II: La mancha

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El día avanzaba lento mientras miraba por la ventana un pequeño pájaro violeta.

Qué extraño.

Sabía que Mr. Richardson estaba hablando de un tema relevante. El uso del Photoshop y las diferentes herramientas que podía convertir una foto en sosa en algo increíble. Pero todo se escuchaba como un murmuro en mis orejas. Me había absorbido en la belleza de la naturaleza.

Concentrarse mucho en las cosas hasta que pareciese que tenían algún otro significado. Muchas veces me había servido para tener una buena racha en adivinanzas y acertijos; Mi padre siempre decía que tenía un tipo de inteligencia lateral la cual desarrollé desde pequeña. Este tipo de pensamiento busca soluciones a los problemas que no siguen las pautas lógicas utilizadas normalmente, se apoya en ideas que se salen de lo habitual, busca caminos alternativos de resolución. Se trata de un tipo de pensamiento creativo, que escapa de las ideas preconcebidas. El pequeño pájaro se había acercado hacía una fuente de agua, la cual los estudiantes de diseño se habían encargado de crear y construir. Bebía agua tranquilamente mientras el viento parecía hacerse más fuerte por el movimiento de los arboles a su alrededor, la pequeña ave pareciese no inmutarse.

Retomé la atención en la monótona clase.

Pero lo que no noté es que el pájaro había comenzado a incendiarse, sus plumas violetas se evaporaban mientras este desesperado se hundía en la pileta que recientemente había usado para consumir agua.

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—He gastado todo mi dinero en comida, sinceramente ya no se qué creer de mi misma—Leia exclamaba mientras metía a su boca una bolsa de ositos. —Considero gracioso que seas tan adicta a esos dulces cuando eres vegetariana Leia—la rubia frunció el ceño. —¿Por qué tienen forma de animal no debería consumirlas?—. La miré por un segundo, yo no iba a ser la que le quitara el pequeño placer de sus pobres gomitas compuestas por cartílago y huesos animales.

Leia era hermosa. Todo el mundo parecía quererla porque siempre estaba transmitiendo una energía positiva que pocas personas logran tener. Era más baja que yo, y físicamente nuestros colores parecían ser la versión negativa de la otra.

Constantemente a Leia le solían sacar en cara el hecho de nuestras diferencias a lo que ella contestaba con un simple movimiento de hombros. —Limbore es mi chica.

Así ha sido durante dos años, he sido su compañía y ella la mía.

Al salir de la escuela el frío se hace presente en todas partes, el invierno está llegando y no me puede molestar más. Pequeñas gotas que se acumulan en las nubes para volverlas lluvia, y fuerte viento soplando por todas partes, calles inundadas o lodo en los alrededores. Realmente lo único apreciable del invierno era llegar a mi departamento y prender la estufa, bendito fuego y su poder para arreglar las cosas.

Llamé a mi padre en el segundo que toqué mi departamento. —Hola hija—me saluda alegremente. Nunca he visto a mi padre triste o enojado, es una especie de máquina de felicidad la cual me llena completamente, tal y como Leia lo hace. —Hola papá.

Nos sumergimos en una larga charla, en donde le cuento como va todo en la escuela y él me cuenta cómo va todo en su trabajo. Es profesor de historia trabajo que le apasiona, por lo que mi infancia estuvo rodeada de datos históricos freaks.

Sonreí mientras cortaba, sin duda mi juventud había sido algo espectacular.

Decidí tomar una ducha, para acarrear un poco el frío que se colaba por el pequeño departamento. Me estaba desvistiendo poco a poco mientras me observaba en el gran espejo del baño. Mi cara lucía llena de vitalidad, con la nariz un poco roja por las bajas temperaturas. El largo pelo negro casi azulado junto al contraste de mi piel blanca como la nieve me daba un aire aniñado. Estaba a segundo de ingresar a la bañera cuando algo me alertó. En mi cadera derecha en el extremo había un pequeño lunar. Nunca en mi vida lo había visto por lo que me asusté un poco. Al fijarme mejor, el pequeño lunar tenía forma de flecha con un agujero antes de llegar a la punta. Me lo revisaría. Fue el pensamiento que tuve mientras finalmente ingresaba al abrasante calor del agua.

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Estaba corriendo, corría feliz y libre. Los arboles llenaban mi imagen panorámica. Mis pies parecían no sentir nada, estaba flotando. Un grito. Dos gritos. Miles de gritos.

Millones de gritos se escuchan. No puedo hacer nada. El suelo se vuelve lodo. Estraus Madeo.

Veo a una mujer de pelo negro esconderse por los arboles. Estraus madeo.

Señales de fuego: La ciudad perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora