XXIII

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LAUREN J. 


Cuando me desmayé, pensé que eso era todo. Solo estaba esperando que el final viniera. Pues resulta, que yo estando dispuesta a morir da igual a nada, porque todavía estoy aquí. Estoy un poco más rota y molida que antes y me duele tanto la cabeza que estoy bastante segura de que va a explotar en cualquier segundo, pero por lo demás, estoy exactamente igual.

Cuando me desperté, estaba en el hospital; había un par de policías inclinados contra la pared y una señora en una bata blanca sobre mí. Cuando la vi de blanco, pensé que podría ser el Cielo, pero eso fue rápidamente arrojado por la ventana en el momento en que comenzó a pincharme. Los ángeles no te hacen pruebas, los extraños sí. 

Poco después de que terminó conmigo, el doctor entró y me puso al tanto como pudo de lo que me pasó. En su mayor parte, ya sabía que tenía algo que ver con Dean, pero oír todas las lesiones que tenía, fue una pequeña sorpresa. Les dije a los policías todo lo que pude sobre lo que pasó, incluso les dije lo que sucedió más temprano en la noche, para que de alguna manera supieran que no era todo culpa de él. Soy la que se fue borracha a casa, sabiendo lo que iba a suceder. Me lo provoqué a mí misma y no daría más luz sobre ello. Ya no.

Es entonces cuando me dijeron algo que no sabía. Si oír acerca de mis lesiones me sorprendió, eso malditamente me impactó por completo. Camila fue la que llamó al 9-1-1. Fue la que les dijo exactamente lo que sucedió cuando se presentaron y es la razón por la llegué al hospital en lugar de desangrarme en el piso. No tengo ninguna duda de que si no hubiera hecho eso; Dean habría simplemente continuado su asalto hasta que estuviera muerto.

Tan lista como estaba para morir después de todo lo que pasó, me alegro de que no llegara a ese punto. No era suicida, solo estaba rota. Tenían a Dean en custodia, y sin tener en cuenta lo que les dije acerca de mi embriaguez, presentarían cargos de todos modos. Poner en peligro a los menores era algo que perseguían, así como el abuso de menores.

Estoy a tres meses de cumplir los dieciocho años; no hay una parte de mí que siga siendo niña, pero al parecer, nada de eso importa para ellos. Él finalmente va a pagar por lo que ha estado haciéndome todos estos años y todo es gracias a ella.

En qué estaba pensando ella al ir a mi casa, no lo sé, pero me puedo imaginar lo que estaría pasando ahora si no lo hubiera hecho. Cuáles fueron sus razones, nunca podré averiguarlas. Me dejaron ir hoy, dos días después de todo y ha sido duro volver aquí. Pensé que sabía lo que iba a encontrar en el momento en que abriera la puerta, pero no había ninguna cantidad de preparación en el mundo que me hubiera alistado para la escena frente a mí ahora.

Donde esperaba ver mi sangre, la mesa rota, fragmentos de vidrio, no veo nada. La alfombra marrón se fue y hay una blanca en su lugar. Me golpea mientras la miro sorprendida, que cuando mi mamá la compró años antes, había sido blanca. Fue solo después de todas esas fiestas, peleas y otras locuras que en general hemos vivido, que se volvió marrón. Donde la mesa de cristal había estado, una de madera ahora estaba ahí sin nada en la parte superior, excepto un par de libros y revistas.

El bar está completamente limpio, el desastre de antes desapareció y mientras reviso el refrigerador y abro los armarios mientras paso por ellos, veo que toda la comida que había sido lanzada alrededor o vaciada por toda la casa, ahora está colocada de forma ordenada en líneas, junto con los platos. Todo está en la forma en que debería haber estado. La forma en que, después de que mi mamá se fue, quería que estuviera. Si no supiera el verdadero horror que había sucedido aquí, habría pensado que entré a una casa completamente diferente. No a cualquier casa al azar, tampoco, sino a un verdadero hogar.

COUNT ON MEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora