24. Epílogo.

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Han pasado muchas cosas, entre ellas, tiempo. De todo aquello hace hoy dos años. Ahora me encuentro en Amserdam. Vanesa y yo decidimos ver mundo, juntas. Ya habíamos estado en Alemania, EEUU, Italia y Perú. Los viajes más especiales fueron a EEUU e Italia. En el primero recorrimos todo el país bordeando el mar, la visita a Seattle la disfrutamos como dos enanas ya que ambas amábamos Anatomía de Grey y fue una visita mágica y muy pero que muy soñada. Por otra parte, Italia nos enamoró, pasamos unas semanas de desconexión total, solo estábamos ella y yo, nos enamoramos todavía más y nos acercó a ese primer beso, esa primera mirada, esa primera vez de todo. El paseo en góndola, el anochecer en el Ponte Vecchio, los abrazos mientras mirábamos el amanecer desde el balcón del hotel. En fin, Italia había sido nuestro país del amor y del reencuentro.

Poco a poco te das cuenta de que el tiempo pasa sin preguntar, sin consultarte nada. A veces se deja ver venir, otras es como una tormenta de verano, llega sin previo aviso y arrasa con todo lo que encuentra por su camino. El tiempo poco a poco sana y el pasado cicatriza. 

José no volvió al equipo. Yo consideré que no era a mí a quien le correspondía dar el paso de la disculpa y el jamás quiso darlo. Sí, la familia está por encima de todo pero solo cuando esta se comporta como tal. Él se mostraba incapaz de respetar y entender mi vida, yo me mostraba reacia a ir detrás de quien reniega de mí. 

Ahora me encuentro en la habitación del hotel, desayunando en el balcón mientras Vanesa duerme. Habían cambiado mucho las cosas entre nosotras, nos habíamos aprendido a querer bien, que no más, sino mejor. Nos encontramos en un punto realmente bueno, ella cosechando éxitos y yo disfrutando como una enana con la creación del nuevo disco. Estoy probando nuevos sonidos, me estoy atreviendo a escribir pero es que con mi musa cerca, las letras salen solas.

-Buenos días.-dice dándome un beso en el cuello.

Me recreo en su abrazo y me giro hacia ella, le doy un beso en los labios.

-Buenos días, bella durmiente.-digo contra sus labios.

Sonríe y deja de abrazarme, me coge de la mano y me conduce hasta el sofá.

-Tengo que contarte algo.-dice sentándose.

Me siento a su lado mirándola expectante.

-Tú dirás.-digo.

Me mira sonriente, continua callada.

-Bueno, Vane, di algo.-digo desconcertada.

-Bueno, antes de decírtelo te propongo un plan. Esta noche ponte bien bien guapa porque iremos a cenar al Ciel Bleu, uno de los mejores restaurantes de Amsterdam y después daremos un paseo por el centro.
¿Le parece a la señorita impaciente?-dice sonriente.

-Qué te gusta hacerte la interesante...-digo sonriente.

-Y lo que te encanta.-responde antes de besarme.

***

Llegó el momento,me vestí, opté por un vestido negro con un corte en la pierna izquierda el cual comenzaba algo más arriba de la mitad de mi muslo. Me dejé el pelo suelto, ondulado, libre. Cuando salí del baño Vanesa clavó la mirada en mi cuerpo, sonriente metendió la mano y hemos entrelazado nuestras manos.

-Vayámonos porque como continuemos aquí creo que te voy a dejar sin vestido.-susurró contra mi oreja.

Con la piel erizada y una sonrisa nos dirigimos al restaurante a pie. Por el camino miradas de complicidad, sonrisas e inquietud. Durante la cena, con la emoción a flor de piel y la vida metida en las venas. Sintiéndonos vivas y ajenas al resto.

El restaurante era precioso y la cena exquisita, con vistas a toda la ciudad que con la penumbra de la noche y el ligero baño de luz, mostraban unas vistas de ensueño. Al salir, una leve brisa nos envolvió y yo busqué cobijo en su pecho. Poco a poco fuimos llegando al corazón de Amsterdam, paseamos por el barrio rojo, lleno de luz, músicos ambulantes y gente paseando. Nos sentamos frente al canal Oudezijds Voorburgwal, el más famoso canal de Amsterdam. Allí Vanesa me abrazó y yo me acurruqué en su pecho.

-¿Qué querías contarme?-pregunté mirándola.

-Hace tiempo me prometí a mi misma que si encontraba a la persona que fuera capaz de leerme el alma con una sola mirada, no la dejaría escapar. Encontré a esa persona de la más absoluta casualidad, en una fiesta entre cervezas y música. Yo te admiraba sin tu saber de mi existencia, pero cuando te conocí, todas mis alarmas se activaron, supongo que mi interior sabía que aquella persona a la que me había prometido no dejar escapar, la tenía justo delante bebiendo una cerveza congelada mientras bailaba al ritmo de la música, vestía de cuero y su melena castaña era capaz de hipnotizar, enredar y hacer libre a cualquiera. 

Hoy, después de tanto tiempo, de tanta vida, estamos aquí, juntas. Contra todo pronóstico. Nadie apostó por nosotras, ni nosotras mismas y terminamos respirando la una de la otra. El cielo, las estrellas, la luna, son cosas que no se bajan ni se regalan, se contemplan con dulzura, se las quiere a distancia, con sus rarezas, con sus cambios y sus dibujos imperfectos. Lo mismo pasa con el amor. Yo no puedo ni pienso regalarte la luna, pero sí he cometido una pequeña locura. He comprado una casita en mitad de la sierra de Madrid con un gran ventanal por donde podremos mirar la luna, las estrellas, el sol y todo lo que esa ventana quiera regalarnos.

Estaba realmente emocionada, se me había erizado la piel y el corazón. La besé poco a poco, lento, con todo el amor que me desbordaba por los labios. 

Allí, frente al Oudezijds Voorburgwal, nuestras vidas empezaron a unirse con más fuerza, confianza, libertad y felicidad que nunca. Allí, el tormentoso pasado, se redujo a cenizas dando paso a un presente y futuro incierto pero bonito por el simple hecho de recorrerlo con nuestras manos entrelazadas.


SE ACABÓ. Ahora sí. Me he costado bastante escribir este capítulo, un mes para ser exactos, supongo que una parte de mí no quería cerrar Cenizas. Espero que el epílogo haya estado a la altura, he tratado de cerrar este círculo con todo el amor y el mimo posible. Esta historia ha sido especial desde el primer hasta el último capítulo.

Aprovecho y reivindico la suerte que tenemos de estar y ser. Mi tierra hoy se levanta valiente tras una tarde y una noche fatídica. Barcelona y Cambrils lloraron y todavía lloran con rabia e impotencia ante la crueldad de algunos. No tinc por, no tengo miedo. Debemos combatir a la violencia con alegría, paz interior y solidaridad. Es la hora de sonreírle al mal para que vea que no le tememos.

Agradecida y arropada,

Brokenlines_.


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