Capítulo IV: La chica de hielo

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Jon sabía exactamente de qué hablaba la forastera, había visto con sus propios ojos a los caminantes blancos. Sabía que debían enfrentarlos, sabía que venían, pero en ese momento, asuntos urgentes necesitaban ser atendidos: si no recuperaba el norte, no resistirían; no lograrían librar una batalla contra el ejército de los muertos y ganar. Miró a la mujer, a Evey. El color de sus ojos era lo que capturaba su atención.

¿Cómo atravesaste el muro? —preguntó insistiendo nuevamente el hombre mayor. Fue él quien una vez más tuvo el valor para hablar y romper el silencio—Ser Davos. —se presentó después de hacer aquella pregunta—Escalarlo es difícil, por no decir imposible. Y no parece que lo hayas hecho recientemente, pues has entrado por el portón principal del castillo —Los demás lo observaron expectantes a la respuesta de la extraña. Aquella parecía ser la duda principal, parecía ser más importante que el hecho de que hablara del ejército de los muertos, que se acercaban y les acechaban, y eso le causó irritación a la foránea.

Es algo difícil de explicar. —Contuvo su molestia; lo peor que podía hacer en ese momento era dejarse llevar—Jon Snow, —le llamó volteándose hacia él, ignorando a los demás—los otros no son un mito, no son un cuento para asustar a los niños... ¿Crees en mis palabras? —Le urgía hacérselo saber a los demás, necesitaba que se prepararan para librar la batalla que su gente no pudo ganar.

Confundido, Jon Snow la observaba. La mujer parecía dirigirse únicamente a él, aunque Davos era quien más había hablado. Fue él quien recibió el pergamino con la información, y era él a quien le contaba una historia que ya sabía: el ejército de los muertos era real. Había pasado por demasiadas cosas estos últimos días; sus hermanos de la guardia de la noche le habían apuñalado el corazón, cayó muerto y le fue devuelta la vida, tenía al parecer demasiadas responsabilidades ahora. Una guerra se avecinaba, y el real enemigo estaba tras esos muros.

¿Cómo sabes sobre ellos? ¿Los has visto? —preguntó el pelinegro finalmente, aceptando que sería él quien debería escuchar lo que la mujer decía; que tendría que hacer las preguntas y lidiar con la forastera.

Los he visto, he luchado contra ellos. —admitió sin bochorno—Atacaron nuestro reino. Nos cruzamos con ellos camino aquí, nadie sobrevivió al ataque más que yo. Mi gente no pudo pelear contra ellos, no estábamos preparados, no éramos suficientes. Muchos de los habitantes murieron, y ahora forman parte del ejército de los muertos... y aquellos que sobrevivieron buscaron refugio en las cuevas —Mientras lo narraba, lo recordaba y sentía cómo mil agujas se clavaban en su pecho. Los gritos desgarradores se habían grabado para siempre en su memoria.

Jon, escéptico, tenía su mirada puesta en la visitante. Era difícil de creer lo que decía, jamás había escuchado de un pueblo más allá de las Tierras del Eterno Invierno, pero... le creía. Snow sabía que de no haber visto el ejército de los muertos con sus propios ojos, pensaría que la rubia había perdido la cordura. Con su mirada buscó ayuda en los demás presentes, que alguien dijera algo, pero incluso Ser Davos no sabía qué decir con exactitud.

Si has venido a ayudar, ¿qué puede hacer alguien como tú contra ellos? —preguntó el hombre pelirrojo de aspecto salvaje. La mujer se veía frágil, y aunque tenía una expresión feroz, ella sola no significaría nada en la batalla.

Evey entrecerró los ojos. La pregunta sin duda le ofendía, pero les obsequiaba su perdón, pues ellos no la conocían; no sabían qué tan capaz era. La forastera era considerada en su pueblo como una de las mejores guerreras del reino. Sus habilidades eran conocidas por todos y cada uno de los habitantes; todos sabían sobre ella, y no únicamente por su destreza, sino también por aquel pasado que cargaba.

Después de un momento, fue ella quien interrumpió el silencio. —Supongo que... —comenzó, para luego detenerse y soltar un pesado suspiro. Se alejó un par de pasos de los presentes y cerró sus ojos, respiró hondo y levantó sus manos. Una danza suave con el viento, movió sus manos con suavidad, una pequeña neblina comenzó a brotar de la nada. La humedad fue lo primero que notaron; el ambiente se sintió costero, como la brisa del mar. Poco a poco, agua comenzó a juntarse, formando una especie de hilo. Comenzó a tomar forma y color, para terminar siendo una pequeña flor de hielo enterrada en la madera.

El asombro del pequeño grupo se alió con el silencio hasta que la voz de una mujer se escuchó —Perteneces al Reino Sin Nombre —Melisandre era ella, y había visto aquel espectáculo desde la sombra. Siempre creyó de aquellas historias un mito, simples cuentos, pero el ver a la recién llegada ejecutar tal despliegue de habilidades le demostraba lo equivocada que estuvo.

Con alivio, Evey asintió. La explicación vino de boca de la mujer de pelo rojo. Era un pequeño consuelo para ella que alguien más supiera sobre la existencia de aquel reino. Su gente se había exiliado desde hacía siglos lejos de Poniente y Essos. Lejos de su política, y sus reyes; lejos de sus guerras. Vivieron en paz por muchos años con su propio gobierno, sus propios sistemas, hasta que los otros los atacaron. Aun con sus habilidades, aun con su magia, no pudieron resistir contra ellos; el precio de su fracaso fue la muerte de todos esos inocentes. Todos aquellos elementalistas (así llamaba a quienes tenían el mismo poder que Evey) fueron asesinados, muy pocos sobrevivieron.

Estoy aquí para unirme en su batalla, y si es necesario daré mi vida para proteger a los vivos —Evey sabía que su misión podía llevarla a una inminente muerte, pero aun así, no dejaría que la oscuridad se sobrepusiera a la luz.

Nieve y Oscuridad [Primera Parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora