Celoso!

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Severus Snape se vistió, bajo la mirada atenta de su futura esposa, que se sacudía inútilmente la arena de su alborotado pelo y de sus desordenadas prendas. Los condenados granos de arena, se le habían introducido en cada rescoldo de piel, cada pliegue de ropa, por todo el cabello, por mucho que los sacudiese, no había forma de deshacerse de ellos. La plácida sombra de los árboles, los refugiaba de aquel brillante sol de mediodía, que resplandecía furioso sobre sus cabezas, sin piedad. Decidió ponerse únicamente los pantalones negros y la camisa blanca por fuera, si se ponía la levita, corría el riesgo de desintegrarse de calor. Hermione se abrazó a él y volvieron a aparecerse a la orilla del mar.

-Demos un paseo hasta el pueblo.

Snape cogió con dulzura la mano a su alumna y caminaron por la orilla del mar. En la otra mano llevaban sus zapatos, con sus pies descalzos hundiéndose en la húmeda arena. Las olas que rompían en la orilla, acariciaban sus pies, refrescándolos con su espuma. Snape no cabía en sí de felicidad. ¡Se iba a casar! ¡Con Hermione Granger! Sintió deseos de gritarlo al mundo pero se contuvo... cuando volvieran al castillo, con la intimidad que daba la noche cerrada, y sin que nadie pudiera verle, iría a volar en la escoba de Malfoy. Quizás después de todo, la vida no fuera tan injusta como él se había lamentado infinidad de veces.

Llegaron a un humilde y pequeño pueblo costero. Sus casas eran blancas y en sus balcones decoraban múltiples flores de colores. Había muchos niños en las calles, ya que ese día no tenían colegio y podían jugar con sus amigos... así que reían, gritaban, jugaban y corrían por las aceras, levantando un gran bullicio. Un niño tropezó accidentalmente con Severus, que no pudo evitar gruñir mirándolo con los ojos muy abiertos. El niño se puso lívido de miedo cuando miró al iracundo profesor a la cara y balbuceó algo parecido a una disculpa. Hermione miró a su novio con desaprobación. No le parecía bien que fuera atemorizando niños pequeños por la calle. Snape percibió la mirada de desaprobación de su futura mujer, así que Severus intentó sonreírle al pequeño, pero lo único que salió de sus labios fue una fea mueca que lo atemorizó más. El niño huyó.

-Deberías sonreír más... -sentenció Hermione

-Contigo sonrío.

-Me refiero a general. ¿Por qué tienes que llevar esa cara de amargura siempre?

-No lo sé- dijo molesto- Por costumbre supongo.

Entraron en un pequeño restaurante muy discreto y humilde, en el que prácticamente no había nadie, excepto un par de mesas ocupadas con matrimonios rancios que apenas si hablaban entre ellos. A Snape no le apetecía meterse en ningún local que estuviese abarrotado de ruidosos muggles hablando a gritos y discutiendo por un deporte muggle llamado fútbol. Los camareros eran dos apuestos muchachos, muy jovencitos, un poco más mayores que Hermione, que al ver entrar a la extraña pareja en el local, no pudieron evitar darse de codazos. Tomaron asiento en una mesita cerca de una ventana al fondo del establecimiento, alejados del resto de clientes. Un chico con el pelo moreno y los ojos marrones de piel tostada se le acercó con una sonrisa encantadora, sobretodo cuando miraba a la chica. Tenía unos cuantos granos típicos de la adolescencia en la cara, que Snape no pudo evitar mirarlos con cierta repulsión. Con un poco de poción de la adolescencia, esa asquerosidad se esfumaría de su cara casi instantáneamente. El chico les habló en español, pero Hermione y Severus se miraron. No habían caído que desconocían totalmente el idioma. El chico los miró y comenzó hablar en inglés.

-Buenas tardes. Aquí tenéis la carta- el chico les entregó un cuadernillo de anillas con el menú- ¿Os pongo algo de beber?

-Para mí una copa de vino.- Dijo Snape secamente.

No te acerques tanto a mí. (Sevmione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora