Capítulo II. El cofre de los Antiguos Inviernos

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Comenzó a creer que no necesitaba ser especial. Y vaya que sabía lo que era ser diferente, porque Thor nació con esa cualidad.

Al principio fue una idea bastante absurda y él mismo se convenció de aquello. Todos a su alrededor lo sabían, uno en un millón. Loki no era ese uno.

A pesar de todo, su expectación fue más grande y su ambición no tenía un límite; después de la resignación ya no queda nada, pero él no durmió, él puso manos a la obra, más bien, ojos a los libros. 

Saboreó fracaso tras fracaso, un sabor amargo que no importó ya que no pudo contra su interés. La satisfacción no estaba en su naturaleza.

No necesitaba ser especial.

Había un lugar en el castillo con muros especialmente fuertes y ahí practicó en soledad por largas décadas. Magia, hechicería, ilusiones, como desearan llamarlo, es lo que él aprendió y perfeccionó a tal punto que lo dominó al igual que su respiración. Imposible, aquello era absurdo, nadie era capaz. Pero la realidad es que nadie se atrevió, Loki sí.

[...]

Esa tarde, como muchas, decidió permanecer en Asgard mientras su hermano con un grupo de guerreros salía a Vanaheim para mantener la paz que por siglos había estado reinando.

Se encontraba inmerso entre libros antiguos que había estado recolectando.

Llevaba años sintiendo una extraña fascinación por Jotunheim, los Gigantes de Hielo y el poder que les fue arrebatado cuando Odín tomó el Cofre de los Antiguos Inviernos. Su hogar era uno oscuro y helado, tenían a un gobernante llamado Laufey que había luchado contra su padre, fue él quien hirió su ojo derecho y también fue derrotado, pero Odín les concedió a su pueblo una tregua por misericordia.

¿Qué clase de poderes despertaría en los Jotuns aquel cofre? ¿Sería un poder que un Aesir pudiese controlar?

Le inquietaba conocer las respuestas, parecía que nadie antes de él se había planteado esas dudas y todo lo relacionado con su mundo era una historia heroica donde Odín les venció cuando intentaron esclavizar Midgard y sumirlos en una nueva era de hielo, pero no había mucho más, solo relatos de aquella batalla.

Una idea se cruzó por su mente, era un poco arriesgado ya que no contaba con nada más que curiosidad pura. No tenía una guía o algún texto que le ayudara con lo que estaba pensando y fuera un pretexto válido para sustentar una investigación. Aun así decidió hacerlo, a pesar de saber que si era descubierto sería duramente reprendido e incluso teniendo en cuenta que se expondría a una magia desconocida que podría ser capaz de destruirlo.

A veces sus ansias por adquirir conocimientos y poder, era más fuerte que su voluntad.

Cambió de forma, ahora portaba las vestiduras de un guardia del armamento, tuvo especial cuidado en el rostro, solo él era capaz de hacer una imitación como aquella, poseía unos rasgos con la singularidad de parecer familiares, cualquiera que le observara no sospecharía nada, también unas facciones que al pasar los segundos olvidarían, al no ser llamativas; y sobre todo se esforzó en mantener una postura que se encargara de mantener a todos a raya, nadie se atrevería a preguntar quién era o qué hacía ahí por la seguridad que emanaba. Pudo tomar la forma de alguien en concreto, pero no quería involucrar a nadie si era descubierto.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora