Prólogo

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—¡No es justo! ¡Siempre me ganas en este juego! —se queja la chica castaña de mechas rubias cruzándose de brazos.

—Será porque juego mejor —se burla él.

—Eres idiota, Jace.

El chico rubio ríe de nuevo y se acerca un poco más a ella.

—Pero aun así me quieres —apunta.

La chica rueda los ojos y sonríe. Seguidamente el chico le devuelve la sonrisa al saber que no ha negado su afirmación y aparta la mirada. Los dos están sentados en un banco cerca de la plaza principal de la ciudad. Se está haciendo de noche y el cielo está despejado, por lo que se puede ver perfectamente la luna, quien ese día luce más grande que nunca. No hay mucha gente en ese momento, lo que les viene mejor para estar más tranquilos. Hoy decidieron ir a pasear hasta esa plaza aunque nunca lo hacen, siempre se quedan en el jardín de la casa del rubio, donde se sientan en los columpios y pasan el rato. Pero ese día era diferente.
El rubio se queda un rato mirándola mientas ella observa el cielo en esa cálida tarde de verano. La quiere mucho, de verdad. Ella es especial, no hay duda alguna. Nunca ha conocido a nadie como ella, tan atenta, simpática, divertida... Tiene mucha suerte de tenerla como mejor amiga, aunque eso no sea realmente lo que quiere. Le encantaría lanzarse de una vez y decirle lo que siente, pero ya lo intentó una vez y aún no le respondió a su propuesta.

—Eso no lo sabes —vuelve a hablar ella. Él tarda unos segundos en reaccionar y en darse cuenta de que se refiere a lo que le ha dicho anteriormente. Enarca una ceja y la mira fijamente.

—Ah. ¿Entonces no me quieres?

—Aún no te he dado una respuesta —afirma ella encogiéndose de hombros.

—Puedo esperar, tengo todo el tiempo del mundo. —La chica se ríe—. ¿Empezamos ya o qué?

—Adelante. Es tu turno, Jace.

—Vamos allá.

El rubio coge una de las piezas de fruta del pequeño plato y la chica cierra los ojos. A continuación, el chico le ofrece una sin que ella se dé cuenta de qué fruta se trata. La chica se la acaba comiendo, aunque se puede apreciar que no le ha gustado demasiado como la anterior. Este es uno de los juegos a los que solían jugar desde que eran muy pequeños, prácticamente desde que se conocieron. Al principio era un juego tonto y sin sentido, pero a medida que pasaron los años se fue convirtiendo en una especie de tradición para ellos. Además sigue siendo igual de divertido.

—¿Qué es esto...? ¿Es azul? —pregunta aún comiendo la fruta y el chico niega con la cabeza.

—Solo te doy dos opciones: naranja o amarillo.

—Mmm... ¿Piña? —contesta a la vez que abre los ojos.

—Casi. Mango.

La chica se ríe de la estupidez que acaba de decir y por poco se atraganta con la fruta. ¿Cómo no ha podido diferenciar dos sabores tan diferentes?

—Está bien. Mi turno.

El rubio asiente y cierra los ojos. Esta vez es ella la que coge una fruta del plato. No sabe por cuál decidirse. Sea cual sea, quiere ponerle a su amigo una difícil de adivinar.
Manzana, pera, cereza... Demasiado fácil. Fresa, sandía, ciruela...
Al final, se decide por la sandía. Tal vez se lo haya puesto fácil, pero espera que Jace no lo adivine.

—Mmm... ¿Es tu fruta favorita?

—¡Dijimos que no podíamos hacer preguntas, Jace!

—Tú has hecho una antes.

—Vale. No, no es mi fruta favorita. Pero ya no más preguntas.

—Está bien. Pero ¿ni siquiera una pequeña pista?

La chica pone los ojos en blanco.

—Adelante.

—¿De qué color es?

—Del color de mi fruta favorita.

—Ah, entonces si es roja, es fácil. Sandía.

—¿Pero cómo...? —La chica se queda perpleja. ¡Siempre acaba ganando él!

—Se llama talento, linda.

Ella le da un golpe en el brazo y acaban riendo otra vez. El rubio recibe un mensaje. Enciende el móvil y se da cuenta de que es su padre, que le ha preguntado dónde estaba y le pide que vuelva a casa a cuidar de sus hermanas. Por lo que se ve le han llamado del trabajo y tiene que ir inmediatamente. El chico resopla, quería quedarse más tiempo con Jade, pero no tiene más remedio que irse.

—¿Nos vamos ya? Mis padres me están esperando.

—Solo buscas excusas para no seguir con el juego, Jace. Apuesto a que tienes miedo de que pueda ganarte.

—Tal vez algún día lo consigas.

Los dos siguen charlando animadamente y bromeando hasta llegar al punto donde siempre se despiden: en la plaza principal. La chica le da dos besos en la mejilla a Jace y da un paso adelante para irse. Sin embargo, Jace le agarra del amaño derecha, haciéndola girar sobre sí misma y la atrae hacia sí. La chica acaba con las manos sobre sus hombros y él la agarra de la cintura con una mano mientras que con la otra le aparta un mechón de su pelo y lo coloca detrás de la oreja. Tan solo están a unos escasos centímetros el uno del otro.

—¿Ya tienes una respuesta?

—Qué tonto eres —le responde ella, y posando una mano sobre su mejilla le da un beso cerca de la comisura de sus labios. Al chico le arden las mejillas, eso no se lo esperaba. Cuando ella se aparta le dedica una última sonrisa y se va alejando poco a poco. Él abre los brazos y grita:

—¿Eso es un sí?

—¡Ya lo veremos! —dice desde la distancia.

Y cada uno prosigue su camino, uno por la izquierda y otro por la derecha, los dos cruzando pasos de peatones diferentes.
Jace espera a que el semáforo se ponga en verde. Esos segundos le parecen una eternidad, pero al final, consigue cruzar sin ningún problema, mientras se aleja de aquel lugar observando a la chica de ojos verdes.
A ella le pasa justo lo contrario. El semáforo ya está en verde, y ella no va a perder la ocasión para cruzar hasta llegar al otro lado de la carretera.
Va un poco distraída, pensando en la bonita tarde que ha pasado con Jace, su mejor amigo. Tan distraída, que ni siquiera se da cuenta de que el semáforo cambia de color.

Una moto avanza muy rápido en dirección hacia ella. La chica se vuelve, aterrorizada. Hace un amago de huir de allí, pero la moto va a tal velocidad que no le da tiempo a correr.
Todo sucede muy deprisa. El chico abre los ojos de par en par y corre hacia la chica, pero aún así, sus intentos de salvarla son en vano. Sabe de sobra que ya es demasiado tarde, aunque se niegue rotundamente a aceptarlo.

—¡Jade!

Entonces se oye un grito y a la vez un estruendoso ruido. El chico, con lágrimas en los ojos, no se puede creer lo que está sucediendo: el cuerpo de la chica de la que está enamorado yace tirado en el suelo de la calle, en la plaza principal de la ciudad, un 12 de agosto en el que ninguno se esperaba que tal tragedia iba a ocurrir esa noche en aquel preciso momento.

El rubio de InternetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora