Capítulo XXII. Mis sentidos te recuerdan

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Doctor Erik Selving, astrofísico. Fue este el hombre al que S.H.I.E.L.D. recurrió para investigar y estudiar el Teseracto.

Lo había visto antes, junto aquella mortal llamada Jane Foster.

Un amigo para Thor, una herramienta útil para él.

Ahora estaba frente a Nick Fury, en alguna instalación remota de investigación y articulando alguna clase de chiste que no logró ningún efecto en el director —y desde su perspectiva— sería casi imposible conseguirlo. Aquel parecía un hombre con un sentido del humor más mordaz.

—Me contaron de la situación en Nuevo México —habló ignorando su anterior intento de broma, y acercándose hasta al doctor, expresó—: Su trabajo impresionó a gente más inteligente que yo.

—Tengo buenos colaboradores —respondió borrando con lentitud la sonrisa afable que surcaba su rostro—. La Teoría Foster, el portal a otra dimensión. No tiene precedentes —dijo adquiriendo seriedad—. ¿No es así?

El hombre se giró y comenzó a caminar, siendo seguido de cerca por el doctor.

—La leyenda nos dice una cosa, la historia otra. —Lo guió hasta un maletín de metal que descansaba sobre la mesa colocada a mitad de pasillo de forma estratégica—. Pero de vez en cuando encontramos algo que pertenece a ambas cosas. —Abriéndolo ante su atenta mirada, una extraña luz azul emanó de lo que parecía un cubo.

—¿Qué es? —preguntó con cierta desconfianza.

—Poder, doctor —contestó con orgullo—. Si averiguamos cómo explotarlo, quizá sea poder ilimitado.

Había duda en su rostro, aún más en su corazón y Loki convencido de que no encontraría mejor oportunidad, se convirtió en la voz de su razón:

«Supongo que vale la pena estudiarlo», susurró.

—Supongo que vale la pena estudiarlo —imitó el doctor Selving y sonrió.

• • •

Ese día al despertar, lo hizo de forma brusca y difusa; estaba bañado en sudor, con algunos cabellos pegados a la frente y la respiración errática.

Solía dormir con un pantalón holgado y con el pecho al descubierto. Dentro de su habitación el clima era agradable, le bastaban las sábanas para cubrirse en caso de sentir frío, pero últimamente, cuando abría los ojos se sentía afiebrado y lamentaba no tener una cobija más gruesa a la mano.

Había considerado visitar a los curanderos, pero en el transcurso del día el malestar se esfumaba, dejándolo como una pesadilla que experimentaba solo entre sueños. Y aunque lo intentaba, sabía que había algo más, pero no lograba descifrarlo y nadie podía culparlo. Había pasado por mucho en los últimos años, un evento caótico detrás de otro.

Estuvo a punto de convertirse en rey de Asgard, casi provocó una guerra con Jotunheim, fue desterrado a Midgard; Loki le mintió diciendo que por su culpa Odín había muerto, que su madre lo odiaba, que todos lo odiaban; luego encontró el amor en aquel frágil mundo, descubrió que su hermano quería matarlo, tuvo que abandonar a Foster; luchó contra Loki, el mismo hechicero le dijo que no eran hermanos, pero en eso momento no le creyó; destruyó el puente Bifrost, perdió a su hermano y Odín le confesó la verdad, Loki era un gigante de hielo. Ahora debía continuar, aparentando que nada de eso le afectaba, que al cerrar los ojos tan solo tenía inconvenientes para conseguir un buen descanso, que los días no le pesaban en la espalda y que sobre todo, se preocupa solo por el bien común y no por sí mismo.

Pasara lo que pasara con él, debía ser una respuesta a todo el estrés al que fue expuesto en tan poco tiempo, al dolor y la pérdida.

[...]

Excusas en tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora