Capítulo Veintisiete

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Conducía a toda prisa, eran las 20:25 y quedaba aún la mitad de camino. Rivas-VaciaMadrid quedaba a dos horas de camino de mi casa y encima no tenía ni idea de la ubicación exacta del matadero. Lo que sí tenía claro era que no habría más oportunidades de cazar a Tatiana, así que debía acelerar a todo lo que diera el coche.

Había salido tarde porque tuve que ultimar la preparación de mi plan. Tampoco sabía si iba a funcionar. Había que intentarlo.

«Espero que no le haya acompañado Yagüe bueno ni ninguna otra persona a su cargo» pensé.

Sentado en el coche notaba el frío acero de la pequeña pistola que acababa de comprar en el barrio de Malasaña a un tipo que tuve la suerte de encontrar. No me costó mucho, dos o tres preguntas a otro par de tipos con mala pinta me llevaron hasta "Nerón" que, por una gran suma de dinero, de echo me había quedado sin ningún ahorro posible, me vendió esa Glock 42 de calibre 9 corto y un cargador con seis balas.

El factor sorpresa era en lo que consistía mi idea. Algo que no se esperara, que le produjera unos segundos de confusión para poder hacerme con ella sin dañarle. No quería lastimarle, ya había tenido bastante con Johan, no se me iba de la cabeza. Quería entregarle a la policía, allí le recibirían con los brazos abiertos ya que el "D.C" se había llevado muchas vidas ya y, por como iba creciendo salvajemente su consumo, prometía llevarse muchísimas más.

Miré el reloj de la pantalla del coche. Aceleré como si no hubiese un mañana, si no salían las cosas como debían tal vez no lo hubiera.

 Aceleré como si no hubiese un mañana, si no salían las cosas como debían tal vez no lo hubiera

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Rivas-VaciaMadrid rezaba el letrero situado a sólo unos metros a mi derecha. Cogí el desvío frenando bastante ya que una amplísima curva daba comienzo del lugar.

Todo estaba abandonado, no había ni un alma por allí. Fabricas en ruinas, sobre todo, daban el aspecto sombrío al ambiente que allí se respiraba.

Sentí escalofríos desde el primer momento de estar por allí. Parecía que me adentraba en el escenario de una película de miedo, y más a esas horas en las que ya estaba oscureciendo. Un lugar y hora ideales para plantear cualquier tipo de emboscada.

Continué conduciendo despacio por esos paraderos intentando adivinar donde se ocultaba el antiguo matadero.

Miré el reloj, las 21:04, ya llegaba tarde. Eché la cabeza hacia atrás exhausto y paré el coche un momento. Suspiré.

«Da igual» pensé. «Si ya tiene el móvil no habrá venido y si no lo tiene esperará. No creo que se desplace hasta aquí para irse con las manos vacías. A lo mejor me viene bien tardar, más presión »

Me incorporé y seguí avanzando despacio hacia la aparición del lugar en el que habíamos quedado. Había tanto silencio que se oían perfectamente el crujir de las pequeñas ramas que iban metiéndose debajo de las ruedas. Eso y un viento intenso que ululaba sin cesar por la pequeña abertura que dejé en mi ventanilla.

Al girar por un pequeño camino lleno de bidones oxidados vi el matadero. Era un lugar sin techo, lleno de graffittis, derrumbado a la mitad, pero con el suficiente espacio y lo bastante cerrado como para no ser visto ni descubierto una vez dentro.

Me quedé mirando el sitio pensando si realmente era ese, ya que no había carteles ni pistas posibles que me dieran una respuesta afirmativa, pero tampoco para dármela en contra.
Salí de dudas en cuanto ví el coche. Un gran ranchera Porsche Cayenne daba color al lugar.

Apoyado en él con los brazos cruzados estaba Yagüe bueno mirando hacia el cielo. Unas nubes negras amenazaban con descargar en breve sobre nosotros, hasta el color de las nubes era tenue en ese puto lugar abandonado.

A unos treinta metros, totalmente estática y con las manos cogidas por la espalda estaba Tatiana, mirándome fijamente. Había llegado la hora.

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Premonición ® (2 Colección Trastornos Mentales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora