Capítulo VIII: La calma

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La batalla, de momento, había terminado. No fue mucho lo que ella hizo, pero estaba cansada; utilizar su habilidad le consumía. Mientras más lo hacía, más se fatigaba, y eso sin contar el hecho de que llevaba demasiado tiempo durmiendo poco y mal.

Todo mundo comenzaba a limpiar, a celebrar incluso la batalla que habían ganado. Ella, por su parte, comenzó a sentir sueño; su cuerpo se relajaba, necesitaba descansar. Vio a Jon a lo lejos: el hombre parecía exhausto, había perdido gente en el campo de batalla, y eso seguramente le pesaría en el futuro. Ella sabía lo que significaba perder guerreros, aliados, soldados o amigos; recordaba a todos y cada uno de los que habían muerto en batalla junto a ella.    

Jon —dijo una vez le alcanzó. Los ojos de Evey habían perdido un poco su intenso color, se veían opacos, pero era algo que nadie notaría si no prestaba demasiada atención. Al no obtener respuesta alguna, la rubia se quedó ahí de pie observándolo fijamente. Su rostro, su semblante no era el de un ganador—Hey, ganaste —Intentó animarlo.

Después de las últimas palabras de la forastera, Jon le dirigió la mirada—Ganamos —Le corrigió él. Su tono de voz era algo rasposo, estaba definitivamente exhausto, y aún le quedaba un largo camino por recorrer.

Bah, —murmuró ella inmediatamente, encogiéndose de hombros—hice prácticamente nada, no me des crédito que no merezco —Le regaló una sonrisa; en momentos así, lo mejor era alejar las tensiones, despejar la mente y enfocarse en otra cosa... en algo que no tuviera que ver con las preocupaciones que le aquejaban—Deberías tomar un baño, te ves pésimo así, el color rojo no pega contigo —bromeó, y efectivamente fue eso lo que hizo que el sureño esbozara una ligera sonrisa.

Luego de separarse de Snow, lo primero que hizo la mujer fue dejarse caer donde primero pudo. Ni siquiera se quitó la armadura, ni se preocupó por el lugar que había decidido utilizar para descansar: un establo. Cerró sus ojos y simplemente se durmió. Utilizar su magia le había desgastado mucho, y además no estaba en forma. Había pasado por un largo viaje y no tuvo la posibilidad de descansar apropiadamente. Si hubiera estado en el campo de batalla desde el comienzo, no habría logrado hacer la gran diferencia; probablemente se habría desplomado antes que llegaran los refuerzos. Solo necesitaba conseguir algo de calma y relajarse, porque sabía que en el futuro necesitaría poner todo de su parte.

Pasaron las horas hasta que lentamente los ojos de la mujer se abrieron. Confundida, observó a su alrededor. Por un segundo, pensó que todo era un sueño; los otros, sus amigos muriendo entre gritos, la batalla... pero no, ahí estaba en la realidad. Se sentó y restregó sus puños contra sus ojos, resignada. El sol poco a poco comenzaba a esconderse, la noche caería pronto, pero al menos ya se sentía un poco mejor. Si de algo estaba segura en ese mismo instante, era que necesitaba una habitación decente donde descansar.

Evey —dijo una voz masculina.

La rubia se volteó, aún estaba sentada en el suelo—Tormund —Estiró sus brazos y sintió los huesos de su espalda crujir—¿Sabes dónde está Snow? —Le preguntó—Me haría bien tomar un baño, y no tengo idea de dónde hay uno aquí.

Jon... está en el castillo, creo.

Gracias —La forastera se puso de pie y caminó hacia donde creía que estaba la entrada al castillo. No sabía por qué le había hablado aquel hombre; de hecho, lo ignoró completamente cuando este intentó dirigirse nuevamente a ella.

Invernalia era diferente a su hogar, mucho más siniestro: carecía de los colores que adornaban cada pared en aquella casa donde vivió. En su hogar, aunque la nieve abundaba, siempre había lugares con frondosa vegetación, colores vivos adornando las calles, las casas y tiendas, y el lugar por el que transitaba actualmente le parecía bastante deprimente. Una de las cosas favoritas de Evey sobre su ciudad eran las flores de hielo que solían adornar en invierno las calles. Algunas personas (sobre todo los niños) las pintaban, y así llenaban de vivos colores la localidad.

Snow —dijo ella cuando logró distinguirlo entre la oscuridad. Había entrado en un gran salón donde solo una larga mesa ocupaba un poco de espacio. Los colores seguían pareciéndole deprimentes, pero no iba a quejarse con él.

¿Dónde estabas? —preguntó Jon. Si la mujer le hubiera conocido mejor, habría notado que en la voz del hombre había pequeños rastros de preocupación—Te busqué y no te encontré por ningún lugar —Y era cierto, le había buscado en casi todos lados, pero el sitio en donde la mujer se encontraba era algo que nunca se le habría ocurrido.

Oh —balbuceó y luego bostezó. Restregó su puño en su ojo derecho y continuó hablando—Me dormí un rato en el establo. No sabes lo cómodo que puede ser uno cuando el cansancio te sobrepasa. Sus caballos son afortunados, tienen un magnífico lugar donde vivir. ¿Por qué me buscabas? —replicó, llena de curiosidad.

Quería agradecerte por tu apoyo. Sé que dijiste que esta no era tu guerra, pero estuviste ahí de todas maneras —Jon se acercó a ella y tomó sus manos—Gracias.

Evey levantó su mirada y lentamente alejó sus manos de las de Jon. No le desagradó el contacto; no obstante, fue algo que le tomó completamente por sorpresa—No agradezcas, aún hay guerras que debemos pelear y ganar. Pero sabes... —dijo después de meditar unos segundos. Su acción no había pasado desapercibida, podía ser fácilmente malinterpretada como un rechazo hacía él. Lo que el sureño no sabía era que el corazón de Evey palpitó con mayor intensidad cuando la tocó—Puedes agradecerme diciéndome dónde puedo tomar un baño caliente, siento que huelo como un animal muerto.

Jon se inclinó un poco hacia ella y, como si imitara a un animal, la olfateó—No hueles tan mal —dijo después de unos segundos.

La rubia alzo ambas cejas. ¿El sureño acababa de hacer un chiste?—Hey —protestó y lo golpeó en el hombro.

Te lo diré únicamente si prometes que cenarás con nosotros esta noche —Todos estarían ahí: Davos, Sansa, sus cercanos... Evey había estado evitando compartir ese tiempo con ellos, pero era una ocasión especial. Habían derrotado a Bolton y, aunque no debían celebrar la victoria tan pronto, aquello ayudaría a levantar los ánimos.

Eso se llama chantaje —respondió ella cruzándose de brazos, fingiendo estar enojada—Pero... ¡Hey!, comida gratis.

Lejos de lo que podría llegar a parecer a primera vista, fuera de la tensión, en un ambiente relajado, Evey podía ser una persona agradable. Aunque no se sentía del todo cómoda en el sur, sabía que podía ser peor. Le habían creído, le mostraban hospitalidad; no podía pedir más que ello. Estaba lejos de casa, lejos de cualquier persona que conocía, pero estaba completamente segura de que luchar hombro a hombro con alguien podía ayudar a forjar lazos irrompibles.

Tomó el baño que tanto deseaba, sintiéndose fresca y revitalizada. Pasó la noche con la gente que había evitado por mucho tiempo, y se sintió realmente acogida. "La hospitalidad sureña", se dijo a sí misma internamente. Era un momento de tranquilidad: estaban en el ojo del huracán, pues pronto se avecinaría una tormenta que debían detener. Tenía que aprovechar la calma, disfrutarla mientras reinara.    

Nieve y Oscuridad [Primera Parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora