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No estaba demás decir que estaba enfadado, consigo mismo y con el muchacho de cabellera rizada quien, últimamente, se esmeraba en disminuir sus encuentros, si es que merecían ser llamados así

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No estaba demás decir que estaba enfadado, consigo mismo y con el muchacho de cabellera rizada quien, últimamente, se esmeraba en disminuir sus encuentros, si es que merecían ser llamados así. No lograba reconocer el inicio del problema, ni el error que había provocado tanto abandono por parte de su ya estimado compañero de viaje. Y, de forma inmadura, depósito lo que le atormentaba en manos del destino, para que este lo solucionara. Acudiendo a la lógica de su infancia. Solo que el ya no estaba en edad para correr hacía mamá cuando una situación se escapaba como arena entre sus dedos. Ya casi se cumplía una semana de constantes huidas por parte de Kim. En su cabeza, no hallaba discusión, comentario, broma o crítica que fuera de tal magnitud para distanciarlos.

Entonces estaba allí, como de costumbre, con un mal sabor de boca acompañando a la pesadez que decidía instalarse en la zona baja de su estomago, con sus dedos inquietos paseándose por su vestimenta o jugando intranquilos entre ellos, revisando hora, entorno y rostros. Asustado para la mierda porque, aunque se rehusara, el chiquillo formaba parte de sus días y rutina. Al despertar, sus rasgos le cegaban por minutos hasta que por fin parpadeaba y la imagen evaporada le permitía ver las franjas iluminando su ventana, anunciando un nuevo día, intentando igualar el destello característico de la nívea piel, queriendo estar al nivel de los acogedores ojos que le sonreían en saludos y despedidas, cariñosos, soñadores y sobre todo, entrañables.

Al visualizar a su fuente de estrés, no avanzo, debido a que esta se percato de su presencia. No era del todo disimulado esperar al chico en mitad del recorrido a su casa, tampoco lo fue la mirada desatendida que recibió.

Por inercia, dio una pisada en dirección al mas bajo, al tiempo que el otro giraba hacía el. Los iris se mostraron similares al ámbar, eran miel derretida y encapsulada, o así lucían con los rayos del sol concentrados en sus facciones. Sus esferas dieron una mirada panorámica antes de hablarle:

―Hola, Yoon―pronunció bajo, el castaño tuvo que leer sus labios.

Antes de encaminarse en busca del muchacho, juro ser cauteloso, mantener la calma para no dar paso a un nuevo muro que lograra separarlos un poco más, definitivamente. Pero no podía, lo tenía de frente, las preguntas inundaban su mente, quería dejar de sentirse culpable, enterarse de cual era el conflicto y erradicarlo de raíz.

―Se que sucede algo...―empezó, la tensión acumulada no le permitía conectar palabras.

De cerca, el pelirrojo lucía cansado, con una palidez en lugar del tono coral que se encargaba de embellecer sus pómulos y mejillas.

Su acompañante negó corriendo la mirada.

―No lo hace, es lo normal, he tenido un gran número de proyectos y...

―La mitad de la semana te ausentaste―soltó firme y claro, llamando la atención del menor, provocando que arrugara levemente su entrecejo y elevara su mentón.

El petiso inhaló y exhaló pesadamente, vacilando en que responder. Finalmente, paso sus manos por su rostro
con un tono exhausto.

―No quiero discutir, de verdad, solo necesito que me sueltes un rato, no tiene que ver contigo―imploro desgastado―. Terminaré diciendo basura hiriente, por favor.

―¿Y que hago mientras? ¿Quedarme viendo tu semblante afligido?―bramó incrédulo―. ¿Puedo recurrir a ti pero tú no a mi?

―No se trata de eso.

―Me tuviste toda la semana colgando de un hilo y tienes el descaro de decirme que todo se encuentra perfectamente, que solo estas desvelandote por la escuela cuando ni siquiera estas asistiendo a esta. No te comprendo, no me dejas hacerlo. Te contienes en momentos donde no debes.

Vulnerable, el muchacho permitió el acercamiento y el reproche, sin apartarle. Parecía desorientado. Su expresión tambaleante, a punto de desmoronarse.

Al verle así, los hombros del castaño disminuyeron su altura, derrotado.

Bajando sus pupilas, se percató de la pálida piel aferrada a su vestimenta. Consciente del toque, sus sentidos revivieron el olor del pasto, su textura, la humedad. El cuerpo dócil durmiendo plácidamente a un costado.

Los dedos se comportaban ágiles y distractores, tramando un movimiento que ni sus mas descabellados pensamientos lograban realizar. Pronto, la fragancia jabonosa aumentaba su realce conforme el pelirrojo anulaba la frontera entre ellos. Subiendo, Yoon Oh los veía subiendo. Recorriendo artificialmente su pecho cubierto por la tela de su camiseta, temblorosos e inseguros. Transmitiendo lo indefinible. Pronto, sus índices y pulgares se anclaron a ambos lados de su sudadera, tirando quedo de estos.

Su inestable respiración golpeaba contra las comisuras del alto. La cabecilla del rojizo manteniéndose en un debate interminable con su necesidad y lo correcto como tema.

Y entonces, en un santiamén, le atrajo. Siendo lo único relevante el completo contacto. Consolidando la muestra de efecto que en el último tiempo estuvo atormentando al de cabello ondulado. Imaginándola inalcanzable y surrealista. Labios con labios, entreabiertos, inofensivos e inexpertos, en una unión tan leve que podría no estar sucediendo. Los moderados dedos ahora sosteniendo la definida mandíbula del mayor, reteniendo su boca con la propia, reusándose a soltarle, a soltar lo que quizás iba a ser el primer y último enlace físico que se daría entre los jóvenes. La mezcla de contradictorias emociones presionaba en su pecho con ímpetu, quemándole. El cariño florecido era resumido en una caricia anhelada, que le dejaba deseando. Un abrazo, un nuevo mimo que le prometiera que aquello no simbolizaba el fin. Porque no quería obligarse a escarbar en la profundidad de sus recuerdos con el fin de olvidar la calidez, comodidad y tranquilidad que estar con el mayor le posibilitaba sentir.

Era como elevarse muy alto, con un regreso frío y desilucionador. El chico creía que al mínimo roce el espejismo culminaría trágicamente. Por esto, el mismo decidió detenerlo. Apartando al castaño suavemente, para luego huir.





Fue un beso destructor. Sin embargo, a veces se necesita remover los escombros para volver a construir.




SEPARAMEーJAEDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora