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Jace espera paciente en un banco de aquel parque. Aunque piensa que es una auténtica tontería. Mira el reloj por cuarta vez desde que llegó. Su reloj digital marca exactamente las 17:15. ¿Vendrá? ¿No vendrá? ¿Le dejará plantado? Ninguna chica había dejado plantado a Jace Wilson, jamás. Tal vez ella fuera la primera.

Mientras, observa a las demás personas del parque. No muy lejos de allí pasea una pareja de enamorados riendo alegremente. Estos miran por un momento al chico, que se encuentra solo, y siguen su camino. Jace exhala un suspiro y agacha la cabeza. Ya le gustaría a él ser como aquella pareja de enamorados, pero, por mucho en que se empeñe en soñarlo, no puede cambiar la realidad.

Niega con la cabeza y se levanta del banco. Katheryn no va a venir. Le duele aceptarlo, pero es así. Y mira que trató de arreglarse lo mejor posible para ella. Todo ha sido una auténtica perdida de tiempo.
Vuelve a mirar el reloj. Las 17:17. Mira al frente, pero no la ve.

No va a venir, Jace.

Se mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar con la cabeza agachada. Se encuentra con una pequeña piedra en el camino; se para en seco y la golpea con el pie con todas sus fuerzas. A la vez que esta se aleja, Jace sigue la piedra con la mirada, que va a parar a los pies de una chica con zapatos rojos.
Levanta la cabeza para ver de quién se trata, y la chica le dirige una tímida y bonita sonrisa.

—¿Ahora también intentas hacerme tropezar con piedras?

El chico sonrió.

—¿Adónde ibas, Jace?

—Te estuve esperando, pensé que no vendrías.

—Siento mi comportamiento antes, por la mañana. Yo...

—No importa, Reynolds. Lo importante es que estás aquí ahora, conmigo.

—Sí. Y, por cierto, estás... —La castaña volvió a callarse, pues Jace la interrumpió una vez más.

—No hace falta que lo digas, sé que estoy genial.

La chica se cruzó de brazos.

—Siempre con el mismo ego. ¿Nunca cambiarás?

—¡Tranquila, era una broma! Intenté arreglarme lo mejor que pude para ti —admite. La castaña se sonroja ante ese comentario.

—¿Te volviste a sonrojar?

—¿Qué?

—Siempre que digo algo así o te hago algún cumplido, te sonrojas.

—No es verdad. No me he sonrojado.

—Oh, claro que sí.

—No.

—¿Seguro? Pues déjame decirte que te sienta muy bien ese vestido rojo.

Jane comenzó a sonrojarse cada vez más.

—¿Lo ves?

—Para.

Pero el rubio no pensaba parar. Le divertía contemplar aquella escena.

—Por no hablar de tu peinado. Es precioso, como tú.

—Te he dicho que pares.

El rubio de InternetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora