Capítulo I. Tan solo un suspiro

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Su destino era el fracaso. Desde el momento en que Odín le tomó en brazos una puerta se abrió para él. Ser la sombra de Thor. Y en consiguiente, un camino se extendió bajo sus pies. Ser el antagonista de una historia donde él desearía ser el héroe.

Estar ahí, en una celda, conversando con la tinta impregnada en los libros, le recordaba cruelmente que no había remedio, que cualquier elección le habría llevado al mismo lugar. La prisión de Asgard.

Alguna vez creyó pertenecer ahí, alguna vez sintió que podía cerrar los ojos sin temor alguno. Pero era estúpido voltear al pasado, cuando él quería destruirlo y protegerlo al mismo tiempo, con un amor tan sucio como su propia naturaleza.

Todo estaba sumido en silencio, hasta el viento apenas y era un susurro lejano. Su madre estaba muerta.

Loki se dejó arrastrar por aquel hilo de pensamientos funestos, como un manto que caía sin mucho tacto en sus hombros. No importaba nada, incluso, si tenía que partir con ella lo haría con gusto. Pero antes solo pedía una última cosa, quizá no tenía el derecho, aunque nunca le importó si se lo concedían. Quería venganza, quería matar al ser que había asesinado lo único que valía en su patética vida.

Tantas noches donde su mente era libre y las ideas sin control derivaban a tormentas, tantas veces que se enfrentó a sí mismo en medio del caos. Tanto que ahora sabía no poseía ni una clase de luz. El orgullo era su más grande escudo, él no necesitaba un objeto como Mjolnir, pero eso no evitaba que lo deseara. Podía cerrar los ojos y oler perfectamente los celos que agrietaban su razón y la ira que a su paso dejaba todo hecho añicos, y ante todo, el siempre presente miedo a la soledad. Era inevitable, creció junto a Thor, y él era como una estrella.

Si alguien en el universo se interesara en conocer el trasfondo, y no solo la etapa donde se convirtió en el villano que traicionó Asgard e intentó sumir Midgard en destrucción, entonces se vislumbrarían pasajes llenos de conflicto, donde las emociones contrarias chocan y él queda vulnerable, expuesto y terriblemente incomprendido.

Unos pasos resonaron interrumpiendo el perfecto y fúnebre ambiente.

De entre todos, era él el último con quién quería hablar. Pero le estaba esperando, lo supo cuando su cuerpo entero se relajó. Loki siempre creería que Thor era la encarnación de su miseria personal, ambos nacidos para ser opuestos y no dejar al contrario alcanzar la plenitud. Sin embargo, sin él su existencia no tendría sentido.

[...]

—Thor —se acercó con los brazos tras su espalda—, después de tanto tiempo, vienes a visitarme. ¿Por qué? —Se inclinó hasta que sus ojos quedaron a la misma altura—. ¿Viniste a regodearte? ¿A burlarte de mí?

—Loki, es suficiente —vio a través del hechizo—. Basta de ilusiones.

Desapareció, y la realidad fue expuesta ante él. Las mesas y las sillas volcadas, las hojas que antes formaban un útil texto con respuestas, ahora inconexas yacían dispersas en el suelo. La pared blanca manchada de la tinta que ya no tenía más por decir, y Loki estaba recargado en ella, como ausente, desaliñado y muy contrario a la imagen que siempre pulcramente ofrecía. Sus pies manchados de rojo, por haber pisado los frutos que también terminaron derrumbados.

—Ahora ya me ves, hermano —contestó, la pálida piel recordaba que estaba condenado a no salir jamás de ahí.

Thor se acercó con pasos cautelosos. Y el otro abrió sus labios:

—¿Sufrió? —No pudo evitar preguntar.

—No vine a compartir nuestro dolor. —Se detuvo, con toda la incomodidad que trató de ocultar al evitar mirarlo, pero al final su atención recayó en las esmeraldas que ahora parecían haber perdido su brillo—. Vine a ofrecerte la oportunidad de un sacramento mucho más rico.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora