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Narrador Omnisciente:

Desde el otro lado del restaurante, un hombre y una mujer observaban minuciosamente a la "pareja" y a la anciana que los acompañaba, sin embargo, ninguno de los dos podía escuchar de lo que éstos hablaban, el chico al ver que ni siquiera podía leer los labios de estos, bufó frustrado y tiró fuertemente de sus cabellos, necesitaba urgentemente un cigarrillo o su polvo.

No lograba identificar quien era ese hombre y tenía que sacar fuerza de donde no tenía para evitar levantarse y tomarlo por el cuello para destrozarle la cara. Se limitaba a imaginarlo, a imaginar su puño estrellarse contra su rostro, romperle la nariz, arrancarle los dientes, sangrarlo y sentir como ese líquido llenaba sus nudillos y le salpicaba. Dudaba que esa vieja le sirviera, dudaba que le consiguiera información, pero no perdía nada intentando.

- Tranquilo, está bien – Susurró la chica azabache, acercando su mano lentamente hacia la del castaño, los ojos azules del chico miraban con repugnancia como los dedos de la chica acariciaban maliciosamente su palma. Éste la quitó bruscamente y rascó su barbilla, que justamente en ese momento estaba totalmente llena de una espesa barba castaña, seguidamente acomodo sus lentes oscuros y el gorro negro que llevaba puesto. 

- ¿Ya tienes todo preparado? – Inquirió la chica mientras colocaba su barbilla sobre sus manos y miraba al chico como si fuera un tesoro único, ella lo observaba de manera lasciva, saboreando cada parte de él con la mirada, preguntándose como sería si él la tocara de la forma en que ninguno se había atrevido, pues, ella había sido rechazada constantemente que a sus veintisiete años, la azabache, seguía siendo virgen, lo que para ella, significaba una desgracia,  tan poco tiempo llevaban de conocidos y ella lo había declarado el amor de su vida, quería casarse con él, tener hijos con él, rodearse de nietos con el ¡Pobre chica ingenua! El futuro que el criminal que tenía enfrente era todo lo contrario a lo que ella se imaginaba.

El ojiazul veía a la chica de la manera que ella deseaba que la viera, o al menos lo intentaba, porque no sentía nada por ella más que lástima, pero la necesitaba, necesitaba que lo ayudara y cuando consiguiera lo que él quisiera, se desharía de ella.

- Sí – Respondió, ladeó la cabeza hacia la izquierda, en ese lugar estaba su bolsón, la cuál contenía la mayoría de sus "tesoros" como él les hacía llamar. Alzó la mano suavemente en el aire y abrió el bolsón – el cuál estaba sucio y un poco roto - con sumo cuidado, de ésta sacó un álbum de fotos el cual estaba decorado con florecitas amarillas en los bordes hechas con brillantina y un nombre pintado con rojo, el cual resaltaba en la pasta negra, que, además de una excelente ortografía decía "Eleanor".

Con un movimiento rápido y delicado coloco el álbum sobre la mesa y lo abrió observando cada foto con una enorme mezcla de sentimientos: Nostalgia, enojo, alegría: Amor.

La primera foto era de la chica que le juraba haber amado una vez, estaba sentada en un enorme sofá blanco, tenía las piernas cruzadas bajo el enorme vestido blanco con decoraciones azules en él, a su lado izquierdo estaba un señor grande y delgado, vestía un traje gris, sus facciones indicaban perfectamente que era un hombre serio y estricto. Sentado en el brazo del sofá se encontraba un joven de cabellos rubios y ojos verdes llevaba un traje idéntico al del señor, sonreía de lado. Al lado derecho se encontraba una mujer, su melena rubia estaba trenzada y llevaba un vestido rojo con pequeños diamantes color carmín que relucían, sus manos estaban colocadas delicadamente sobre sus piernas, las cuáles estaban cruzadas, sonreía mostrando su impecable dentadura y en el otro brazo del sofá, una chica su cabello era corto, le llegaba hasta los hombros y también era rubio, llevaba puesto un vestido naranja que la cubría totalmente – al igual que el de las demás- y por último un chico un poco mayor detrás del sofá, rubio, ojos verdes y el mismo color del traje: gris.

El ojiazul aceleró páginas rápido pero delicadamente, hasta la página que tenía pegada dos fotos, una de ellas, consistía de él y la chica, la chica que una vez fue suya, él tenía una chaqueta azul cuadriculada sobre una camiseta blanca, su cabello esa vez estaba largo y peinado hacia arriba, ella tenía una camisa de botones rosa y su cabello suelto – como de costumbre -. La foto de abajo tenía la misma pareja, la misma ropa, con la única diferencia de que, un niño pequeño de cabellos rojizos y ojos grises estaba ahí. Cerró el álbum de golpe y una lágrima amarga, fue el resultado de la mezcla de sentimientos, la chica rodeó rápidamente la mesa y se sentó en el lugar donde anteriormente estaba el bolsón, colocó sus manos sobre las mejillas del chico obligándolo a verla y literalmente estampo sus labios contra los de él y lo beso tan desesperadamente que cualquiera le daría asco, no obstante, el chico estaba sorprendido ante el gesto de la chica que acababa de conocer apenas un mes, no tuvo otra opción que seguirle el beso para no ocasionar una escena demasiado estúpida.

Con sumo disimulo, la apartó sin ser muy grosero, ordenándole que se sentara de nuevo en su asiento.

- ¿Por qué no me puedo quedar junto a ti? - Musitó la mujer, apegándose a su brazo, restregando su mejilla en el hombro de él.

- Ya, compórtate y siéntate allá. - Replicó, con su paciencia al límite.

Cuando la azabache se pasó al otro asiento, regresó a su tarea de observar a aquella mujer, viendo su perfecta sonrisa y sintiéndose totalmente furioso de no ser él quién estuviese a su lado, sino aquél tipo que no tenía idea de quién era. La veía sonrojarse, la veía sonreír e intercambiar palabras con ése y la anciana que se encontraba sentada frente a ellos.

Ella está con otro y me engaña frente a mis propios ojos Pensó, el hombre.

"Ella jamás valoró lo que hiciste por ella, jamás entendió que los golpes que le propinabas eran para su propio bien, ella jamás supo que todos aquellos insultos eran tu mayor muestra de amor. Y mírala, ahora está con ese tipo y ni siquiera ha notado tu presencia. Le importó poco tu amor, le importó poco aquella muestra de amor que le diste esa noche que te mandó a prisión" Oyó aquella voz que llevaba hablándole desde mucho tiempo, gruñó en respuesta a lo que había dicho. Tenía la razón. Y la haría pagar, la haría pagar por hacerlo sufrir todo este tiempo, haría que ella volviera a él, a suplicarle su amor. 

Enamorada de la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora