Prólogo

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Francisco Hale se pasea nervioso por el pasillo, arriba y abajo, sin parar, aún con las muletas y el brazo enyesado, el sentimiento de culpa lo carcome por dentro, jamás pensó que llegarían tan lejos.

- Ella me estaba poniendo nervioso, no dejaba de gritar, quiso hacer que volteara a verla, venía un tráiler y perdí el control. – le explicaba una y otra vez al médico, quien lo miraba con desaprobación e incluso asco...

- Las niñas, ¿Cómo están? – se atrevió a preguntar.

- Salieron ilesas. – fue la única respuesta por parte del doctor, se dio media vuelta y se alejó.

Emily, su esposa, solo tenía unas costillas rotas y un brazo roto, Cassandra, su hija de 14 años, ilesa, Michell, su hija de 3 años, ilesa, él, un brazo, una pierna y también unas cuantas vértebras lastimadas, al parecer nada severo... no podía pedirle más a Dios, estaban vivos los 4, nadie había perdido a nadie... o eso parecía.

Esa fue la gota que colmó el vaso...

Les dieron el alta al día siguiente, Emily no dijo nada, Cassandra no dejaba de decirle a su padre que no era su culpa, Michell lloraba mientras Cass la abrazaba y consolaba y Francisco no dejaba de pedir perdón.

Cuando llegaron a casa, Cassandra subió a su cuarto y mientras se cepillaba los dientes escuchó gritos de histeria, enfado, reproche... sus padres volvían a pelear, pensaban que ellas no los escuchaban, pero era como si en su habitación llegaran en altavoz los gritos. Michell entró corriendo al cuarto y se arrojó a los brazos de Cass, quien no dejaba de repetirle que todo estaba bien.

- ¡Casi nos matas, Francisco!

- ¡No fue nada grave!

- ¡Pudiste haberlo evitado!

- ¡No dejabas de gritar, me volteaste la cara y no vi el tráiler! – Cassandra baja las escaleras y se escabulle hacia la cocina con su hermanita en brazos, la sienta en la barra y enciende la luz.

- ¿Quieres un vaso de leche con galletas? – la pequeña carita sonrosada de Michell se ilumina y asiente con entusiasmo.

- ¡No quiero volver a verte, me marcho con mis hijas! – Emily se da media vuelta. Entra en la cocina, se sirve un vaso de agua y bufa frustrada.

- Cassandra. - murmura al darse cuenta de que ambas pequeñas la ven con los ojos bien abiertos. Entra Francisco y abre la boca como para decir algo, pero se arrepiente y se calla.

- ¿Van a divorciarse? – su voz apenas se oye, ambos padres se miran un momento y Francisco se acerca a Michell, la toma en brazos, siempre fue más pequeña de lo que demuestra su edad, sale de la cocina y comienza a cantarle una canción, como hace siempre que está triste o enojada. Suben las escaleras y Cassandra los sigue llorando.

Francisco la mese suavemente, la canción es un murmullo grave, se escuchan los sollozos de su madre...

- ¿Ya no la quieres? ¿Me va a llevar con ella? ¿Qué es lo que va a pasar?

- A veces el amor no es suficiente, pequeña. Y no sé con quién te quedes, ¿Con quién quieres? – Cassandra dudaba, los quería a ambos, no podría elegir. Y sabe que su hermana aún los necesita a ambos.

- No lo sé. – murmuró abatida.

La recostó en la cama de su hermana y la arropó. Se sentó en la orilla y las miró con detenimiento, primero a Cass y luego a Michell: una mata de pelo entre naranja y rojo, rizos alborotados, pecas por toda su carita, labios rosas, ojos centellantes, no sabría decidir si eran turquesa o verde agua, sin duda un color único; Michell: cabello café claro, casi rubio oscuro, ojos azules, pero más oscuros que los de su hermana, labios rosas y delineados, ojos brillantes y llenos de luz.

- ¿Papá? – pronunciaron las dos a la vez.

- ¿Pequeñas?

- Te queremos mucho.

- Y yo a ustedes, mis princesas. – les dio un tierno beso en la mejilla y se fue.

Al llegar a la sala y acercarse al mueble bar advirtió a su esposa sentada en el sillón frio de cuero negro. La miró en silencio, se acercó, se sentó y la miró con detenimiento como a sus hijas: Cabello pelirrojo, ojos cafés oscuro casi negros, labios finos y rosas, pecas por toda la cara, era hermosa, pero por dentro estaba podrida...

Ella lo miró con el mismo detenimiento: Cabello rizado, café claro, ojos azules, barba de tres días y unas cuantas arrugas por tanto sonreír...era guapo, era una bella persona y un excelente padre, tenía 35 y ella 32 años...

Ambos se quieren, pero a veces el amor no es suficiente, la rutina lo apaga y los problemas lo destruyen, terminó por ganarles la batalla la soberbia...

Esa noche, nadie dijo nada cuando Francisco durmió en el sillón, nadie dijo nada mientras Emily lloraba amargamente el fracaso de su matrimonio, nadie dijo nada mientras Cassandra temía por su familia, mientras lloraba porque tendría que elegir entre uno de ellos, nadie dijo nada mientras Michell se abrazaba a su hermana con miedo y lloraba contra su pecho, nadie dijo nada mientras esa familia se desintegraba lentamente.

¿Te cuento un secreto, corazón...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora