Capítulo II: El encuentro

6K 535 28
                                    


Tomó el camino de vuelta hacia donde el trío de borrachos le indicó. Hasta donde su alteza había dicho, debía encontrar a alguien lo suficientemente sabio para que creyera la historia sobre la inminente amenaza que día a día se encontraba más cerca. Estaba más que segura de que muchas personas la tomarían por loca, y por ello debía apelar a los más antiguos guardianes del norte: los Stark.

Le hablaron sobre Eddard Stark, un gran hombre que fue asesinado por injustos motivos. Los demás herederos estaban a la deriva, por lo que encontrar a alguno, la mujer siempre supo que sería una gran travesía. Pero ahí estaba, cabalgando hacia donde esperaba encontrar a alguien con la sangre de un Stark, aunque se tratara de un bastardo.

Siempre que cabalgaba lo hacía con su capucha puesta, y un protector que cubría tanto su nariz como su boca. Aquella prenda de vestir se asemejaba a un casco, pues dejaba únicamente a la vista sus ojos de curiosos colores.

Veía el muro desde la gran distancia a medida se acercaba galopando; ahí encontraría su destino. Se detuvo ante las puertas. —¡Jinete, —gritó uno de los hombres—abran las puertas!

Ante miradas curiosas, bajó de su caballo una vez estuvo dentro, y las puertas se cerraron tras ella. Su estatura era promedio, aunque era bastante baja comparada con la altura de la gente de donde provenía. Se quedó de pie por un instante y luego se quitó su capucha, dejando ver su reluciente cabello rubio agitarse junto al viento. Fue observada, sintió las miradas curiosas sobre ella. —Busco al hijo de Eddard Stark —dijo en voz alta observando a los presentes, casi buscando adivinar quién de ellos era a quien buscaba, y más de alguno se sorprendió al escuchar la voz de una mujer. Nadie respondió hasta que un hombre de cabello corto se acercó a otro y le susurró algo al oído, para que este después de un momento despareciera entre la gente.

Esperó un momento al lado de su caballo. No se le daba muy bien estar frente a forasteros, gente que no conocía, pues las miradas y susurros le hacían sentir bastante fuera de lugar. Pronto el incómodo silencio se vio reemplazado por el bullicio de gente trabajando, y el choque de espadas de aquellos que practicaban. Giró su cabeza en cuanto vio a un hombre descender por las escaleras; cabello negro y ondulado, en su rostro cicatrices y barba que al parecer no afeitaba hace mucho. Era joven, mucho más de lo que ella esperaba que fuera.

En cuanto estuvieron frente a frente, la mujer alzó su mirada para observarlo. El color de sus ojos llamó la atención de Jon, además de los finos rasgos de la forastera, pero lo que realmente lo cautivó fue el color carmesí de sus labios. —Soy Jon Snow, bastardo de Eddard Stark —se presentó pasados unos segundos. Al parecer la joven no era un peligro para nadie ahí. De todas formas, le superarían en número si quisiera atacarles.

La misteriosa mujer no respondió de inmediato. Buscó entre sus ropas algo que traía y había protegido durante su viaje. De un momento a otro, le entregó al hombre un pergamino enrollado con brusquedad, casi dándole un golpe en el pecho. —Mi nombre es Evey, vengo desde más allá de la Tierra del Eterno Invierno. —dijo con voz carente de cualquier emoción.

Evey. —repitió un confundido Snow, sosteniendo el pergamino que ni siquiera tenía un sello, tan solo una cinta de color negro amarrada alrededor—¿Sin apellido milady?

"Milady" repitió mentalmente la rubia, y sonrió —Evey simplemente.

Snow observó a los curiosos voltearse para ver lo que sucedía. No podría adivinar qué asuntos habían llevado a la mujer hasta el Castillo Negro, y si bien podría tratarse de un asesino enviado por los Bolton o un espía, tenía el presentimiento de que no se trataba de una amenaza. Tenía demasiadas preguntas, nunca había escuchado sobre gente de más allá de las Tierras del Eterno Invierno.

Debes tener preguntas, y considero una mejor opción discutirlas sin tantos ojos a nuestro alrededor.—dijo casi adivinando lo que Jon pensaba. Eran asuntos urgentes los que necesitaba discutir, y prefería exponerlos inmediatamente, pues no había tiempo que perder; la supervivencia de su gente dependía de ello.

Sígame por aquí. —replicó Jon, y le señaló el camino.

Evey entregó las riendas de su caballo a uno de los hombres y siguió al bastardo Snow. No conocía a la gente del sur, pero sabía que su presencia (o, más bien, existencia) era probablemente desconocida para cualquier sureño. Su gente no se relacionaba con otros desde hacía siglos, pero con aquel desdichado suceso no habían tenido otra opción que enviar a sus mejores guerreros en búsqueda de ayuda.

Nieve y Oscuridad [Primera Parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora