"Se nos escapó el cielo entre las manos."
A veces queremos tanto a alguien que se nos olvida mantenerlo, cuidar aquello que hemos creado, y se nos escapa, lo perdemos sin previo aviso. Entonces solo queda confiar en que el destino nos vuelva a unir...
Aquello me olía a encerrona, aunque no me molestaba que pudiera serlo. Llevábamos mucho tiempo sin hablar, sin decirnos las cosas a la cara y echaba de menos hasta discutir con ella. Así que acepté la propuesta de Pastora. Una vez le respondí me puse a preparar la cena, una ensalada césar sería suficiente para cenar. Mientras me preparaba la mesa de la cocina para comer sonó el timbre de casa. Fui abrir, era mi padre.
-¿Qué haces a estas horas por aquí?-pregunté desconcertada.
-Hemos de hablar.-dijo entrando en casa.
Cerré la puerta y fui hacia el comedor, allí me esperaba él.
-Tú dirás.-dije colocándome delante de él.
-Creo que tienes cosas que contarme.-dijo con algo de enfado en su mirada.
-Supongo que te refieres a lo de Rosa y Gonzalo.-dije sentándome en el sofá.
-Exacto. Quiero qué me expliques qué te ha dado.-dijo serio.
-Mira, si vienes a echarme una de tus broncas, mejor vuelve en otro momento.-dije resoplando.
-Malú, piensa un poco, Gonzalo es un buen hombre, te quiere, te cuida, te da una buena imagen, igual que Rosa. Quiero que les pidas perdón.-sentenció.
-Espera, que pienso. Tengo 34 años. Yo decido y mando sobre mí misma. No pienso perdonar mi readmitir a nadie.-dije seria.
-¿Es que quieres echar a perder todo lo que has conseguido?¿vas a tirarlo todo por la borda?-dijo frunciendo el ceño.
-No voy a perder nada. Puedo vivir sin ese par de sanguijuelas.-dije enfadada.
-¡No hables así de quien te da de comer!-dijo mi padre alterándose.
-¡Ellos no me dan nada! Es mi público, mío, conseguido por mí, quien me da de comer. Sin ellos sigo teniendo público y eso es lo único que me importa.-dije levantándome.
-Haz el favor de pedirles disculpas, maldita sea.-gritó.
-Contratalos tú si tan buenos son, cásate con Gonzalo si tan buen novio es. Adelante. Yo te apoyaré, igual que tú me apoyaste con Vanesa.-dije con rabia.
-Sabía que lo ibas a sacar. Es que lo sabía. Esa mujer no era buena para ti. Ni ninguna lo será, Malú. Debes estar con un chico como Gonzalo.-gritó de nuevo.
-Date cuenta de una vez de que en mi vida mando yo. Yo decido con quien me acuesto, me beso, me enamoro y me caso y eso no sucederá con ningún hombre.-grité.
-Mañana te vas a disculpar con Rosa y Gonzalo. Es la última vez que te advierto.-dijo con una mirada intensa.
-¿Sino qué?-pregunté con chulería.
-Sino olvídate de mí.-sentenció.
-Espero que seas feliz, papá.-dije mirándole a los ojos.
Negó con la cabeza.
-Vete, por favor.-dije sin apartar la mirada.
Me miró por última vez y se marchó. Grité de rabia una vez se marchó, ¿tan difícil de entender era que mi vida mía? ¿Era tan difícil de entender que yo no elegía de quién me enamoraba? ¿Era tan complicado entender qué me enamoraba de quien me llenaba y no de quién me de "diera buena imagen"? Me daba rabia tener que justificar cada movimiento, cada paso que daba. Siempre debía parecer la Malú que ellos querían sin importar qué quería yo, pero se había terminado. A quien no le gustara mi manera de vivir mi vida, yo misma le abría la puerta para marcharse. Ya no haría falta más discusiones, más dolores de cabeza ni broncas absurdas. Si me querían era el momento para demostrarlo. Si realmente menapreciaban como pregonaban, ahora les tocaba apoyar. Porque eso es querer, apoyar la felicidad de la otra persona. Y la mía hacía mucho tiempo que no iba ligada a los hombres.
Me puse a cenar. Entre cacho y cacho de lechuga recordaba cada palabra de desprecio, cada mala mirada, cada gesto de desaprobación de mi entorno cuando conocieron la noticia de que estaba saliendo con Vanesa. A muy pocos les pareció bien o simplemente no les molestó. Es duro querer a alguien con todo en contra, con muy poca gente a tu favor. Terminé de cenar y me fui directamente a dormir. No me apetecía seguir dándole vueltas a un tema que desgraciadamente no iba a cambiar.
El día siguiente transcurrió con normalidad, varias llamadas de Rosa y de mi padre, di un paseo con mis bichos, revisé algunas canciones que me enviaron desde la discográfica y revisé varios currículums de mánagers que me habían recomendado en la discográfica. Me había fijado en un par, les envié un correo citándolos la semana que viene, quería conocerlos yo misma antes de contratarles.
Llegó el momento esperado, me encontraba en la sierra, justo en la puerta de la casa de Pastora. Me había maquillado un poco, me planché el pelo, me puse una camiseta blanca junto con una cazadora tejana, unos pantalones negros y unas converse blancas. Obté por una vestimenta cómoda pero algo arregladita.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Toqué el timbre con cierto nerviosismo. Al poco Pastora me abrió sonriente.
-Amiga.-dijo y me dio un abrazo al instante.
Me acurruqué en su abrazo. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
-Pasa, pasa.-dijo al separarse.
Entré y vi a Pablo, mi niño bonito. En cuanto le vi me lancé a sus brazos.
-Cuánto te he echado de menos, mi niño.-dije abrazándolo.
-Y yo a ti, mi niña.-dijo acariciándome el pelo.
Cuando nos separamos le vi. Estaba sentada en el sofá, mirándome con esos ojos verdes que me daban la vida y me destruían a la vez. Pablo me miró con preocupación cuando vio que me percaté de cierta presencia. Me acerqué un poco a ella y de pronto sucedió algo que no esperaba. Se lanzó a mis brazos y me envolvió con los suyos.
-Lo siento.-susurró contra mi oreja.
Le abracé con fuerza. No podía rebatirle nada, no podía gritarle y reprocharle lo cobarde que fue por amar con miedo a la libertad. No podía. No podía gritarle que había pasado un infierno por su sonrisa y sus maneras. Simplemente me limité a abrazarla fuerte y a llorar. A llorar muy fuerte. Lloré todas esas noches, días, amaneceres y atardeceres, lloré por todas aquellas veces que me rompí en su nombre. Después de tanto tiempo por fin algo había cambiado. Después de tantos años se había armado de la valentía que pregonaba y se había atrevido a mirarme y pedirme perdón. Después de tanto tiempo la vida había decidido darle otro enfoque a mi camino para llenarlo con un poco más de luz y un poco de menos dolor. Y es que al amor al fin y al cabo era eso, que tu debilidad llevara nombre, apellido y sonrisa.