19. Asunto pendiente

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Llevábamos ya dos horas sentados en las bancas del aeropuerto. Papá revisaba una guía turística de bolsillo acerca de Montreal, Leni parecía distraída revisando las aplicaciones de su celular, Stuart estaba mensajeando furiosamente, al parecer a su agente de viajes, y yo solo veía hacia el suelo, con la mente llena de recuerdos acumulados. Los primeros, relacionados con Ronnie Anne Santiago.

El lunes por la mañana traté de contactarla a primeras horas, justo antes de entrar a clase, pero no me fue posible. La veía callada en clase, haciendo ese lindo puchero que luce cuando está tensa y presume de estar tranquila. Lo cual me indicaba que mi presencia la alteraba y, por lo tanto, aún podía enmendar las cosas.

Me encargué, con un poco de ayuda, que le llegara un pequeño avioncito de papel hasta su escritorio. Cuando Ronnie levantó la vista, notó que a un par de pupitres adelante estaba la persona que se lo había enviado: Cookie, quien le sonrió con ternura y le hizo señas para que desdoblara el papel. Mi novia no parecía muy interesada en hacerlo, pero entonces Cookie dijo en voz baja:

—Yo que tú, lo leyera... Es de tú sabes quién, después de todo.

—Eso no me motiva —fue la seca respuesta de Ronnie

—Pues tú lo motivas a él. Sabes bien que te adora... Todas quisiéramos que alguien como él nos mandara mensajes.

Cookie. Una maravillosa amiga con la que puedo contar.

Lo último que ella dijo hizo que la morena desviara la mirada, y tras unos segundos, desdoblara el avión. Mi mensaje decía:

"Siento mucho que hayas visto algo tan desagradable, pero todo es una confusión. Toda mi familia, Bobby y Clyde saben bien lo que pasó. Por eso me duele que tú sigas pensando mal de mí. Espero que no olvides lo valiosa que eres para mí y lo triste que me ha puesto notar tu sufrimiento."

Yo estaba tan nervioso que decidí dejar de ver la escena. En cierto momento sentí el hielo de su mirada.

Llegó la hora del almuerzo, así que le pedí a Clyde que me deseara suerte y corrí hacia ella. Por suerte éramos de los últimos en abandonar el salón.

—¡Ronnie Anne! —grité al ver que se alejaba. Ella se detuvo y me dirigió otra fría mirada. El pasillo empezó a quedar solitario.

—¿Qué quieres, Patético? —respondió. Ya empezaba a extrañar el sonido de esa palabra.

—Quiero que me perdones. No por lo que viste, ya que no fue mi culpa, sino por haberte hecho sentir mal. Desde aquella noche en el restaurante franco-mexicano me prometí a mí mismo que no te volvería a hacer sentir triste. Y fallé este sábado.

—Deberías oírte. Lo que dices no tiene sentido.

—¡Lo sé, todo esto es una locura! ¡Hasta estoy pidiendo disculpas cuando en realidad yo fui la víctima de otra persona! Pero la verdad es... Mañana iré de viaje a Canadá, y durante esos días en que esté ausente anhelaré estar contigo. Hablarte. Jugar contigo. Así que lo que necesito es la seguridad de que tras ese largo y estresante tiempo podré visitarte, para que me digas "Patético", golpees mi espalda, salgamos a jugar y al final comamos pizza. ¿Crees que será posible?

Los ojos de Ronnie vieron hacia abajo, y luego hacia los lados. Como si no pudieran enfrentar los míos. Con dificultad respondió:

—Odié verte así. ¡Lo odié con todas mis fuerzas!

—Te comprendo. Puedes golpearme si quieres. A Leni le sirvió.

Ronnie empezó a respirar más rápido. Alzó el puño, y de inmediato el miedo me hizo cerrar los ojos y esperar lo peor. Nada pasó. Abrí los ojos, justo a tiempo para ver su puño chocando contra mi mentón. Retrocedí solamente dos pasos tras el impacto, pues ella me tomó del brazo.

Oro PuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora