17. El mensaje

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El camino de regreso a casa fue silencioso.

No era usual que un viaje familiar en Vanzilla fuera carente de bullicio. Eso, lejos de tranquilizarme, me inquietaba. En más de una ocasión deseé poder saber lo que mi familia pensaba y si tenía que ver conmigo. Luna, quien se sentó a la par mía, en cierto momento me echó el brazo encima sin decir una palabra. Quizás para recordarme que, aun sin decirlo, no había odio hacía mí.

Por mi parte, era la imagen de Mizu-chii, primero traicionando a mi familia y luego besándome a la fuerza, las que empezaban a surgir en mi mente. ¿Qué habrá pasado? Nunca creí que alguien que siempre lució amistosa y cooperativa fuera a estropear nuestro trabajo de semanas en pocos segundos. En cambio, me rehusé a pensar otra vez en el llanto de Ronnie y la bofetada de Leni. Estaba decidido a remediarlo sin caer en depresión nuevamente.

¿Necesito decirles qué hubo de triste cena esa noche? Cupcakes.

Y Leni seguía sin siquiera verme a los ojos.

Todos nos acostamos más temprano de lo usual. Para variar, no pude dormir bien. En parte, porque también recordé algo que pasó cuando nos despedimos del señor Delmar.

—Ahí les dejo mi dirección de correo y mis redes sociales. Tanto es el aprecio que tengo por la señorita Leni y su familia que deseo, si me lo permiten, mantenerme en contacto con ustedes. Creo con firmeza que "Oro Puro" merece tener una segunda oportunidad de exhibirse. Les deseo la mejor suerte del mundo —había comentado el canadiense antes de retirarse con su hijo. Esa era una buena noticia, pero nadie parecía demasiado entusiasmado.

Lo que me llamó la atención fue que Stuart se separó de nosotros y habló en privado con Delmar. ¿De qué habrán hablado? Espero que no haya salido con sus lambisconerías de nuevo. ¿Y por qué pensé en ese fulano? Decidí que ya no tenía caso dar tantas vueltas a un asunto que ya pasó y que debía dormirme.

Después de todo, aunque yo no lo sabía, al día siguiente iban a suceder varias cosas.

Pasé muy ocupado la mañana del domingo. Creo que me ofrecí a hacer múltiples actividades para dejar mi encierro y mantener mi mente activa. Jugué a las atrapadas un rato con Lynn, ayudé a Luan a lavar los platos del almuerzo, fui invitado de honor en una fiesta de té de Lola, e inclusive encendí un puntero láser para la diversión de Cliff, el gato. Tanto se estaba divirtiendo el felino juguetón, que al saltar hacia la puerta para "atrapar" la lucecita se abrió de repente y golpeó a un visitante. Un intruso, mejor dicho.

Terminó arañando con histeria la delicada cabellera de Stuart, quien no lograba quitárselo de encima. Leni salió de inmediato con una gran sonrisa... Para él, no para mí.

—¡Awww, que lindos! ¡Me encanta verlos jugar!

Al ver a mi hermana, sacó fuerzas de donde no habían y se arrancó al gato de la cabeza, además de algunos cabellos.

—¡Hermosa! ¿Qué tal seguiste? ¿Cómo amaneciste?

—Pues sentí algo extraño al despertar... Pero sólo era saliva en mi mejilla. ¡Gracias por el consejo para meditar!

Alcancé a verle a Stuart una mueca de un par de segundos cuando ella mencionó lo de la saliva, y de seguro yo también la hice.

—De nada, princesa. Ya sabes que te mereces estar feliz, aunque otros te traigan problemas que nunca solicitaste.

Mientras entraban, recibí la mirada incendiaria del metiche. Ya empezaba a aburrirme esa hostilidad, sin mencionar que estaba siendo ignorado por partida doble. Cuando ellos tomaron asiento en la sala, yo me excusé y fui a mi cuarto. Se me acabó la diversión, pero para el resto de la familia no fue así: felizmente lo recibieron y conversaron un rato.

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