Capítulo XX. La mentira en el engaño

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El que alguna vez se consideró hijo de Odín, caminaba en medio de la perdición de Knowhere, una colonia minera ubicada en la cabeza, ahora cráneo, de un Celestial. Gracias a la ausencia de normas y reglamentos, Knowhere se había convertido en el refugio perfecto para criminales y marginados. La pobreza y los delitos en el sitio eran el pan de cada día.

Como compañía tenía a The Other; no portaba ningún arma que apuntara en su cabeza o cadena que lo obligara a mantenerse a su lado, lo único que le impedía realizar cualquier acto de rebeldía, era el considerable miedo que le provocaban las medidas que tomarían los seguidores de Thanos de escapar de su control.

Le habían dicho que debía conocer más allá de los nueve reinos, aquellas zonas marginadas con especies inteligentes habitándoles —simples mortales al nivel de los humanos de Midgard—. De ser otra época, de no considerarse muerto para los grandes reinos, entonces no le habría interesado enterarse de las condiciones de vida de aquellos que estaban por debajo de él, pero ahora entendía que cualquier desliz lo convertiría en un ser más desafortunado que ellos. Sin hogar, sin familia y sin nada más que la energía que corría por sus venas negándose a desaparecer.

Unos niños al verlos pasar se acercaron a su encuentro, estaban andrajosos y esqueléticos; suplicaron por una unidad para intercambiarla por alimento, estiraron sus astutas manos hasta alcanzarlos y pronto lograron deslizarlas en sus bolsillos, Loki los observó sin saber qué hacer, no cargaba más que las prendas que traía encima, pero antes de concretar cualquier movimiento, sin una pizca de piedad, el sirviente del Titán los golpeó con un tubo que encontró tirado por ahí. El hechicero no pudo hacer más que cerrar los ojos y apretar los dientes mientras el sonido de los huesos de los pequeños al romperse retumbaba en sus oídos, recordándole su propio dolor.

La crueldad de aquellos que lo habían rescatado y lo mantenían cautivo, era tan grande que debía inventarse una nueva palabra para describirlos. Las doctrinas que había recibido en los últimos tiempos estaban haciendo mella en su sentido común. A veces no lograba diferenciar el bien del mal, todo parecía provenir del mismo núcleo.

Después de que los chiquillos corrieran entre quejidos y lágrimas, reanudaron su camino.

—Quédate aquí —le ordenó el Chitauri que se alejó en dirección a un establecimiento de mala pinta.

Quizá se encontraría con algún proveedor del mercado negro, dudaba que el motivo de su visita al lugar fuera por placer o diversión.

El jotun se recargó en una de las paredes para esperarlo. Llevaba una capa negra que cubría parte de su rostro desfigurado por las constantes torturas y lecciones impartidas por Thanos. A comparación de otros seres, para Loki el alimento no era algo vital, pero verse privado de ello por meses en los que si tenía suerte, le acercaban un plato de comida y agua, le había cobrado factura a su cuerpo; sumado a las heridas. Bajo sus ropas tenía algunos cortes frescos que dejaban una mancha húmeda en su traje.

De haber algún æsir en la colonia, definitivamente no lo reconocería, a él mismo le costaba trabajo hacerlo.

Observó un momento sus manos, su piel estaba seca y agrietada, apreció los huesos rotos que deformaban sus dedos, sus uñas negras carecían de brillo, y el hechizo que ocultaba que era un gigante de hielo, a veces cedía y lo hacía ver todavía más lamentable.

El Titán no había mentido cuando lo amenazó, le había dicho que superaría el límite, y si lo que lo rodeaba no era el abismo, entonces no quería imaginar lo que había en el fondo.

Después de unos minutos el Chitauri regresó con un objeto dentro de una bolsa. Con un gesto le indicó que lo siguiera para volver a la nave.

Por fin salieron de aquella desagradable colonia.

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora